Tesoros de la humanidad

El rincón de los poetas


El Rincón de los Poetas es la parte más conocida de la Abadía de Westminster. Allí se entierran a reyes y reinas, a príncipes y princesas, así como personalidades de la política y las ciencias .. Pero este rincón literario es, lejos, el más visitado. Entre sus paredes y baldosas hay placas que conmemoran a los más famosos autores de habla inglesa, aunque no todos sean necesariamente poetas (sabemos que la poesía es un pecado de juventud que muchos tratan de olvidar u ocultar).

El primer registro de tal rincón es del año 1733, cuando Joseph Addison se refirió a este espacio como el lugar que alberga “el polvo de los que alguna vez fueron grandes y sabios”.

Los primeros literatos en habitar este espacio fueron Geoffrey Chaucer y Edmund Spenser.

No hubo un criterio homogéneo. De hecho, coexisten autores inmortales junto a personajes famosos en su tiempo pero que no han soportado la prueba de cronos –el insobornable dios del tiempo–.

¿Quién decide el acceso a este Parnaso británico? El deán de la Abadía. En una época, era permeable a sugerencias de ricos y poderosos, pero actualmente consulta con un grupo de especialistas que determinan quién merece tener acceso al paraíso de las letras inglesas. Estos expertos son inmunes a las sugerencias de las autoridades. Desoyeron incluso a la mismísima reina Isabel ll cuando ella propuso la inhumación de P. G. Wodehouse (una aclaración, ya no se entierra en este lugar a los poetas muertos porque el espacio es reducido, así que los que acceden a este edén literario deben ser cremados).

No siempre hay coincidencias entre quienes gozan de prestigio en vida y quiénes acceden al Valhalla de los bardos. De los veintiún poetas laureados desde la Edad Media a la fecha, solo diez accedieron al célebre rincón. El tiempo suele ser el mejor jurado... Solo un poeta recibió este honor en vida: Robert Graves. Otros demoraron años o décadas antes de acceder, y en el caso del primer poeta de lengua inglesa, un monje del convento de Whitby llamado Caedmon, se tomaron 1300 años para incluirlo, ya que recién se lo reconoció como tal en 1966.

Algo similar ocurrió con Christopher Marlowe (1564-1593), uno de los grandes dramaturgos isabelinos contemporáneo de Shakespeare, quien accedió a este recinto en 2002, es decir, 409 años después de su muerte.

El más célebre es William Shakespeare, pero el cuerpo del dramaturgo no habita este rincón, ya que se tomó la molestia de advertir a la posteridad que aquel que removiese sus huesos de la iglesia de la Santísima Trinidad en su ciudad natal sería maldito por la eternidad. La advertencia fue efectiva, y este cenotafio cuenta solo con la presencia escultórica del poeta.

La escultura que retrata al rey de los bates fue hecha por Peter Scheemakers e incluye unos versos de La Tempestad –aunque la frase fue alterada y en lugar de decir “wreck” (naufrago) dice “wrack” (destrucción)–. Algunos exegetas sostienen, con argumentos algo rebuscados, que este “error” hace referencia a la teoría de que el verdadero autor de la inmensa obra de Shakespeare no habría sido otro que Sir Francis Bacon, político y científico.
Alrededor de Shakespeare también hay homenajes a intérpretes de su obra como el actor David Garrick (1717-1779) y Sir Henry Irving (1838-1905), el productor teatral a quien le cupo el ¿dudoso? honor de ser la primera personas cremada en acceder a este rincón.

Desde 1991 también habitan los restos del célebre Sir Laurence Olivier (1907-1989) y la actriz Peggy Ashcroft (1907-1991).

POETAS DE LA GUERRA

Se destaca en este rincón un espacio reservado para los llamado “Poetas de la guerra”, aquellos jóvenes que pelearon por King and Country en una de las contiendas más espantosas de la historias, la que comenzó en 1914 y se llevó a una generación de jóvenes brillantes quienes, como decía Laurence Binyon (1869-1945): “no llegarán a viejos”. Rupert Brooke (1887-1915) murió en la isla de Skyros después de haber peleado en Amberes. Él nos dejó su poema El soldado:

Si es que muero, esto sólo pensad, tan sólo esto:/

que algún rincón cualquiera de alguna tierra extraña/

es ya Inglaterra siempre (…)

Wilfred Owen (1893-1918) no solo dejó sus impresiones sobre la guerra sino que fue distinguido con la Cruz Militar. Falleció una semana antes del fin de las hostilidades. Y entre ellos está Rudyard Kipling (1865-1936), premio Nobel de Literatura, autor de obras inmortales. Si bien no combatió, nos dejó un poema inmortal que alimentó el orgullo de generaciones de jóvenes. If (Si) es una oda a la resistencia en la adversidad, cuyo final no recuerda que:

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud./

O caminar entre reyes, sin menospreciar a la gente común./

Si ni amigos ni enemigos pueden herirte./

Si todos pueden contar contigo, pero ninguno en exceso. Si puedes llenar el implacable minuto,/

con sesenta segundos de diligente labor/

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,/

y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!