TEATRO : ‘El bien’, de L. Vilo

Encuentro soñado entre una gran obra y una gran actriz

‘El bien’. Autoría y dirección: Lautaro Vilo. Diseño de escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde. Diseño de iluminación: Facundo Estol. Actriz: Verónica Pelaccini. Los domingos a las 17 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).

Todo es una sucesión de aciertos en la obra de Lautaro Vilo, ‘El bien’. Desde que uno decide verla hasta que se retira del teatro, una instancia mejor se superpone a la otra. Un crescendo de emociones que solo tiene una meseta cuando nos sentamos en la platea de la sala a esperar que inicie la obra y vemos un escenario con una silla, un palo, una banqueta alargada y dos elementos más que no hacen a la cuestión. Y pensamos: ‘Cuán bien tiene que estar todo para que en este escenario semivacío, con todos los tópicos del teatro under que no va a ningún lado, se presente un hecho artístico que nos conmueva’.

Y ahí aparece Verónica Pelaccini para construir en menos de diez segundos un monstruo que se lleva todo por delante, que nos captura por completo la atención y que, cual flautista de Hamelín en versión mujer, con su melodía nos va controlando los pensamientos. Y donde había una silla se observa claramente un consultorio; esa banqueta ¡era una cama! y demás espacios donde transita sus días de reflexión, angustia y mortalidad Guadalupe, una agente inmobiliaria que lucha contra los fantasmas que se crea y las tormentas que la acechan.

LAS MISMAS MANOS

Cuando la dirección de una obra de teatro la hace el propio autor se nota. Como en la música. No es lo mismo interpretar una canción de un ajeno que cantar las desgracias personales. Entonces ‘El bien’ se crea en paralelo, en la hoja sobre la que construyen la historia y los diálogos; y en el escenario, donde marca punto a punto el recorrido de la actriz en cuestión.

Claro, cuando se tiene oficio y sutileza como en el caso de Pelaccini, la cuestión se dispara. Algunos en la platea se ríen en el mismo momento en que otros se asombran y tiran el cuerpo hacia el respaldo de la butaca. La obra juega con esa dicotómica reacción. El personaje sufre o ríe, y genera tanto culpa como empatía, risa o ceño fruncido.

‘El bien’ es la vida. Es esa persona que cuida a sus hijos, desatiende su trabajo por amor, tiene un conflicto familiar que no termina de resolver, mientras intenta no desbarrancar. Quien esté libre de pecado ya sabe lo que debe hacer. Pero no es el caso. Guadalupe es un espejo multidireccional, tanto en sus virtudes como en sus defectos.

El final es muy arriba, lo cual supone una efervescencia que de manera ficticia alarga los menos de cincuenta minutos que dura la obra. Un logro sutil del director que acá exponemos a modo de elogio. Porque el público se va con ganas de más, se nota que quiere mucho más. Pero la historia ya está consumada, ya se contó lo que había para contar y Pelaccini ya arrasó con todo. No queda nada en el Espacio Callejón, sólo el eco de los aplausos y el público buscando en la cara de su acompañante ese gesto de aprobación que llega con creces.

Calificación: Excelente