El poder de las ideas

Es de desear que el Gobierno haga los cambios necesarios en materia política y económica que lleven a buen puerto. En ese caso se le debe apoyar, cualquiera sean los errores que haya cometido, y aunque no se crea que con ello pueda alcanzarse una solución definitiva.

De todos los males que habrían de precipitarse luego de las elecciones sobre el país éste sería el menor y cualquier indicio que demuestre la voluntad del Gobierno de oponerse a las ideas antiliberales debe ser aplaudido. No es el Gobierno el que está en juego sino el país.

Ojalá el presidente pueda reunirse amigablemente con los hombres más equilibrados en política y economía para intercambiar opiniones y si llega a ser necesario lo ayuden con su acción personal. Ante una emergencia esa sería la actitud más racional.

Es recomendable también que se le explique a la sociedad las dificultades que tendremos que enfrentar para corregir el rumbo subrayando que la situación actual no es, en su mayoría, producto de la economía de mercado sino de las practicas de ingeniería social de gobiernos anteriores, por ejemplo las nacionalizaciones, el proteccionismo a rajatabla, la perspectiva autárquica y sus secuelas.

Esas políticas entronizaron la corrupción y la pereza en el trabajo, cercenaron la libertad política y los intereses particulares. Políticas que desde hace décadas se vienen aplicando bajo distintos gobiernos, con distintos nombres y con los más variados matices, nos pusieron al borde del desastre político y económico repetidas veces.

CAMBIO DE RUMBO

Es necesario convencer a la gente de la manera más clara de que es preciso, para salir de la crisis que aún nos aqueja, la aplicación de ideas nuevas diametralmente opuestas a las del gobierno anterior. Recalcar que ellas representan a una economía capitalista, la cual devolverá a los argentinos su dignidad y su responsabilidad conculcadas por las ideas socialistas.

Es importante hacer saber dentro de qué sistema nos movimos en el pasado y hacia donde queremos ahora encaminarnos. Milei ha hecho mucho en estos pocos años de administración: está realizando cambios que significan, como se puede observar, un costo político.

Con un Congreso en su mayoría opositor, se decidió por tener buenas relaciones con Estados Unidos y otros países desarrollados, intentando restaurar la confianza perdida, con la idea de captar inversiones sin las cuales se imposibilita el despegue.

El Gobierno necesita adquirir fuerza política para poder negociar razonablemente una salida para el futuro con menos conflictos y más ayuda. Tiene que darle a las nuevas ideas gravitación electoral. Para ello debería mirar de cerca a su entorno, hay figuras muy cuestionadas por la sociedad, debería primar la razón a los sentimientos, sobre todo en política.

Los que constituyen la opinión independiente y desilusionada esperan una renovación con hombres que hayan probado mayor capacitación y conducta para sostener las ideas del presidente con mayor idoneidad. Si logra transformar ambas cámaras sería un paso trascendente para el futuro, es por eso que se discute tanto la elección de los candidatos.

No sólo es necesario para el cambio ideas nuevas sino también renovar el criterio de la elección de quienes nos representen en el Congreso. Dejar de lado viejos sistemas para elegirlos, y decidirnos por la selección de gente especializada, con conocimientos y experiencia en virtud de su actuación pública o privada, es decir con antecedentes que avalen su capacidad. Nos permitiría tener en un futuro, no tan lejano, el Parlamento que la mayoría ambicionamos, indispensable para resolver los graves problemas que tiene el país.

Por otra parte, bloquear al Gobierno en el Congreso es una actitud deleznable, como también agitar la calle. Quienes lo incitan deberían pensar cuáles son las ventajas que pueden traer tales actitudes al hombre de trabajo que desea solucionar lo más pronto posible sus actuales vicisitudes.

Muchos creen que la riqueza tiene que ser obra del Gobierno, y no como predicaba Alberdi que ésta no se decreta, el Estado sólo tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción. La riqueza es obra del trabajo, del capital, de los instrumentos de producción, exige que las leyes no le hagan sombra: por un lado no se aprueban leyes necesarias y por el otro se aprueban las que fortalecen y aumentan el control del Estado.

Quieren destruir las instituciones democráticas destinadas a proteger las libertades civiles, desconocen principios de ética política.

