Dirigida por Carlos Kaspar, volvió al escenario como protagonista de la comedia ‘Hay que darle el gusto a mamá’
El regreso de Judith Gabbani: “Los directores nuevos no me conocen”
Dueña de un rosto muy popular en la televisión de los años ‘80 y ‘90, confiesa que los capocómicos nunca la hicieron sentir “un objeto” y se declara “femenina, no feminista”.
Sintonizar el canal Volver sirve como recordatorio de lo que alguna vez fue la televisión argentina. Pomposos decorados con elencos multitudinarios y capocómicos a la cabeza hacían gala del gran presupuesto que había en la industria artística local.
Ver eso hoy, en tiempos de vacas flacas en la tevé, produce nostalgia, más aún cuando muchos integrantes de de aquellas novelas y programas ya no están en este mundo. Lamentablemente, son pocos los artistas que sobrevivieron a esas épocas doradas. Judith Gabbani es una de ellos. Vive en el último piso de un edificio ubicado en pleno barrio de Belgrano. Allí se desarrolla la nota con La Prensa, en su departamento en el que predominan los colores blanco y gris pastel, realzados por la luminosidad que ingresa por el balcón transformado en patio.
Una de las paredes del prístino living está decorada con fotos de afectos y otras en las que se ve una Judith más joven, en plena efervescencia de su carrera. Dueña de un físico y una piel envidiables a sus 66 años, la actriz vive con Stefi, Vicky e India, sus tres hijas felinas.
Recordada integrante de los elencos de ‘Las gatitas de Porcel’ y ‘No toca botón’, Gabbani asegura: “Nunca me sentí un objeto, como tampoco nunca entré en el beboteo. Hacía mi trabajo y listo”. Durante los años ‘90, la máxima popularidad le llegaría de la mano de ‘Los Benvenuto’, junto a Guillermo Francella.
EL ZAR
Con un look cómodo de pantalón deportivo negro y remera blanca al cuerpo, la actriz admite que otro de los que marcó su carrera fue Alejandro Romay. El ‘zar de la televisión’ “amaba a los actores”, en palabras de Gabbani. Los “sueldazos” que pagaba le valieron a la artista un presente tranquilo y con la posibilidad de participar de proyectos sólo para despuntar el vicio.
Así es que aceptó encabezar ‘Hay que darle el gusto a mamá’, una comedia en la que vuelve a compartir elenco con su colega y amiga Mónica Salvador luego de ‘(Des)hechas de amor’. Ambas componen a dos hermanas muy distintas, con una madre (interpretada por Eduardo Solá) que supo ser una diva del espectáculo. Con dirección de Carlos Kaspar, la obra se presenta los viernes a las 20 en Belisario Club de Cultura (Av. Corrientes 1624).
-¿Cómo es su personaje?
-Es el cloncito de su madre. Ella es actriz, exagerada como su madre en cuanto a su estilo, y el de Mónica es lo contrario, más estudiosa, ha escrito libros sobre el maltrato infantil, es el bocho de la familia. Ambas tienen una relación muy especial porque son la antítesis de lo que pretendía la madre.
-¿Se identifica más con la hermana glamorosa o con la ‘nerd’?
-Me identifico con ambas. Vos fijate que ya desde los nombres la madre eligió dos cosas tan representativas como Soledad y Victoria. Yo sería más Soledad en cuanto al carácter y a la determinación. Aunque tal vez cuando asisto a un evento voy tipo diva, y ahí sale mi parte frívola.
PRIMEROS PASOS
Corría el año 1956 y los desfiles del programa ‘El arte de la elegancia’ eran sintonizados por miles de jovencitas que soñaban con ser modelos. Cuando Judith se enteró de que el conductor del programa, Jean Cartier dictaba un curso en Capital -ella se había criado en Lanús- no lo dudó. Así comenzaría una carrera marcada por la suerte, según Gabbani, cuyo primer protagónico fue en un programa junto a Raúl Lavié. La actriz principal se había enfermado y ella, de casualidad, se sabía la letra. “A partir de ahí empecé a tener sketches en ese ciclo. Después vinieron ‘Los Manfredi’ y de ahí en más no paré”, relata la ex ‘chica Olmedo’, que participó de infinidad de producciones entre los años ‘80 y ‘90.
