En el nombre del padre

En la época de las nuevas sexualidades, en la cual los roles tradicionales son deconstruidos a veces hasta el límite de ser demonizados, diversos estudios confirman lo que es de sentido común y es que la evolución de la masculinidad y no la destrucción del concepto, genera mejores padres para niños que serán futuros adultos sanos psíquica y físicamente.

Desde hace cierto tiempo escuchamos ante diversos casos que van desde el abuso psicológico intrafamiliar hasta forenses como femicidios o filicidios, una supuesta explicación sobre la causa: la culpa es del hetero-patriarcado. Lo “hetero-patriarcal” es la fuente de y explicación suficiente a todos los males de la sociedad, es el lado perverso de la sociedad que hay que extirpar para que ésta renazca en una nueva forma. Esa deconstrucción es el fruto aun presente del postmodernismo, que implicaba que había que suplantar todo lo anterior y donde lo nuevo era tal por haber sido planteado por quienes demonizaban… lo viejo. Ese pensamiento que buscaba y aun buscan algunos posicionarlo como la cumbre de la intelectualidad, en realidad cae en el absurdo de ser nominado, como renovador, superior y, por ende, por definición mejor que lo anterior. Lo previo es negativo por el solo hecho de serlo e, intentando ser renovadores, en realidad se fortalecía y fortalece cada vez más la metodología del dogma: el que se autoproclama superador y no necesita de explicación alguna. Así, algunos de los padres fundadores de esa nueva religión que reemplaza como en todo pensamiento sectario al anterior destruyéndolo, pasaron a ser en realidad los sumos sacerdotes de esa nueva religión que reclama paradójicamente la muerte de los dioses y erigir en su altar al ateísmo como idea superadora. Sin embargo, esos sumos sacerdotes, como Foucault o Derrida por ejemplo, respondían a un época muy especial, muy diferente de la actual, y de la cual sus seguidores debieran tomar debidamente nota para intentar entenderlos. Las ideas del mayo francés pedían un sin duda necesario replanteo de lo anquilosado de lo anterior, y de hecho muchos de sus partícipes juveniles en ese momento, hoy en su etapa madura, han lógicamente cuestionado esas posturas. El inconveniente es que, y quizás el caso más significativo sea Foucault, los seguidores no se ocuparon de darle el lugar que merece: el del pensador, el filósofo emergente de una época. Lo colocaron en cambio en el lugar del profeta mesiánico. Así nadie leyó (ni fieles ni apóstatas) y menos aun hizo la lectura crítica que se debe hacer de todo pensador y comparada con autores que hayan abordado el mismo tema. Por ejemplo, de obras como la “Historia de la locura”, “Historia de la sexualidad”, el “Nacimiento de la clínica” o “Vigilar y castigar” se toman conceptos parciales que hacen imaginar una deconstrucción, con el único conocimiento de las solapas de algún libro u hoy una breve reseña por internet. Así se erigieron en seguidores (o críticos furiosos) de ideas fragmentarias. 
Alguien sobre el cual mucho se referenció Foucault fue Nietzsche y de alguna manera ocurrió con éste el mismo fenómeno: tomaron la idea del nihilismo, desconociendo la obra y cómo el pensamiento de Nietzsche significaba otra cosa que la simple negación de todo. Así creo llegaron a la idea de que deconstruir implica esa concepción: negar, y más concretamente destruir, como escalón previo a la construcción de un nuevo orden, idea que vemos hoy en varios frentes.
