Enfermedades psicosomáticas: del dilema cuerpo-mente a una versión integradora

Hablamos con alguien y nos dice que algo “duele mucho”. El interlocutor casi inmediatamente se preguntará si se refiere a un pesar o dolor emocional o si en realidad le duele algo en el cuerpo, es decir ¿ese dolor es físico, emocional, ambos o quizás solo uno? 
Quizás sin darnos cuenta estamos entrando como con otros temas en un debate filosófico que lleva siglos, más precisamente hoy lo llamaríamos de la filosofía de la mente: el tema del monismo vs. el dualismo. Es decir, un problema ontológico, la relación entre los entes, entre la mente, el alma quizás, y la materia o el cuerpo.
Es un tema que viene de hace mucho si bien el modelo que solemos llamar cartesiano, por Rene Descartes, es del siglo XVII, el dilema ya estaba planteado con diferentes respuestas en el pensamiento oriental o en los aristotélicos o posteriormente en el polímata (médico filósofo etc.) Avicena, entre varios. En la medicina occidental quizás quedó instalado como continuación del método cartesiano, algo que si bien permitió una mirada que aportó algunos avances, al mismo tiempo el modelo espíritu/materia era una escisión del ser y de allí todas las dificultades en la mirada y la compresión tanto de la salud como de las enfermedades. Es así que ese modelo perdura y se ve claramente reflejado cuando usamos la palabra psicosomático para referirnos a enfermedades o cuadros en los cuales la conexión del cuerpo con lo psíquico es indudable. Como decíamos antes, esta concepción viene de la antigüedad como en la medicina tradicional de los países árabes (por Avicena), o la china o la hindú ayurvédica o los griegos, con Galeno en particular, que hablaba de “enfermedades de la pasión”. Más cerca en el tiempo y en occidente, los trabajos de Franz Alexander o Georg Groddeck, y en general toda la órbita de las escuelas no solo la alemana sino también francesa e inglesa clásicas, abordan este constructo conceptual. Con el auge de la farmacología y drogas dirigidas supuestamente de manera específica a males del cuerpo o la mente para situaciones puntuales, ese paradigma monista, fue quedando en desuso y a veces considerada en la periferia de la ciencia formal.
El estudio en medicina en lugar de estar integrado naturalmente llevó a las especialidades (es decir partes del saber). Así, la “psicosomática” es una especialidad claramente interdisciplinaria en la que se interconectan aspectos del cuerpo, con comportamentales, sociales e inclusive ambientales. En realidad, toma todas las especialidades y áreas de la medicina. A medida que los conocimientos en medicina avanzan, así como nuestra propia concepción de los conceptos de salud y enfermedad, cada vez es más evidente que no podemos conceptualizar al ser como la suma de una mente “sala de control”, que maneja un cuerpo mecánico y que responde pasivamente a las órdenes de la mente, sino un organismo integrado en el cual todo es cuerpo o todo cerebro, en realidad todo es uno. Cuando incorporamos esto, podemos entender por qué aquello que percibimos en nuestros pensamientos y emociones no es “la cabeza”, sino todo nuestro ser y recíprocamente lo que percibimos en el cuerpo, tampoco es “solo” del cuerpo sino es todo nuestro ser integrado y único. Actualmente existe un criterio más acorde a los avances actuales y más amplio conceptualmente: la llamada “Medicina del Comportamiento” (Behavioral Medicine), en el cual los conocimientos de lo referente a lo biológico se combinan con todos los de las ciencias sociales, como por ejemplo epidemiología, antropología, sociología, psicología, fisiología, farmacología, nutrición, neurociencias, etc.  
Una emoción como la tristeza, emoción humana natural y común que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas, puede surgir como respuesta al estrés, a una pérdida, o inclusive, y eso nos preocupa más, sin encontrar razón o causa aparente. A veces esta emoción “en la mente”, se manifiesta “en el cuerpo”, de manera que inquieta y genera más angustia. Sin embargo, lo que puede resultar a veces inquietante y fuente de angustia, es cuando esa emoción se manifiesta físicamente. Ese dilema es complicado desde la idea de una mente separada de un cuerpo, pero cuando se entiende que todo es cuerpo o que todo es mente o mejor todo es uno, vemos lo evidente.