La propiedad privada fue atacada por Kicillof, universitario, admirador de Lenin. No comulga con lo que representa: la noción de soberanía del individuo, de independencia frente al poder. Si es atropellada, la democracia es herida de muerte, no debería concentrarse en pocas manos, habría que extenderla, no abolirla como quieren los marxistas. Por el contrario, facilitar el acceso a ella mediante la libertad política y económica.

En los países del primer mundo se respeta la propiedad privada y la ley, sin lo cual no hay libertad que valga. La ley igual para pobres y ricos y jueces justos. El poder judicial funciona.

CAPITALISMO

En Argentina se tienen que reformar las costumbres, las ideas, los hábitos y la cultura. El liberalismo no es estático como lo son las ideologías, es una doctrina enemiga del colectivismo y el estatismo, por ello el derecho y el Gobierno deben estar expuestos a la crítica ética, caen dentro del campo general de la moral.

Lo peor que puede pasarle a los argentinos es volver al sistema estatista, intervencionista y dirigista. Las ideas de Adam Smith, con respecto a la mano invisible han demostrado ser correctas: la confianza en el funcionamiento natural y automático de una economía libre asegura los intereses del capitalismo: de los trabajadores, de los productores y de los consumidores.

Smith veía como natural a la industria y al comercio, sin desconfianza. No se preocupó por los indigentes porque para él no era un problema, formaban parte del gran conjunto de pobres que se beneficiarían con una economía libre de expansión, progresista, una economía que generaría una “opulencia general” por lo que se extendería a los sectores más oprimidos.

Pensaba que sólo se necesitaba el atributo humano, simple, común: “La propensión a trabajar, permutar e intercambiar”. Percibió la realidad más claro que Malthus, quien creía que el aumento de la industria, si bien aumentaría la riqueza de la nación, sería a expensas del bienestar de los pobres porque provocaría un aumento de la población sin un aumento considerable de los alimentos.

Cualquier ayuda que se les diera a los indigentes produciría un aumento de sus miembros y por lo tanto un grado mayor de miseria y vicio. Se opuso, incluso, a salarios altos que alentaban a tener familias numerosas.

El efecto del maltusianismo, en su forma original, inflexible, se apoderó -como bien lo expuso Gertrude Himmelfarb en su extraordinario libro “La idea de la pobreza”- de la imaginación de los contemporáneos durante medio siglo. La mitad del siglo XIX fue un período temeroso, lleno de angustia e inseguridad.

Siempre existieron grupos marginales y de relegados, pero el crecimiento de las grandes urbes los volvió más visibles, sino más numerosos. En nuestro país se han convertido en el centro de atención en un momento que la disminución de la pobreza -en el primer semestre se redujo de 38% a 31%- demuestra que la situación de los sectores pobres ha mejorado.

La economía empieza a cumplir las predicciones de Adam Smith: a medida que la pobreza empieza a volverse menos onerosa y problemática, la idea de la pobreza se normaliza y se moraliza. Pero como siempre, no son los promedios y los totales de las estadísticas los que modelan la opinión pública sino los casos individuales y los ejemplos dramáticos, a menudo atípicos.

No es fácil terminar con la ignorancia, la miseria y el vicio. Implica una gran carga de frustración y sentimiento de culpa. Lo está sufriendo el Gobierno en estos días. El poder ejecutivo debe ser responsable ante el electorado.

El peligro de los que adhieren a un Estado benefactor parecen no darse cuenta que no solo éste ofrece ayuda sino servicios, y no sólo a los pobres o a las sectores trabajadores, sino a todos. Tampoco sólo los que se refieren a la subsistencia, sino a beneficios de todo tipo, lo que genera un déficit fiscal enorme.

La política del Gobierno ha tenido un éxito rotundo al terminar con ese flagelo. En cambio, la situación financiera viene dejando mucho que desear: el rescate de Estados Unidos, si el Gobierno utiliza bien esa ayuda, aumentando las reservas y cumpliendo con los compromisos de la deuda, le daría un respiro para dedicarse a conseguir alianzas que permitan hacer las reformas estructurales , sin las cuales no podremos salir adelante.

El esfuerzo y la voluntad de alcanzar logros personales debería ser parte de los valores que acompañen un cambio liberal, acompañados por un Estado que cumpla con su papel de crear las condiciones para que ello sea posible y dejando de anular la libre iniciativa de la gente.

 

* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).