LA MIRADA GLOBAL

Elon Musk y el caso Epstein erosionan las bases de sustentación de Trump

La ruptura más traumática para Donald Trump en las últimas semanas fue su conflicto a cielo abierto con Elon Musk.

De la motosierra y el DOGE, al ostracismo, las denuncias que se borran de las redes sociales y el anuncio de un tercer partido político en el tradicional espectro bipartidista estadounidense. Rápidamente fue desacreditado por Trump, quien, cuando necesita aclarar demasiado deja en evidencia que está afectado. Le dolió.

El distanciamiento se transformó rápidamente en enfrentamiento. El punto de quiebre fue el anuncio de Musk sobre la posible creación de un tercer partido político en Estados Unidos. En un sistema históricamente bipartidista, la sola idea de una alternativa organizada y financiada desde la derecha generó incomodidad en el trumpismo. Pero lo que más molestó fue la forma y el momento.

EL GURU

Detrás de esta tensión aparece el nombre de Curtis Yarvin. Un programador y teórico político poco convencional, conocido en los márgenes de la filosofía neorreaccionaria. Bajo el seudónimo Mencius Moldbug, impulsó durante años una crítica radical a la democracia liberal.

Defiende un modelo de gobierno que combina la eficiencia empresarial con el orden autoritario. Su propuesta más provocadora: abolir el sufragio universal y sustituir el Estado por una corporación administrada por un “CEO vitalicio”.

Yarvin propone que la sociedad debe abandonar la ilusión de participación colectiva y aceptar el orden como condición de prosperidad. Su influencia creció en ciertos círculos libertarios y tecnocráticos de Silicon Valley.

No tiene estructuras formales ni una organización política, pero sí lectores influyentes. La eventual alianza con Musk -aunque aún informal- pone sobre la mesa un dilema para la derecha estadounidense -regional y global-: ¿seguir orbitando alrededor de figuras políticas tradicionalmente construidas o abrir una vía paralela con otro tipo de liderazgo?

LA FRACTURA

La fractura es reciente, pero ya genera consecuencias. El ecosistema mediático conservador comenzó a alinearse. Algunos medios desacreditan a Musk, otros lo reivindican como alternativa futura. Mientras tanto, el Presidente estadounidense observa. No lo dice, pero lo sabe: si Musk avanza, lo hace con recursos, con llegada y con una narrativa de futuro que podría seducir nuevamente a los votantes desencantados.

Trump construyó poder en base al control. Alineó gobernadores, jueces, periodistas, influencers. Nunca toleró los márgenes autónomos. Elon Musk ahora es exactamente eso, un margen incontrolable. Y si decide intervenir electoralmente, lo hará sin pedir permiso.

La irrupción de una figura con capital simbólico, económico y tecnológico que desafíe al liderazgo central dentro del mismo espacio ideológico plantea preguntas relevantes hacia futuro, incluso fuera de Estados Unidos.

¿Puede surgir una alternativa que no pase por las estructuras tradicionales de la política -que tanto Trump como Milei y Bolsonaro utilizaron-, sino por la innovación, la autonomía y la disrupción permanente? ¿Hay margen para una nueva derecha que no se articule desde la épica, sino desde las nuevas lógicas, la eficiencia y el poder

corporativo? ¿Qué pasa cuando el liderazgo no tolera márgenes autónomos y el margen se convierte en amenaza real? ¿Cómo se responde cuando la disputa es simbólica, y la amenaza no necesita ganar una elección para empezar a dañar?

TERRENO DESCONOCIDO

Estados Unidos podría estar entrando en un escenario inédito. No por el surgimiento de un tercer partido -algo que ha sucedido muchas veces sin éxito-, sino porque esta vez se trata de una figura con capital financiero, tecnológico y simbólico.

Musk no necesita ganar para dañar. Su sola presencia puede alterar la dinámica electoral de 2026 y, sobre todo, la presidencial de 2028. Trump lo sabe. Por eso respondió. Por eso, esta vez, no lo dejó pasar.

SISMO EPSTEIN

En tanto, la administración Trump cerró oficialmente la investigación sobre Jeffrey Epstein al confirmar que se trató de un suicidio y que no existe una “lista de clientes” ni pruebas de chantajes.

El informe conjunto del FBI y el Departamento de Justicia (DOJ) puso fin a una de las principales banderas simbólicas del movimiento MAGA contra el deep state -la casta, versión estadounidense-.

Sin embargo, las réplicas del terremoto que el caso representa para todo el arco, impactaron dentro del gobierno.

Tras la publicación del informe, trascendió una fuerte discusión entre la fiscal general Pam Bondi, el director del FBI Kash Patel y su segundo al mando, Dan Bongino.

Bondi, es una referente legal de confianza del presidente, y por su cargo encabezó la publicación del informe oficial que cierra el caso, descartando tanto la existencia de una “lista de clientes” como teorías de asesinato.

Esta decisión fue interpretada por una parte del movimiento MAGA como una claudicación, que terminó derivando en la fuerte discusión entre la fiscal general y Dan Bongino -ex agente del Servicio Secreto y figura influyente en los medios alternativos afines al trumpismo-.

Al día siguiente Bongino no se presentó a trabajar, lo que alimentó rumores de renuncia.

También se especuló con la salida de Kash Patel, abogado y ex funcionario de seguridad nacional, ahora al frente del FBI, quien en su momento había sostenido públicamente la necesidad de investigar el Black book de Epstein.

Ambos, tanto Bongino como Patel, habían alimentado las expectativas de la base MAGA respecto a futuras revelaciones. Aunque las renuncias fueron desmentidas por el vicefiscal general Todd Blanche, el conflicto dejó en evidencia una grieta interna.

Bondi defendió el cierre definitivo del caso, argumentando la protección de víctimas y la inexistencia de nuevos elementos, mientras que voces cercanas a Bongino y Patel consideraban necesaria una investigación paralela o una desclasificación total para preservar la confianza del electorado.

El choque no fue solo de estilos, sino también de enfoques estratégicos frente a un tema que aún conmociona a la base política que llevó a Trump nuevamente a la Casa Blanca.

Cuando estalló el enfrentamiento con Trump, Elon Musk llegó a insinuar en redes que el Presidente podría estar implicado, aunque borró luego su publicación. Y paralelamente, se reveló que los videos de vigilancia de la celda de Epstein fueron editados con Adobe Premiere.

Estos elementos ensucian el cierre definitivo que la fiscal general pretende darle al caso.

Además del escenario internacional candente, la Casa Blanca debe gestionar esta crisis interna.

Voces influyentes del movimiento MAGA, exigen la desclasificación completa, citaciones a figuras históricas y hasta una investigación especial.

Frente a este clamor, los gestos simbólicos no alcanzan. La presión para que Trump tome una decisión contundente -ya sea respaldando a Bondi con reformas en su equipo o impulsando una reapertura parcial del caso- marcará la agenda política interna de Washington.

La resolución oficial del caso Epstein, lejos de cerrar un ciclo, desata una fractura sísmica en el bloque más leal del trumpismo, que se siente traicionado por quienes prometieron exponer a la casta global y hoy piden pasar la página.

Si no se restablece cohesión en torno a una narrativa creíble y una estrategia política clara, la coalición MAGA podría llegar dividida a las elecciones de medio término, con un liderazgo presidencial cuestionado desde sus propias bases.