Por ejemplo, cuando nos amenaza algún tipo de factor emocional, como una pérdida real o imaginada, nuestro sistema reacciona de manera muy similar a cuando la amenaza es exclusivamente, si ello es posible, física. Una parte de nuestro sistema nervioso, el sistema nervioso autónomo (SNA), o neurovegetativo, especialmente la rama simpática, se activa, lo que puede aumentar la tensión muscular, la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Esta respuesta de estrés puede tener un efecto directo en nuestros sistemas musculoesquelético y nervioso, exacerbando o desencadenando dolores físicos: los típicos dolores de espalda o cuello, tan emparentados con otras cargas menos físicas y más emocionales. Para entender la importancia del SNA, puede destacarse solamente la población neuronal en las zonas digestivas (el plexo mesentérico por ejemplo), que ha dado que se lo conozca como “segundo cerebro” por su importancia. 
En cuanto a las estructuras encefálicas, tenemos el ejemplo de las percepciones ligadas a la sensibilidad. Una misma estructura cerebral, el tálamo, las regula y consecuentemente al dolor y así en base a sus conexiones con el exterior y también con la corteza y diversas áreas del encéfalo, aumenta o disminuye la sensibilidad (el umbral). Esta sensibilidad puede afectar diferentes áreas del cuerpo, como los músculos, las articulaciones o provocar cefaleas rebeldes o cuadros de dolor generalizado. Esto en la medida que se mantiene, provoca cuadros de astenia, de agotamiento y así cuadros similares a la fatiga crónica y la fibromialgia, que se relacionan o confunden frecuentemente con esta fisiopatología. Este es otro ejemplo de la conexión íntima entre cuerpo y mente que interactúan creando constructos unificados entre lo exterior y lo interior tanto físico como somático.
Así también, todas las alteraciones sobre variables básicas, como el dolor, el sueño, la alimentación, por ejemplo, son caminos de doble vía y la afectación en una parte de ese sistema afecta al todo; problemas digestivos pueden relacionarse con trastornos de sueño, o inmunológicos y aumentar así la percepción del dolor y viceversa. Trastornos de sueño, alteraciones de peso (en más o en menos), dolores difusos a veces muy localizados en una zona, y que ninguna de estas variables parecen responder, es lo que vemos expresado en la práctica con el sobreconsumo de analgésicos, ansiolíticos y antidepresivos, por ejemplo, o buscar propuestas mágicas regeneradoras, compuestos potenciadores, revitalizantes etc.
Cerrando esta introducción al tema psicosomático que quizás deba ser llamado de otra manera, es bueno empezar a pensar en el ser como uno solo, que la división en compartimentos aparentemente separados y casi asilados es ilusoria pero que aparte nos imposibilita conocer nuestros malestares y encontrar respuestas y eventualmente en caso de ser necesario, terapéuticas. Que la separación conceptual no responde a la realidad, no hay cuerpo sin mente, no hay mente sin cuerpo, sino a una mirada que responde a un momento y concepción superado hace mucho tiempo. Así abordar todos los aspectos del ser, emocionales, físicos y de sus circunstancias vitales, puede ser la mejor manera de comprender y comprenderse para luego poder sacar conclusiones más ajustadas a la realidad. Que el sistema nervioso autónomo desempeña un papel vital en nuestra salud, y la relación entre la mente y el cuerpo se hace evidente en las enfermedades psicosomáticas y en la elección particular de áreas blanco de somatizaciones en las diferentes personas.
El camino contrario es la situación de largos tratamientos frustros y polimedicación interminable que vemos en muchos casos y la peor de todas: la auto y sobremedicación que genera ya un nuevo problema sobreagregado.