En el Fondo son buenos

Mientras en el Congreso de la Nación los diputados debaten en las comisiones de manera acalorada en torno a la Ley Ómnibus presentada por el Poder Ejecutivo, el equipo económico se anotó un poroto al anunciar el miércoles que fue reflotado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

El pacto, caído a partir de que la gestión de Alberto Fernández no cumpliera con las metas establecidas, languidecía a la espera de que un nuevo gobierno pudiera insuflarle un hálito de vida. No le costó mucho a La Libertad Avanza ponerlo nuevamente de pie.

La razón es sencilla y tiene que ver con este cambio de lógica que impulsan los libertarios de Milei, militantes de una revolución que no se ciñe solamente a lo económico, sino que busca poner patas para arriba al país desde la mismísima mirada social. Vale preguntarse si le alcanzarán cuatro años para semejante aventura.

Lo cierto es que hasta ahora en la siempre tirante relación con el Fondo Monetario Internacional los gobiernos de turno le advertían al organismo que no cumplirían con las metas pactadas a costa del hambre del pueblo. Esa era la frase. La relación parece haberse invertido: para Milei primero está hacer la tarea y después tomar la leche.

No es una novedad. Ya durante la campaña electoral el ahora jefe de Estado dejó en claro que su gobierno no tendría problema alguno con el Fondo ya que sobrecumpliría los objetivos. De pronto, en un pase de magia, pasaríamos a ser el mejor alumno. Insólito.

De hecho, el objetivo de déficit cero que se ha planteado el Gobierno implica un ajuste mucho mayor que el que exige el Fondo. De allí que reflotar el acuerdo no haya sido para nada desgastante.

MUSIQUITA

El ministro de Economía, Luis Caputo, brindó los detalles en la noche del miércoles y anunció que “el staff del Fondo va a mandar esta recomendación de acuerdo al Board del Fondo con lo que son las nuevas metas, y sujeto a la aprobación del Fondo esto va a implicar un desembolso de 4.700 millones de dólares”.

“No es plata nueva, es la plata para pagar los vencimientos de capital ocurridos en diciembre que para hacerlo tuvimos que pedirle plata a la CAF. El vencimiento de enero y el que va a venir en abril. Esos tres vencimientos suman aproximadamente ese monto”.

Y agregó: “Si quisiera ir a un nuevo acuerdo y eventualmente pedir nuevos fondos, el Fondo Monetario está abierto a esa posibilidad, pero nosotros creemos que es hora que el país resuelva sus problemas financieros solucionando sus problemas estructurales de fondo, que es su adicción al exceso de gasto público, al déficit fiscal que es en definitiva lo que termina generando todos los problemas que la sociedad después sufre”.

Las palabras de Caputo son música para los oídos del Fondo Monetario Internacional, cuyos dirigentes pregonan el evangelio del equilibrio fiscal, de allí que en sorna suela decirse que su sigla en inglés (IMF) significa en realidad It’s mostly fiscal (es mayormente fiscal). La receta es la misma, siempre y en todo lugar.

Las miradas del gobierno y el Fondo son convergentes en cuanto a la austeridad fiscal. En Washington los directivos del organismo se pellizcan, no dan crédito a la situación singular en la cual, al menos por una vez, el país y el organismo están parados en una misma vereda. Que eso sea bueno ya es otra cosa.

En su libro La Argentina en el Fondo, el economista Alejandro Werner, exdirector del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, destaca la importancia de que el país transite por la senda de la austeridad.

En sus páginas subraya la idea de que Argentina vive por encima de sus posibilidades. Postura que reiteró el último 22 de octubre en un reportaje con La Prensa, cuando afirmó: “Que Argentina gaste 11% del PIB en pago de pensiones es un monto más parecido a países avanzados con poblaciones más viejas que la argentina. Lo mismo ocurre con los subsidios energéticos, que son tremendamente regresivos. No tienen ningún sentido. Argentina necesita un Estado más chico, una cobertura social más focalizada y eventualmente un equilibrio fiscal con impuestos más bajos”.