Establecida la nueva religión de la deconstrucción, debían empezar a buscar qué se debía deconstruir de manera urgente y de esta manera, al igual que niños que empiezan a descubrir el mundo tirando objetos y a veces éstos se rompen, se empezó con conceptos y entre otros, quizás primordialmente, con la imagen, con el rol de padre. El patriarcado, y de paso la idea de patria, eran conceptos no solo anticuados sino perjudiciales, por simple resolución que no ameritaba explicación más que la repetición en forma de letanía. Y así debe ser reemplazado por un nuevo orden que hoy vivimos. Se comentó en notas anteriores en esta sección, cómo por ejemplo la idea de reemplazar a los organismos nacionales en salud por supranacionales es algo que está en marcha activamente. La patria, la nación, debe ser deconstruida, los países no tener diferencias culturales y renacer reseteados en un nuevo concepto. Las explicaciones del orden patriarcal, sea del “pater familia”, o el de patria, se buscaron y buscan fundamentar en absurdos lógicos pero coherentes con esa lectura fragmentaria e interpretaciones extrañas de Foucault, por ejemplo. En este constructo mental, la violencia doméstica, y casi por extensión toda forma de violencia, es patriarcal. Esa secuencia lógica sin embargo es contestada en otras áreas, menos ideologizadas: nadie se atrevería a decir que dados los casos de accidentología vial, o los conductores que conducen alcoholizados o drogados, hay que destruir o prohibir los vehículos so pena de ser tomado por un “estultido orate” (un giro antiguo para evitar otras expresiones). Sin embargo, la heterosexualidad, el “patriarcado” hay que “extirparlo”, usando paradójicamente una lógica violenta antigua y quizás patriarcal, y es que algo se cura extirpándolo.
En los últimos años aparecen cada vez más estudios sobre los nuevos roles de la masculinidad y la necesidad de revitalizarla en un mundo que -paradójicamente a lo que plantean los deconstructores-destructores- sufre las consecuencias de una caída en la masculinidad y así nace la sombra en el sentido Junguiano o simbólico de ésta y ahí sí los aspectos perversos. Los Uranos, o Cronos, los padres en su aspecto negativo, que devoran a sus hijos resurgen en su destrucción al quitar al padre (positivo) de la ecuación. De hecho, es una advertencia de todas las religiones y mitos que cuando desaparece uno de los opuestos complementarios el mundo, en el sentido mítico del cosmos, se detiene.
Entre estos trabajos uno me ha llamado la atención y es el de Sarah J. Schoppe-Sullivan, quien en estudios extensos sobre parejas modernas en la cual la mujer no necesita rescatar belicosamente roles que ya tiene, los hombres que logran anclarse en valores tradicionales masculinos y paternales para avanzar sobre un mundo en transformación en el que se reclama una revisión, renovación y superación del rol, pero no una destrucción, eran relacionados con mejores hábitos parentales. La autora creadora del “Proyecto Nuevos Padres”, encontró que características masculinas estereotipadas consideradas tradicionales estaban vinculadas a la crianza positiva señalando a éstas como ser: competitivo, atrevido, aventurero, dominante, agresivo, valiente y resistente a la presión. Por otro lado, la creencia o la auto obligación de ser proveedores económicos únicos de la familia, y el sexismo, o diversas formas de destrato o violencia de cualquier tipo, evidentemente eran indicadores de una crianza, de una paternidad, negativa.
Es decir, está cada vez más claro que las sociedades están pagando el costo de destruir los roles masculinos positivos porque inevitablemente emergen los negativos. Vivimos cada vez más bajo el imperio de nuevas y más formas de violencia de todo tipo, y esto lo señalan autores desde la sociología como Luigi Zoja quien dice: "En la sociedad pospatriarcal, destituido el padre, reaparece el lado masculino más terrible" o la criminología, como Zimbardo en su libro Hombre desconectado/interrumpido (Man, Interrupted), señala este mismo peligro.
Recuperar, reconstruir en un nuevo paradigma el rol de padre parece ser la vía y no intentar destruir en la fantasía infantil de un mundo unipolar y carente de estructura y límites en el cual cada uno diagrama su visión del mundo, intentando reinventarlo una y otra vez como Sísifo.
Hay padres que parecen imitadores de los peores momentos de los dioses que enloquecieron y devoraron a sus hijos, pero hay muchos más padres con valores tanto antiguos, como modernos, que sostienen y permiten criar juntos y de manera complementaria, y no en oposición a las madres, a nuevos seres, sus hijos, plenos.
Feliz día del padre para todos ellos.