Siete días de política

El único adversario de temer para el gobierno es la inflación

El kirchnerismo se retiró del poder con un récord mundial de inflación (211%) lo que obliga a Javier Milei a un feroz ajuste, pero debilita a la vez cualquier intento de restauración “K”

A pesar de tener a todos los factores de poder en contra, la principal amenaza que acecha a Javier Milei sigue siendo la de un descontrol inflacionario. El jueves último esa amenaza quedó reflejada en el índice de aumento de precios al consumidor que alcanzó al 25% para el mes de diciembre y el 211% para todo 2023. El último gobierno de Cristina Kirchner se retiró con un récord mundial que empequeñeció hasta al régimen chavista. 

La aceleración inflacionaria fue analizada desde distintas perspectivas, pero más allá de la devaluación decidida por el gobierno actual o la liberación de precios, quedó a la vista que su causa principal fue el modelo “K” de alto déficit fiscal, subsidios impagables y emisión disparatada. 
Especialmente durante el último año con el plan “platita” para ganar las elecciones Sergio Massa dejó a Maduro a la altura de un enano. Lo que tiene un lado “positivo” para el presidente Milei: su principal antagonista no tiene autoridad para cuestionarlo, ni menos aún, un plan creíble para sacar al país de la crisis que generó. Sólo le queda hacer ruido en los medios, las redes y el Congreso. En el caso de la Justicia deberá esperar hasta fin de mes.

El problema, entonces, para Milei está en los mercados que no tienen feria y todos los días dan su veredicto. La semana empezó mal en ese sentido con los dólares libres en alza, así como el riesgo país, hasta que el miércoles el FMI desbloqueó US$ 4.700 millones para ayudar al gobierno en su frente más difícil: la aguda escasez de reservas. Así fue como el contado con liquidación, el dólar bolsa y el blue se estabilizaron y volvió a reaparecer cierta moderada confianza en la muñeca de Luis Caputo. El riego país quedó por debajo de los dos mil puntos, pero todo es precario y las expectativas, volátiles.

Llamó en ese sentido la atención el hecho de que YPF volviera a los mercados después de cuatro años y colocara deuda por 800 millones de dólares a una tasa de 9,8% anual. Es decir con un riesgo país menor a los mil puntos.
El gobierno debe abatir rápidamente la inflación y aunque su receta es la única disponible –un fuerte recorte del gasto fiscal—los pronósticos de los especialistas difieren. Domingo Cavallo, por ejemplo, acertó con el 25% de diciembre mientras sus colegas pronosticaban un 30%. Sus profecías a más largo plazo desautorizan, sin embargo, cualquier optimismo. Cree que en enero y febrero la tasa de inflación será mayor que la de diciembre, pero que en abril podría ser de una cifra. De todas maneras considera que la inflación de este año será superior a la de 2023.
De cumplirse el inquietante vaticinio, las expectativas favorables a la gestión Milei bajarán. Comenzarán las dudas sobre la viabilidad de sus planteos y la gobernabilidad quedara inevitablemente afectada. 

Pero el miércoles fue un día de suerte para él. No sólo pudo anunciar el respaldo del FMI, sino que el camionero Pablo Moyano, que lleva el inconsciente a flor de labios, dijo con todas las letras que el plan de la CGT consiste en “voltear el DNU y la ley ómnibus”, esto es, dejar al gobierno sin herramientas para enfrentar la crisis. A falta de lira, la idea del sindicalista consistiría en incendiar Roma al sonar de los bombos.
Más allá de la posibilidad de que la CGT consiga sus objetivos, las amenazas de Moyano probaron tres cosas: que ni el publicista del presidente, Santiago Caputo, podría haber elegido mejor adversario, que el peronismo se encuentra en estado preanárquico (ver “Dura interna en el PJ”)  y que los intentos de acercamiento de Guillermo Francos con el gremialismo naufragaron estrepitosamente. No hay diálogo posible con los sindicatos si se les toca el bolsillo.

El otro escenario al que miran los mercados para evaluar la gobernabilidad es el del Congreso, donde comenzó a debatirse la ley ómnibus. La discusión parlamentaria tiene por lo menos dos niveles. Uno es el del “show” para los medios, en especial la TV, en el que el peronismo tuvo un protagonista afligente en Santiago Cafiero que escenificó penoso intento de patoteada a su colega José Luis Espert. El escándalo prefabricado, los gritos y el “bulling” reemplazaron cualquier posibilidad de análisis conducente. En resumen, fue una mascarada para los medios.

El segundo nivel es el del acuerdo con la oposición no peronista. Se hace en silencio y, según voceros oficialistas, permitiría la aprobación de partes importantes del proyecto. A cambio el Ejecutivo aceptaría modificaciones (“sugerencias”) en la reforma política, la delegación de facultades y la desregulación pesquera entre otras cuestiones. 

De llegarse a un entendimiento con los que no gritan, el presidente libertario podría exhibir un grado razonable de gobernabilidad, lo que no lo exime de acertar lo más rápido posible con un plan antiinflacionario efectivo. Ahí se juega el futuro.