En Medio Oriente, la paz se negocia “hablando en árabe”
Por Leandro Fleischer
La idea de que en Medio Oriente hay que “hablar en árabe” no es mía, sino del activista árabe-israelí Yoseph Haddad, a quien recomiendo seguir en sus redes sociales por su carisma y lucidez al desmentir las acusaciones de “apartheid”, “genocidio” o “limpieza étnica” contra Israel en todo el mundo. Haddad, autor del libro Permítanme explicar (por ahora solo en hebreo, aunque su versión en inglés está en camino y he ofrecido colaborar en su traducción al español), sostiene que en Medio Oriente los países árabes y musulmanes no árabes sólo entienden el lenguaje de la fuerza.
Haddad ha criticado repetidamente, incluso antes del 7 de octubre, las respuestas tibias de Israel a los ataques de grupos terroristas palestinos. Según él, el Estado judío solía responder por horas o días, para luego ceder ante la presión internacional, permitiendo a los terroristas marcar el ritmo, rearmarse durante las pausas y atacar con mayor fuerza. Esta dinámica, argumenta, contribuyó a la masacre del 7 de octubre.
Líderes como Netanyahu y Trump entendieron esta lección. Decidieron “hablar en árabe” para traer de vuelta a los rehenes, derrotar contundentemente a Hamás en Gaza, a Hezbolá en Líbano y debilitar a Irán. Sin esta postura firme, la existencia misma de Israel estaría en jaque (o jaque mate). La teoría de “la paz a través de la fuerza” es clave en la región: los acuerdos de paz con Egipto, Jordania y, más recientemente, con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán (los Acuerdos de Abraham) no habrían sido posibles sin las victorias militares defensivas de Israel. Sin ellas, el Estado judío no existiría.
Todo indica que estos acuerdos se expandirán. Indonesia, el país con más musulmanes del mundo, y Arabia Saudita, cuna del islam, podrían sumarse pronto a los Acuerdos de Abraham, seguidos por otros.
Esto aislará aún más a Irán, cuyo régimen fanático deberá abandonar sus ambiciones genocidas si quiere sobrevivir, y obligará a los palestinos a dejar de actuar como niños caprichosos a los que se les permite todo mientras buscan un genocidio contra los judíos, como proclaman a diario. De hecho, su identidad como nación está intrínsecamente ligada a estas intenciones racistas, ya que fueron inventados en los años 60 por los enemigos de Israel para “arrojar a los judíos al mar”. Sin ese propósito, serían simplemente sirios, jordanos o egipcios.
Qatar, aliado de la Hermandad Musulmana -cuyo objetivo es destruir Occidente y someterlo al Islam-, juega un doble juego: se disfraza de mediador mientras financia el terrorismo global, incluido Hamás, e invierte miles de millones en universidades y medios occidentales para propagar narrativas antioccidentales para, lentamente, acabar con las libertades que muchas veces damos por sentadas. Logra manipular a sus idiotas útiles predilectos, que también claman por la derrota del mundo libre: los descerebrados woke y un sector minoritario de derechistas radicales.
Sin embargo, las victorias de Israel, con apoyo de Estados Unidos, han forzado a Qatar a presionar a Hamás para liberar rehenes, frustrando sus planes. Turquía, con objetivos similares, también se ha visto obligada a moderarse y presionar a Hamás, gracias a la firmeza de Israel y EE.UU., en contraste con la cobardía europea.
No obstante, hay que estar alerta y nunca bajar los brazos. Así como los objetivos de los islamistas han sido frenados gracias a la contundencia de Israel y EEUU, pueden salir a flote cuando menos lo esperemos.
Europa debe aprender esta lección. Con el enemigo ya dentro de sus fronteras, seguir “hablando en europeo” con corrección política llevará al suicidio. Es hora de que Occidente, especialmente Europa, comience a “hablar en árabe” para enfrentar los duros desafíos que se avecinan.
