​Claves de la seguridad

El peronismo ha muerto


Por la misma razón que luego de lluvias y días nublados se agradece cualquier rayo de sol, después de años, décadas, de mentiras y engaños resulta sano decir las cosas como son: el peronismo ha muerto.
Tratar en detalle las causas de esa muerte requeriría una autopsia mucho más concurrida que la del ahogado Santiago Maldonado, por lo que en la brevedad que impone una columna periodística me limitaré a señalar las dos principales: el llamado pragmatismo para la obtención del poder, que hizo de la identidad peronista la nada misma, y el entrismo castrista tan cuidadosamente planificado como disciplinadamente ejecutado que, kirchnerismo mediante, convirtió al Partido Justicialista en fachada comunista.

Quien no entienda que el peronismo ha muerto cometerá groseros errores al analizar la realidad política, errores funcionales al proyecto totalitario de corrupción estructural del gobierno títere de Alberto Fernández. Aquí hay dos fuerzas que, conformando una misma casta política, abarcan casi 90% del electorado: el totalitarismo castrista del kirchnerismo y la progresía seudo republicana de los cambiemitas.
Tan muerto está el peronismo que quienes se dicen antiperonistas confunden hacer sombra con boxear. Y esa ilusión bizarra, mientras tiran puñetazos al aire, es uno de los más desgarradores logros de la batalla cultural que la izquierda viene ganando por paliza. Muerto el peronismo, se siguen agitando sus profanados despojos y se invoca su nombre porque proyectarlo -fantasmagóricamente- alcanza para esterilizar o desviar cualquier atisbo de verdadera reacción republicana.  

ETIQUETAS EQUIVOCADAS
Con la cultura subvertida, al punto en el que casi todos los actores sobre el escenario hablan con el vocabulario que aprueba el diccionario de la corrección política escrito por izquierdistas, las palabras terminan siendo etiquetas equivocadas, distracciones que invisibilizan lo esencial. Así, cuando el gobierno toma medidas de neto corte comunista, quienes hacen las veces de oposición vociferan quejándose del fascismo de los peronistas, porque durante años los han ido convenciendo que los comunistas ya no existen y que tener reflejos macartistas es antidemocrático; cosa, repiten, de fascistas. Y nada aterra más a un progre que ser llamado fascista.

Cualquiera que sufriendo la lectura de este artículo se compense con el placer de leer la Constitución de la Nación Argentina y las dos más conocidas novelas de George Orwell, Rebelión en la granja y 1984, percibirá la alarmante dificultad para deslindar ficción y realidad argentina en una y en otras. Por caso, la ficción introducida en la mala reforma de 1994, con el Artículo 86 del texto constitucional prometiendo a la ciudadanía el resguardo del Defensor del Pueblo de la Nación (órgano constitucional que se mantiene inutilizado por acefalía desde hace más de diez años), tiene menos peso en la realidad que el proceso de desmemoria colectiva dispuesto por los cerdos o los esfuerzos gubernamentales para reducir el lenguaje a la obediencia instintiva.

La promoción de la estupidez como política de Estado, sostenida por el pleno de la casta política, hace más descriptivo de la Argentina a Orwell que a José Benjamín Gorostiaga y demás constituyentes. De allí que el daño institucional del país se profundice día a día, trayendo como consecuencia peor calidad de vida, un horizonte de miseria y -por supuesto- una brutal inseguridad. 

Es menester recordar, para entender el contexto en el que estamos, que el 21 de abril una mujer invocó la Constitución Nacional en la calle y un policía le espetó: `"¿Qué Constitución? ¡Estamos en una pandemia, Señora!''

Todavía hay quienes no entienden lo nefasto de esa frase. El inconstitucional estado de sitio de facto, montado por el gobierno con la  excusa de la pandemia, está sacando lo peor de mucha gente y de diversas maneras que reflejan la ausencia de marcos institucionales bajo el predominio de la desprolijidad y la confusión. Por supuesto hay problemas de larga data, y muchas frustraciones en torno a ellos, pero dado el modo en que la casta política acordó usar la pandemia (que en rigor de verdad es el menor de nuestros problemas), hay quienes la viven como su oportunidad de ejercer un poder arbitrario, porque la ignorancia y la cobardía son los brazos con que la fuerza de la barbarie se abraza a la tiranía.

LA AGENCIA
Así se vive, sin poder deslindar del todo realidad de ficción, mientras los ministros de seguridad nacional y bonaerense Sabina Frederic y Sergio Berni rinden tributo a Pimpinela. Y en lugar de ponerse fin a esa desprolijidad pública, se le ocurre a Sergio Massa resolver la interna entre funcionarios del oficialismo engendrando una Agencia Metropolitana de Seguridad para el AMBA, es decir: agregar una agencia preservando los funcionarios políticos que impiden la más elemental cooperación interagencial. Darle al Estado un diseño que responde a las necesidades de facción antes que a una funcionalidad específica. Otra vez la estupidez como política de Estado. No siendo capaces de cumplir roles institucionales con un mínimo de prolijidad buscan encubrir sus desaciertos con nuevos engendros institucionales. Un mamarracho tras otro.

Así como hay que asumir la muerte del peronismo, se debe comprender que el comunismo se afianza en la confusión. La confusión lleva a no entender las funciones institucionales y al olvido de la República, entonces casi al mismo tiempo se observan situaciones donde algunos policías se exceden y otros defeccionan, porque los márgenes no son rígidos ni claros para nadie y todos están hartos. Todos. Todo el tiempo.

No importa cuánto show protagonice SúperBerni, ni cuanta nada haga Frederic (además de contar los días que lleva desaparecido Facundo Astudillo Castro, mientras busca con más entusiasmo reinventar algo de la opereta Maldonado para que la Gendarmería Nacional se humille ante el relato). Son personajes anecdóticos. 

El punto es que el kirchnerismo no puede generar otra cosa que inseguridad, porque al aborrecer el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional se identifica con terroristas y delincuentes. Son comunistas, y hay que decirlo.