Por supuesto, tampoco ve con malos ojos la privatización de las empresas públicas. “Argentina necesita bajar la carga del gasto público en la economía, flexibilizar las restricciones que limitan las inversiones en sectores clave. Se debe privatizar lo poco que no se ha privatizado pero que es un anacronismo, como una aerolínea que pierde u$s 700 millones al año en un mundo donde casi no existen aerolíneas públicas”, enfatizó.

AJUSTE

Para alcanzar el equilibrio fiscal y sofocar el proceso inflacionario el Gobierno se ha embarcado en un feroz ajuste del gasto público. Por ahora todo es esfuerzo. Tal vez sea muy temprano para empezar a pedir resultados, pero, una vez más, el factor temporal resulta clave. Sobre todo, en la paciencia de la población.

El economista Salvador Di Stefano analizó el cuadro de situación y en su cuenta de Twitter fue claro al destacar que, al menos por ahora, “el ajuste va a la velocidad de una liebre y las inversiones se mueven como una tortuga”.

En los libros de texto el orden viene antes de las inversiones, cuando se crea el famoso clima de negocios y se hacen los cimientos de la seguridad jurídica. Pero el margen temporal es acotado, sobre todo en una sociedad con altos niveles de pobreza y donde los salarios caerían entre el 10 y el 15% en su capacidad de compra.

Algunos sindicatos ya comenzaron a negociar paritarias, pautando aumentos de carácter mensual. Otros, más tímidos, aún no golpean la puerta de la gerencia. Y, lo más grave de todo, una masa de trabajadores informales -que ronda el 40% de la población económicamente activa- ni siquiera tendrá chances de hacerlo. Quedarán a merced de la buena voluntad y el aumento a ojo del patrón.

INFLACION

“Si tenemos un 30% de inflación en diciembre es un numeroso”, dijo el presidente Javier Milei hace unos días y sus declaraciones levantaron polvareda. Sin embargo, las fuerzas del cielo lo iluminaron: el dato del Indec para el último mes fue de 25,5%, alcanzando una variación interanual del 211%.

En esto de soltarle las riendas al mercado y cancelar los controles hubo sectores que no demoraron en su afán por recuperar el terreno perdido, ubicándose por encima del índice general. Entre ellos, Bienes y Servicios escaló 32,7%; Salud, 32,6%; Equipamiento para el hogar, 30,7%; y Alimentos y Bebidas no alcohólicas, 29,7%.

En la televisión los noticieros le tiran sal a la herida. Los zócalos hablan de “precios imposibles” en un bombardeo constante sobre la ya frágil psiquis del consumidor argentino. Porque esto, amigos, no es todo. Aún falta que se sinceren los precios de la energía y el transporte -al menos en el AMBA-, en tanto que la medicina prepaga amenaza con volver a subir en febrero, esta vez un 30%.

Será más que arduo aniquilar con armas nobles una inflación que alcanzó el orden del 200% anual. El economista Eduardo Crespo, en la nota de tapa del suplemento de Economía, brinda un dato clave: la dinámica alcista de los precios no menguará mientras haya luz verde para la indexación.

Aquí es donde se produce el dilema ideológico. El pragmatismo pide frenar la indexación pero los principios libertarios lejos están de imponer prohibiciones. ¿Valdrá la pena, en este caso, morir con las botas puestas?

Hay expertos que en esta dinámica de destrucción del peso oyen de fondo el débil latido de la dolarización. ¿Avanzará el Gobierno en esa dirección, como lo prometió en campaña, cuando la moneda local no valga nada? ¿Le pondrán el candado al Banco Central?

La banca JP Morgan, en un documento titulado Eye on the Market (ojo en el mercado), fue lapidaria con la idea. El economista Michael Cembalest consideró que "la dolarización argentina será un fracaso si se implementa".

Tras enumerar todos los factores económicos y políticos que deberían alinearse antes de dar el paso hacia la dolarización, enfatizó: "Argentina no tiene ninguno de estos atributos, y aunque Milei lo intenta, dudo que pueda 'desperonizar' lo suficiente a la Argentina. La dolarización daría paso a la desdolarización en un período bastante corto". A escuchar a los que saben.