ENTREVISTA A LORENZO SILVA, AUTOR DE LA RECIENTE ‘PUA’

En la mente de un asesino

Existe una máxima que reza que “el que mucho abarca, poco aprieta”. Lorenzo Silva, autor español, que brilla en el género adulto, juvenil e infantil, se ríe de este axioma literario y sigue conquistando al público lector en todas sus zonas etarias.

Sus más de dos millones de libros vendidos lo ubican como una de las plumas ibéricas más exitosas de las últimas dos décadas, no solo ofreciendo gemas como su multipremiada historia La flaqueza del bolchevique (que llegó al cine de la mano de Luis Tosar y María Valverde), sino también dándole continuidad a los investigadores Chamorro y Bevilacqua, con trece libros que consiguieron que toda España vea a su Guardia Civil como el mundo ve al FBI.

Nacido en Madrid en el año 1966, Silva vino a Buenos Aires a presentar su nueva novela, Púa, donde le da vida a un oscuro agente de los servicios de inteligencia que busca la redención en una promesa que le hace a un viejo conocido de rondas.

Púa nos trae la historia de un protagonista que no sabemos ni cómo se llama. Porque me nació de la necesidad de huir de personajes concretos. Lo denomino ‘libro por accidente’. No es un libro que surge por la aparición de una historia, su investigación y después su proceso de escritura. Todo lo contrario, aquí siento que el personaje me vino a buscar. Durante los últimos diez años he escrito mucho sobre el terrorismo y el contraterrorismo, el crimen organizado y la lucha contra el crimen organizado, tanto en novelas, reportajes y crónicas y siempre me encontré con un mismo perfil, personas que están en el ojo de la violencia y que en un momento determinado son agentes de esa violencia, incluso en lo más extremo como es la violencia homicida.”

DOS CARRILES

-Su libro tiene dos carriles bien definidos, el acontecido y el introspectivo.

-Porque es el lugar común en los relatos que escuché. En mi vida investigué mucho sobre ETA. Y hablé con gente que estuvo tanto dentro como afuera de la legalidad, durante la dictadura como en la democracia. Con miembros que realizaron solo tareas de apoyo y otros las más operativas, como la ejecución. Y mientras detallaban esos momentos, renegaban y se arrepentían de haber sido parte. Quería saber qué motivaba a un chaval de 20 años de San Sebastián a seguir durante tres semanas a una persona para saber en qué momento y lugar tenía que cometer su crimen con un tiro en la nuca”.

-¿Y qué descubrió?

-Que el ensañamiento del homicida es difícil de entender. La intención de ellos siempre es lograr el mayor daño posible. El terrorista quiere siempre hacer el mayor daño posible al estado y a la sociedad. El agente antiterrorista quiere hacer el mayor daño posible a la organización y si puede matar a todos de una vez, no lo duda. Aunque los daños colaterales sean infinitos. Nadie es obligado y todo comienza por propia voluntad. Entonces uno se pregunta, ¿son psicópatas? Nadie lo es del todo. He hablado con gente que ejerció la tortura y ninguno lo disfrutó, pero igual lo hacían.

-Podríamos decir qué casi se metió en la mente de un asesino para contar la historia de Púa, que genera tanto rechazo como empatía.

-Existe en ellos una fuerte negociación retrospectiva con lo que se hizo. Lo que uno fue, lo sigue siendo. Uno puede ser un ex terrorista pero uno no puede ser un ex asesino. Lo que se hizo, sigue estando en uno. Y cómo viven eso. Ninguno no se arrepintió de lo que hizo. Todos tienen un vínculo problemático con su pasado, ninguno está en paz. Lo que cuentan como experiencia es lo que uno rechaza y su culpabilidad es lo que genera empatía.

-La literatura le ofrece al autor la magia de intentar todo. ¿Una precuela tal vez?

-En principio no me planteo que Púa pueda tener otro libro. Muchos de los que han leído la novela me dijeron que me planteara una continuación. Te diría que no. Creo que lo que había para contar, ya se contó.

-¿No siguen los pasos de sus personajes Chamorro y Bevilacqua?

-No, nada que ver. En el caso de ellos, el origen de la historia era que pudiera continuar. Llevo 25 años publicando sus novelas. Van por el libro 13. Y la gente me pregunta qué va a pasar con ellos. El año que viene regresan a las bateas. Son guardias civiles investigadores de homicidios. Sus dos libros más famosos son El alquimista impaciente y La marca del meridiano.

EL POLICIAL

-¿Lo llena de orgullo o lo presiona estar considerado como uno de los íconos de la literatura policial española?

-La verdad es que siento que no hay mucho más. Cuando empecé a escribir, en los comienzos de la década del 90, me daba cuenta que en España no había una literatura policial al nivel de otros países. Estaba Manuel Vázquez Montalbán, pero que era casi periodístico, y yéndonos a los años ‘60, Francisco García Pavón, y no muchos más. Igual hay una respuesta a ello, el aislamiento cultural español del siglo XX entre el 1930 y 1975 que fue absoluto. El estado autoritario de Franco no permitía abordar lo policial o meterse con la Guardia Civil.

-Podemos decir que encontró tierra fértil en uno de los géneros más leídos del mundo.

-Entendí que el policía era un personaje rehuido, que tenía una connotación negativa por su vinculación a ese régimen totalitario y todo eso que parecía una dificultad, me sirvió como motor para revertirlo. Aproveché esa laguna que tenía el pueblo español para desafiarme y escribir. Así surgieron Virginia Chamorro y Rubén Bevilacqua en un primer libro que fue rebotado por 12 editoriales. Después me di cuenta que esa laguna tenía un fundamento. Los editores despreciaban el género.

-¿Cómo lo revirtió?

-En el año 97 quedo finalista del premio Nadal con La flaqueza del Bolchevique y mi editora acto seguido me pregunta si tenía algo más escrito. Le pasé tres novelas, entre ellas El lejano país de los estanques. Y la eligió para publicar. Así comenzó mi historia con la escritura que me alejó definitivamente de la abogacía. Y eso que tenía una linda carrera, pero la literatura me apasionaba mucho más.

-De detallar métodos de tortura a escribir historias juveniles e infantiles. ¿Cómo se desdobla su mente?

-Muchas de las cosas que le suceden a uno son por accidente. Nunca me había planteado escribir para el público juvenil. De hecho no entendía el concepto de literatura juvenil porque yo a los 12 años leía Kafka, Jack London, Alejandro Dumas, libros sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero mi editora que había leído La flaqueza del bolchevique, dijo encontrar algo que iba con el registro juvenil. No quería nada pedagógico pero sí una historia que transmita una sensación de moral alta. Y ese concepto fue el que me motivó. Escribí Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia, que gustó mucho.

-¿Subió la apuesta y llegó al público infantil?

-La respuesta es común a la mayoría de los autores infantiles. Surgió una vez que tuve mis hijos. Esa necesidad de entablar una comunicación con ellos a través de la literatura, dejando testimonio de cómo la mirada de mis hijos iluminaba mi visión. Los chicos miran el mundo con ojos nuevos y me gusta ese nuevo sentimiento. Tal vez sea lo más difícil de escribir pero también algo que me da mucho orgullo porque con el mismo texto tenés que cautivar a dos públicos bien distintos, el infantil que es quien lo recibe y el adulto que es quién lo elige.