El presidente streamer

¿Qué le pasa al primer mandatario? ¿Habrá que negar la realidad o aceptar que la sociedad se enfrenta a un peligroso problema?

Como si hubiera entrado en una sinusoide abismal sin retorno, en un torbellino de confusión argumental y vehemencia exagerada, Javier Milei parece haberse dedicado a insultar, agraviar, descalificar, denigrar y despreciar a cualquiera que cuestione sus políticas no sólo económicas, en la que se considera un experto, sino de cualquier índole.

Cuenta para ello con un corro de adláteres, de menor o mayor cuantía intelectual y ética, que lo acompañan, le hacen la segunda voz, lo entrevistan, repiten sus consignas, defienden sus argumentos como un mantra, celebran sus burlas chabacanas e impropias y a su vez insultan o descalifican a quienes no profesan su fe. 

No son sólo los periodistas quienes padecen esa andanada, sino cualquiera que ose simplemente preguntar las razones de alguna medida o afirmación, o manifestar dudas sobre el evangelio supuestamente libertario. Por supuesto que esto incluye a sus opositores políticos, lo que coadyuva a hacer descender el debate público a una pelea de conventillo al estilo sainete de Vaccarezza, en que los varones se enfrentan a cuchillo y las mujeres se agarran de los pelos. 

Pseudoentrevista

La última semana esa actitud parece haber hecho crisis, o al menos se ha evidenciado con mayor crudeza. La entrevista que le hiciera uno de sus fieles duró nada menos que seis horas, un seudodiálogo que hace recordar a otros mesiánicos de la historia, famosos por sus peroratas interminables -que la columna prefiere no nombrar para no tener que molestarse en concurrir a los tribunales, víctima de alguna denuncia presidencial - el nuevo recurso que alguien, seguramente un experto en comunicación, le ha aconsejado utilizar como recurso disuasivo al presidente.

 Los recientes discursos ante públicos calificados lo muestran en la misma actitud histriónica y precaria, lejos de la seriedad y calidad de entrega que se espera de quien ocupa la primera magistratura, y además en momentos difíciles para la sociedad, que ha venido tolerando sin reaccionar el costo de un ajuste que no se ha aplicado ni tangencialmente a la casta, la culpable de todos los males, según el discurso que hasta hoy mismo sostiene el mandatario. 

Además de las cuestiones de estilo, de la agresividad, de la falta de respeto y de institucionalidad que evidencia esta conducta, detrás de esa máscara se advierte una carencia de argumentos válidos en diversos casos puntuales, que también hacen pensar si el insulto no es una forma de ahorrarse explicaciones que no se tienen. 

El caso del anunciado plan para “lograr que los argentinos usen sus dólares que tienen guardados en el colchón”, siguiendo el pensamiento/mandato de la banal Georgieva, es un buen ejemplo. El vocero presidencial calificando de “superficial” los anuncios del ministro de Economía, la negatoria oficial a que se estaba pensando en un blanqueo y de inmediato escuchar al Presidente hablando justamente de un blanqueo, o la aseveración de que no se infringiría ninguna ley ni regla - lo cual es imposible en esa línea de ideas- exponen tal vez (tratando de encontrar un argumento racional)  la razón por la que se prefiere el camino del agravio o la burla para responder a los cuestionamientos. 

Tratando de salir del atolladero en que su propio gobierno se embretó, el Presidente dio otro discurso una explicación económica (de colegio secundario) sobre el uso de la sal como moneda, a la vez que usaba el término dolarización endógena, que supuestamente será fomentada con un paquete de medidas que se están elaborando que serán “sorprendentes”, según lo anunciado.  Por supuesto, se afirma todo ello mientras al mismo tiempo se afirma, sin derecho a refutación, que se está haciendo lo que se prometió en la campaña, como si se confiara en que la nieve del Eternauta también ha borrado la memoria de los argentinos. 

Ficha sucia

Lo mismo sucede con la votación de la ley de Ficha Limpia, donde en medio de improperios, el Presidente y sus prepotentes barrabravas letrados e iletrados tratan de convencer a la ciudadanía de que es el PRO el que movilizó la vergonzosa claudicación de los senadores misioneros, esbirros de un aliado incondicional oficialista. Esos argumentos son incoherentes, pueriles y contradictorios y no explican el cómo, particularmente teniendo en cuenta que la ley fue promovida desde su inicio por esa fuerza. 

El argumento de que los legisladores del PRO ya sabían que no se contaba con los votos y bajaron al recinto para obligar a empezar de nuevo y desde cero el tratamiento el año que viene, es irrisorio, insostenibie, contradice lo que había dicho el oficialismo unas horas antes y es una manera sutil de insultar la inteligencia colectiva. 

Puntualizar estos hechos es, sin duda, inaceptable para La Libertad Avanza, que los considera casi un sabotaje y se indigna en consecuencia. Pero esa ira y ensañamiento no ocultan la endeblez de algunos argumentos técnicos. Como cuando se sostiene que porque eventualmente se pueda pagar en dólares se está ante una competencia de monedas, o se ignora que, siendo la inflación un fenómeno monetario, empujar el consumo de esos dólares generará una inflación en dólares, por más que exista superávit en pesos.  

En muchos casos, estas contradicciones y raras explicaciones, la prestidigitación dialéctica, el cambiar los supuestos objetivos pero disfrazando el fraseo para que parezca que “siempre se pensó así”, son también la consecuencia de despreciar las opiniones, observaciones o dudas de quienes no se alinean incondicionalmente al gobierno, rechazando cualquier observación que ponga en duda su infalibilidad. 

Aceptar un cambio es, entonces, percibido por los propios forjadores de esa narrativa como un acto de debilidad. Obviamente que así se verá, si previamente se ha insultado y descalificado cualquier observación o reparo, cuando no se ha descalificado ad hominem. 

Esto condena a que el agravio, la descalificación, la burla y los falsos argumentos sean los  únicos mecanismos de diálogo. Como ocurre cuando el gobierno exige más eficiencia a las empresas pero no baja los impuestos usa las retenciones como un arma. Un formato seudomoderno de las cruzadas contra el agio y la especulación de los años 50. ¿Sorprende entonces que la sociedad copie esa grieta?

El problema se agrava con la decisión del triángulo de hierro, o de dos de sus catetos, de apoderarse del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el mejor negocio del país, que hará que los formatos de discusión democrática desaparezcan y que los temas en debate no tengan nada que ver con las necesidades de los ciudadanos, lo que ya está ocurriendo ahora. O sea la fatal arrogancia de los políticos. O sea la Casta. 

Finalmente, siempre se puede usar el contundente argumento de que “Massa sería peor”, un insulto más sutil a la inteligencia del votante.