-‘Los Benvenuto’ fue el punto máximo de su carrera y es una locura pensar que iba en vivo...
-Sí, es cierto. Ese programa era como un teatro en el que, en lugar de verte setecientas personas, te veían millones; tenías que salir adelante como fuera, pero teníamos de guía a un tipo como Francella, que tiene un carisma y una espontaneidad únicos. Estaba Daniel Miglioranza, Orlando Marconi, Catalina Speroni, que encarnaba a mi mamá; realmente era gente con peso. Entonces eso facilitaba las cosas.
-¿Qué recuerdo le quedó de aquellas épocas?
-La verdad es que fue una experiencia maravillosa, éramos realmente una familia. Posiblemente, si se volviera a hacer ese tipo de programas la gente se engancharía. Pero los directores nuevos, que son jóvenes, ya ni me conocen. Antes los actores que tenían una trayectoria no debían hacer casting, nadie se los pedía.
En plena acción en ‘Hay que darle el gusto a mamá’, junto a Mónica Salvador y Eduardo Solá.
MUJER OBJETO
-¿Sufría el hecho de que en esas épocas las mujeres eran tratadas como objetos?
-Nunca me sentí un objeto pero veo en Volver programas de aquellos años y digo: ‘qué raro que los sigan emitiendo’. Porque sí, las mujeres eran como objetos, totalmente, pero estaba en uno decir ‘esto lo hago y esto no lo hago’. Siempre me preguntan por Porcel sobre todo, y conmigo fue un señor. Nunca sufrí ni acoso ni falta de respeto porque me respeto yo. Había mucha gente a la que maltrataban y yo no podía entender por qué se dejaban tratar así. Era muy especial ‘El Gordo’; Olmedo no, era un divino. Yo he visto muchos actores que se abusaban de la necesidad del otro, y mucha gente que por estar en un lado soportaba el maltrato. Porcel y mucha otra gente que conozco siempre tenían un felpudito, pero no a todos; ellos saben con quién meterse y con quién no. Tampoco entré nunca en el beboteo. Yo trabajaba y listo.
-¿Qué piensa del feminismo?
-El otro día leí una frase de Madame Curie que me pareció perfecta y tenía que ver con que las mujeres no tenemos que ser tratadas diferente porque eso sería rebajarnos. Yo hago todas las cosas que puede hacer un hombre, porque antes que una mujer soy una persona. Creo en el feminismo pero no cuando es extremista. A mí desde chica no me gustaba que me dijeran piropos, pero tampoco yo piropeo a un hombre cuando va por la calle. Ya de joven pensaba que no necesitaba que un señor me diga nada para reafirmarme. Tampoco necesito tener un hijo para sentir que me realicé. Nunca quise tener hijos, lo tuve bien en claro. A los hombres no les preguntan por qué no fueron padres en las notas, me parece absurdo. Yo no me siento frustrada porque lo decidí. Soy femenina, no sé si feminista.
-¿Es un tema la edad?
-Personalmente no. Tengo 66 años. Un día cuando tenía treinta, una señora me dijo que no dijera más la edad. Pero yo nunca voy a ocultarla porque me costó mucho llegar a este presente: alegrías, tristezas, sinsabores. No me cambia en nada decir que tengo 66. Obvio que tengo achaques pero lo que importa es la actitud. Nunca me hice la pendeja, ni cuando lo era. No trato de disimular nada.
-¿Su principal sustento económico sigue siendo la actuación?
-Supe administrar bien mis ingresos y tuve la suerte de trabajar en épocas en las que se les pagaba muy bien a los actores. Romay era un hombre que amaba a los actores, para mí es ‘San Romay’; los cuidaba, los mimaba y les pagaba sueldazos. Tuve épocas en las que en todos los trabajos que hacía ganaba muy bien, y supe guardar. Hoy, si no trabajo puedo vivir cómodamente, tengo todo lo necesario y no debo hacer malabares, por eso puedo elegir los proyectos. No sabía cuánto iba a durar esto de la exposición, entonces cuando tuve buenos trabajos acumulé.