La palabra “topo”, si aquí se entrecomilla, es porque no alude al animalito excavador sino a quien, infiltrado en una organización, sirve a los propósitos de otra. El cual, para hacerse insospechable, se finge el más decidido - cuando no el más fanático - denostador de aquella organización a la que realmente sirve.
Disculpe el lector, la similitud futbolera: años ha en El Gráfico un experimentado jugador decía que aquel que va a cometer el penal para el que fue sobornado, juega hasta entonces con un denuedo tal que impresiona a su parcialidad. Y ésta jamás sospecha de él.
¿Es Milei un topo? Podríamos quitar los signos de interrogación; todo hace pensar que sí, lo es. El sobrino de Carlos Menem es su candidato a gobernador en La Rioja. Ricardo Bussi (h) de larga andadura en política, e hijo del tristemente célebre gobernador, lo es en Tucumán. Por otro lado, ni más ni menos que Sergio Berni, ha denunciado que muchos concejales que integran las listas libertarias fueron le fueron impuestos a Milei por Massa o por los intendentes peronistas. ¿Impuestos o negociados, cabe preguntarse? Y la segunda opción es, de seguro, la respuesta.
Además, tal casta no se limita a su faz política; también tiene sus rostros empresario y gremial. Por ello, llama la atención la vinculación de Milei con el primero y la bienvenida que le da lo peor del segundo.
En efecto, su carrera como ejecutivo tuvo lugar en las empresas del prebendario grupo Eurnekian, merodeador de todos los gobiernos. Y quien le dio una calurosa bienvenida al estrado político ha sido, tan luego, Luis Barrionuevo. Sí, aquel que, en un arresto de sinceridad, dijo que “…si dejamos de robar dos años, el país se arregla.”
¿Se equivoca Barrionuevo, al recibir calurosamente a quien quiere terminar con la casta? Su olfato político y sus larguísimos años de gremialista hacen pensar lo contrario.
Poco tiempo atrás, nos ocupamos en esta columna de aquellos que irrumpen como contestarios en la escena pública pero que, una vez instalados en ella, diluyen sus aristas y se integran con lo que, hoy por hoy, se llama “políticamente correcto”. Cosa que puede suceder con Milei, si llega a la presidencia.
Dejemos de lado sus facetas risibles -comunicaciones con muertos no necesariamente humanos, confesiones acerca de tríos de alcoba y otras lindezas– facetas que, en algún lugar serio o en otros momentos de nuestro país lo hubieran confinado al rincón de los lunáticos. Pero el lunático está allí y ganó en las primarias. Y no es una enfermedad; es su síntoma. Sólo en una sociedad muy deteriorada pudo llegar tan lejos.
Demás está aclarar que no decimos esto desde la vereda de la “casta”, a la que, en realidad le va mejor el mote de camarilla. Vocablo que, para el Diccionario de la Lengua Española, significa: “Conjunto de personas que influyen subrepticiamente en los asuntos de Estado”. Cosa que hacen las que dirigen el entramado de partidos y gremios, de trabajadores o de empresarios, que conduce al país.
Todo lo contrario: nos alarma que se desnaturalice la sana protesta de los electores contra esa camarilla. Que merece que alguien la encarne con seriedad. Además, atención, esa camarilla sabe recibir díscolos y amaestrarlos. Y, para engañar al ciudadano, también sabe pintarlos con piel de lobo aunque sólo sean su corderos.
No nos negamos a la posibilidad de que Milei, si accede a la Presidencia, proceda como lo aconseja Maquiavelo (y como no lo hizo Alberto Fernández). Es decir que ultime a sus padres políticos y actúe por las suyas. Algo así como lo hicieron el monstruo del doctor Frankestein o el Golem del rabino de Praga (esto último se adecuaría mejor a las tendencias talmúdicas del candidato). Sí. Posible es. Pero, por ahora, parece poco probable.