EL RINCON DE LOS SENSATOS

En la raíz del bochorno gubernamental

 

He tenido la suerte de vivir en contacto con un grupo  de abogados familiares y amigos comme il faut. Ante un cliente damnificado peleaban para que se le hiciera justicia; si defendían a un delincuente intentaban obtener el balance de una pena exacta. A juzgar por lo que no sin morbo nos muestran hoy radio y televisión, se trata de una especie en extinción, reemplazada por expertos en procesalitis. Es decir, por cultores de la chicana que complica y alarga los juicios con total desapego por la verdad jurídica. Si van de la mano de los políticos, especialmente de los oficialistas de hoy, suelen emplear el juicio a modo de apriete, más allá de su oportunidad o de su resultado.

    Pero este orden de tergiversación de la naturaleza de las profesiones no se limita a las vinculadas con las ciencias jurídicas. Viene de más lejos y abarca otras ramas. Porque, en última instancia, está en la base de la mala educación.

Para señalar otra actividad universitaria que sufre un deterioro equivalente, me referiré con brevedad a la Medicina, que conozco de cerca. Circunscribiéndonos: quien lea ha de suponer que los profesores titulares de Cirugía, por ejemplo, deben contarse entre quienes ejerzan con más experiencia e idoneidad la técnica y la clínica quirúrgicas.  Así lo era en tiempos de Montes de Oca, de Pirovano, de Posadas, de Arce y -más acá- de Brea, Sánchez Zinny... Esa idoneidad era condición indispensable y garantía de su buena calidad docente. Hoy, en cambio, los concursos no permiten evaluarlas: hace rato se suprimieron las pruebas prácticas argumentando que sometían a los enfermos al riesgo de que el concursante estuviera más atento a los jurados que a su paciente, lo que es realmente relativo entre profesionales maduros. Pero, además, se ha evitado específicamente -en la UBA lo hizo una década atrás el Decanato de la Facultad de Medicina sin siquiera contestar la sugerencia de profesores titulares previos- la obligación de presentar la lista de operaciones llevadas a cabo por los postulantes, como en cambio hace la Asociación Argentina de Cirugía para aceptar o no a un nuevo socio. En síntesis, la evaluación concursal se basa en un curriculum vitae engordado con papeles de pesos específicos difíciles de conocer y así no es infrecuente que aparezcan profesores de Cirugía que apenas saben operar.         

No cabe continuar con ejemplos de otras disciplinas que seguramente abundan. Pero sí apuntar que el fenómeno no es reciente ni sólo local. Alexis Carrel lo señaló en Francia a mediados del siglo pasado y puede comprobarse con frecuencia en congresos internacionales, donde abundan expositores de todas las nacionalidades disertan mostrando trabajo tras trabajo publicados en revistas especializadas -trabajos cuya veracidad no les consta directamente-, pero no transmiten un solo caso de su experiencia personal. Y un aspecto más: no faltan quienes opinan sobre lo que no hacen, pretendiendo con una suerte de cleptolalia que por nombrar un método ya lo tienen conocido y dominado.

El origen

Este vicio gravísimo tiene su origen en la educación. Y arranca con la ausencia de aquellas maestras primarias que, acaso sin valorarlo por el modo tan natural que les surgía, nos enseñaron a distinguir tempranamente lo que sabíamos de lo que no sabíamos. Hoy está plagado de profesionales y hasta profesores universitarios que no calibran lo que ignoran, mientras hablan y actúan sin pudor en todos los campos. Cuando en realidad la verdadera especialización llama a la modestia de lo que se aprecia como profundo pero restringido, estos generalistas del macaneo pretenden abarcar ilimitadamente.

Aunque no somos originales ni exclusivos, el vuelco de estos vicios sobre la política marca records en nuestra patria y explica lo principal de su decadencia. ¿Acaso podría haberse esperado otra cosa de un Presidente cuyos antecedentes docentes son limitados si no confusos y de una Vicepresidente dominante cuyo título universitario permanece en la bruma? Pero la superficialidad cultural no es exclusiva del oficialismo. Viene de lejos, porque la mayor parte de nuestros políticos coincide en su ignorancia sobre el violento origen de la democracia que mentan de uno y otro lado, deificada; porque unos y otros serían incapaces de reconocer la esencial mentira de la Reforma universitaria de 1918, resentido origen de la progresiva caída de nuestra educación superior.

Hay no obstante que reconocer que los gobernantes son especialistas en bochorno. Y pretenden escapar de cada uno de sus derrapes con un disimulo incomprable. Furcio tras furcio, contradicción tras contradicción. Que ahora intenta llegar a los tribunales internacionales para atacar a lo más alto de la Justicia argentina con una actitud que ellos mismos hubieran calificado sin piedad de cipayismo.

Así son, y esto es el fondo. La falsedad que nace en la educación tergiversada apunta a un único fin: la mentira.  Y, por extensión, así como las profesiones que nacen de la insuficiencia cultural que las aleja de sus raíces se transforman en profesiones sin sentido, los gobiernos que se fundan en la mentira no pueden asombrar cuando aterrizan en el puro mal.  La pelea de hoy es, pues, por la verdad y nada menos.


La profesión sin sentido

La educación es, primero, distinguir lo que se sabe de lo que no se sabe.