El pueblo argelino dice "no" a seguir siendo gobernado desde el silencio

 

Casi inesperadamente, los jóvenes de Argelia salieron a las calles con el propósito de evitar que su presidente, Abdelaziz Bouteflika, pudiera presentar su candidatura para obtener un quinto mandato presidencial. La realidad en ese país del norte de Africa no tiene parangón. Bouteflika vive en silla de ruedas, gravemente enfermo y casi paralítico, razón por la cual no ha pronunciado discurso alguno en público a lo largo de los últimos seis años. 

Se trata entonces de una situación límite, en la que el presidente de un país parece incapaz de pronunciar palabra alguna, pese a lo cual ha logrado eternizarse en el poder, rodeado de una elite que se ha beneficiado de la importante renta petrolera del país norafricano, a la que los argelinos denominan gráficamente los decididores. Siempre entre bambalinas, ellos conducen el país y hasta ahora han conformado una elite socioeconómica aferrada firmemente al poder.

Pero esa patológica situación parece haber, de pronto, entrado en crisis y la gente rechaza la continuidad de Bouteflika, que yace en su silla, incapacitado por un accidente cardiovascular desde el año 2013. Argelia sigue siendo un importante exportador de gas natural a Europa, pero la caída del precio internacional de los hidrocarburos ha afectado no sólo su nivel doméstico de actividad económica, sino comprometido aparentemente su paz social.

La apariencia física de Bouteflika es triste. No sólo yace en su silla de ruedas, sino que debe ser materialmente atado a la misma para evitar que, de pronto, caiga de ella. Con voluntad de hierro, Bouteflika sigue, sin embargo, cumpliendo el papel político que sus seguidores le han asignado, desde el socialismo moderado.

LA AUREOLA

Ocurre que Bouteflika tiene, además de muchos años, una brillante aureola propia, desde que está considerado como el gran responsable de los esfuerzos de reconciliación que lograron la paz en un país profundamente lastimado por una guerra civil que durara diez años y enfrentara a la actual conducción política con el fanatismo islámico. Unas 200.000 personas murieron como consecuencia de la misma. Por esto, hasta ahora Bouteflika aparecía en el escenario político argelino como una suerte de "precio a pagar por la estabilidad".

El régimen de Bouteflika fue siempre uno de mano dura, pero la sensación de temor que prevaleciera en la sociedad luce quebrada. Las protestas han sido enormes. Masivas y pacíficas. La policía pudo controlarlas, pese a que estaban expresamente prohibidas. En pocas oportunidades se debió recurrir al gas lacrimógeno. El público llevaba carteles y coreaba consignas exigiendo el fin de la era de Bouteflika, de su hermano Said, y de sus correligionarios. Las protestas apuntan también contra una privilegiada elite económica dedicada a la construcción de obras públicas, en un marco de cierta opacidad.

PRIMAVERA TRUNCA

Argelia pudo atravesar el caos primaveral que se apropió del mundo árabe en 2011, apuntando contra los regímenes autocráticos. Para ello recurrió a subsidiar muy especialmente a los productos alimenticios, acompañando a esa política con un programa masivo de construcción de viviendas sociales. Con esa estrategia pudo navegar las últimas dos décadas con relativa tranquilidad. No obstante, nada menos que el 30% de sus jóvenes hoy están desempleados, llenos de pesimismo acerca de su futuro. Intranquilos, en consecuencia.

Pese a las protestas callejeras, las autoridades presentaron la candidatura del presidente Bouteflika para un quinto mandato. Ello estuvo acompañado por la promesa de Bouteflika de, si resulta electo una vez más, dedicar su nuevo mandato a implementar una transición que apunte a una salida consensuada políticamente y edificada a través de las urnas.

Hasta el momento las fuerzas armadas han permanecido fielmente, respaldando a Bouteflika. Pero hay quienes afirman que si las protestas continúan esa actitud podría modificarse. 
El Frente Nacional de Liberación, que es el partido de gobierno, se ha mantenido en el poder desde que el país obtuviera la independencia de Francia, en 1962. Pero una cosa es ser reconocido como el responsable de haber logrado la independencia y otra, muy distinta, es aferrarse a ese rol tras más de medio siglo de conducción del país. La legitimidad originada en el triunfo que culminara con la independencia del país parece ahora haberse agotado y los manifestantes exigen, a gritos, poder elegir libremente a sus autoridades, a través de las urnas.

Lo cierto es que quienes gobiernan a Argelia no han sido capaces de dar un paso al costado, ni de generar avenidas a través de las cuales las fuerzas políticas de oposición puedan tener una alternativa válida de acceso al poder. Por eso la disconformidad y las protestas. Pero también por eso la posibilidad de caos. Ocurre que muchos argelinos parecen haberse cansado de ver a Bouteflika inexorablemente enquistado en el sillón presidencial, pese al deterioro manifiesto de su salud que lo obliga a trasladarse con frecuencia a Ginebra para recibir allí la complicada atención médica que su estado parece requerir. 

MAREA HUMANA

Una marea humana se ha extendido en contra de Bouteflika para decirle que No a su quinto mandato presidencial. Hasta ahora la consecuencia en las calles ha sido de 56 heridos y 45 personas detenidas. El despliegue de las fuerzas del orden ha tenido que ser cada vez mayor y las protestas no han generado, por el momento, muertos ni heridos de gravedad. Ellas han sucedido en horas de la tarde, después de las plegarias islámicas semanales propias de los días viernes. 

Prácticamente todos los grupos sociales argelinos han salido a protestar, exigiendo un país normal y un cambio radical del actual sistema político. La gente muestra su hartazgo con los 20 años en los que Bouteflika ha sido presidente de su país. La riqueza petrolera, por lo demás, se ha reducido con la caída de los precios internacionales de los hidrocarburos y, por ello, la que fuera una suerte de fuente presuntamente inagotable de subsidios, ha enflaquecido y amenaza con desaparecer. 

Como suele ocurrir en este tipo de circunstancias Argelia se ha llenado de rumores que van desde acusaciones de asesinatos, a denuncias de corrupción. Los líderes de la oposición, desde los más distintos rincones, han extendido su apoyo a quienes protestan, apareciendo personalmente como participantes en las distintas manifestaciones callejeras. Quienes se habían ya opuesto en 2014 a la eternización de Bouteflika en el poder han vuelto a aparecer en el centro mismo de las protestas, esgrimiendo como laureles el hecho de haber advertido a tiempo que su país se encaminaba hacia el precipicio político, hace ya un largo quinquenio. 

MOMENTO PELIGROSO

Para Argelia, el momento es particularmente peligroso. El terrorismo islámico parece haber disminuido su peligrosidad, pero lo cierto es que aún tiene fieles y protagonistas. Las fuerzas de seguridad argelinas lo tienen claro y son conscientes de que de pronto un fósforo pueda encender una peligrosa hoguera. Quizás por esto último las protestas se han desarrollado hasta ahora sin grandes desbordes, como si quienes participaran en ellas tuvieran consciencia del riesgo que de pronto se ha generado. Curiosamente, los partidarios de Bouteflika parecen haber maniobrado de modo de preservar a su líder respecto de un posible rol que quizás nunca pueda efectivamente ejercer: el de volver a ser el gran agente pacificador de su propio país.

* Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.