“En el unipersonal se entrega el alma”
Belén Blanco volvió al teatro en el que debutó hace más de treinta años para protagonizar ‘Clandestina’. En la obra de Natalia Villamil la destacada actriz compone a una mujer que relata un aborto producto de una relación no consentida.
Una hora y media antes de la función de ‘Clandestina’, Belén Blanco llega al teatro San Martín. Recorre la escenografía, chequea que estén las cosas listas, abraza a sus compañeros porque “el teatro es comunión”; hace ejercicios vocales, come jengibre y repasa -casi como si fuera una meditación- muchos momentos de la obra. Así siempre, de miércoles a domingos, todos los días en los que se pone en la piel de Marta, una mujer que vive en el campo y relata un aborto clandestino producto de una relación no consentida.
“Todo ese ritual me encanta, lo necesito”, asegura la actriz que debutó en este mismo teatro con ‘Los invertidos’ a comienzos de la década del ‘90. Ahora es la protagonista de este unipersonal, un drama rural escrito por Natalia Villamil, que podrá verse en la sala Cunill Cabanellas hasta el domingo 29. “Es un trabajo muy sólido, tiene un texto muy interesante, yo estoy muy conforme”.
TESTIMONIAL
-¿Qué nos puede contar sobre ‘Clandestina’?
-Es una historia rural que viene de una novela de Natalia. Ella extrajo un personaje, que es esta mujer que cuenta su derrotero, en principio un aborto clandestino devenido de una relación no consentida, todo ese suceso de cosas que marcaron su vida y que ella dice que dividió su existencia en dos. Es un hecho que pasó hace tiempo, del cual toma distancia y se puede reír, opinar, con todas las consecuencias que eso tajo en su vida: perdió a su hermana y también habla de un cuerpo con toda su historia, cómo queda un cuerpo así. Es una historia testimonial. Es muy sencillo pero muy profundo el texto, y también el trabajo.
-¿Cuál fue el mayor desafío que le presentó Marta?
-Todos, en el sentido de componer a alguien con esa historia, intentar transmitirla desde un lugar verdadero y no desde uno solemne o melancólico, ni medio dramático. Encontrar el tono para mí fue lo más complejo. Porque es dar un testimonio y ella lo va atravesando, por momentos un poco más distanciadamente y en otros pone más el cuerpo. Descubrir ese registro fue súper difícil.
-De a poco estas temáticas que hablan de relaciones no consentidas o del aborto van alzando su voz...
-Yo lo veo bastante original al material. Cuando lo leí me resonó un montón porque yo nací en una zona rural, así que todo el código, todas las imágenes que tiene el texto me resultaron muy familiares. Y después el tema en sí mismo, que como ser humano te toca. Es verdad que no es una temática muy tratada y, además, lo de su contexto. Me gusta la mirada de Natalia porque yo también soy una persona del interior, sin nada, sin ningún recurso económico. Y esto pasa en medio de un silencio total. Esta situación, con todos los prejuicios que hay en los pueblos y hablar de una cosa así. Hay situaciones que están establecidas, como que están bien, que un tipo te toque, te acose, que haga lo que quiera con tu cuerpo; situaciones de mucho machismo, que en el interior es muy marcado.
-No es su primer unipersonal, ¿se siente cómoda haciéndolos?
-Cómoda no sería la palabra (risas). No.
-¿Pero hay algo en esa incomodidad que le debe seducir?
-Sí, es mi trabajo y realmente no dejo de elegir algo porque esté sola o no, sino por lo que cuenta. Esta historia podría haber sido relatada por tres mujeres o por la hermana y la protagonista, y también habría estado genial. El tema es que hacer un trabajo de una sola persona en el escenario es de un arrojo absoluto, hay que entregar el alma. Que no te olvides la letra, que no te pase nada, sostener y darlo todo. Es un desafío, pero también te permite un crecimiento. Yo sé que me exige mucho pero me da mucho más.
LA MIRADA DEL OTRO
-A lo largo de su carrera siempre se vio ligada a personajes muy fuertes e intensos, ¿le pesó eso en algún momento?
-No sé explicar si me pesa o no, me parece que los intensos son los mejores personajes, los que tienen algo que decir, los que están puestos ahí para representar a alguien. Uno también se construye con la mirada del otro, entonces es qué ve el otro que vos puedas hacer. No quiere decir que vos no puedas hacer otra cosa, pero yo sé que debe haber muchas cosas que podría hacer y que no sé y, otras que sé que podría hacer y que nadie me llama para hacerlas. Entonces es por eso que el trabajo del actor va muy en relación con la mirada del otro. Y yo voy haciendo en relación a eso, a sentirme cómoda con lo que el otro me propone y con lo que yo puedo darle al otro.
-Entiendo que es parte de su trabajo, ¿pero cuando encara personajes tan fuertes le cuesta salir de ese estado de intensidad?
-No es que me cuesta salir, pero quedo un poco cansada. Más que salir me cuesta mucho entrar. Por lo menos en este trabajo, en los ensayos me costaba mucho meterme en ese mundo. Después, una vez que entro la voy pasando, pero hacerte cargo de esos textos, de todo ese mundo y ensayarlo fue muy fuerte. Además, es un monólogo y estábamos las dos solas con la directora, con quien no nos conocíamos. De pronto, es una situación de mucha intimidad con alguien. Y decís: “¡Ay, Dios mío!” Pero lo sobrellevamos.
-¿Cómo vive su vuelta al San Martín después ‘Hamlet’, que hizo antes de la pandemia?
-¡Amo! Arquitectónicamente es un teatro que me fascina, es un lugar adonde me gusta ir. Además, la gente que labura ahí....Yo debuté en el San Martín así que hay personas a las que conozco de muchos laburos. Me siento muy cómoda. Hay una creencia de que el teatro oficial tiene algo medio solemne o de cosa rancia, pero yo siempre hice trabajos bastante diferentes, como que a mí ese teatro me ha dado lugar para hacer cosas muy distintas a lo que se ve, entonces tengo mucho agradecimiento.