La belleza de los libros

El perdurable encanto de la cuaderna vía: continuadores

En el artículo El perdurable encanto de la cuaderna vía: iniciadores (La Prensa, 31/10/2023) me ocupé de la génesis de esta estrofa poética, allá en el siglo XIII (1).
A continuación me referiré a algunos epígonos de los siglos XIX y XX.

NO ERA TAN FACIL
No faltará quien afirme que la cuaderna vía medieval adolecía de cierto primitivismo y de alguna rigidez, sin tener en cuenta, en este juicio, que la lengua española se hallaba aún bastante lejos de consolidarse. Era el instrumento con que contaban aquellos poetas, y con él hacían lo mejor que podían.
Sin embargo, y tal como suele ocurrir con todas las creaciones del espíritu humano, creo que nada es fácil y nada es difícil: pero según para quién.
A modo de ejemplo: a pesar de que admiro los afortunados hallazgos con que nos regalan los poetas maravillosos, me considero miserablemente inepto para pergeñar ni siquiera cuatro o seis elementales octosílabos con rima asonante (que son los más sencillos que en el mundo han sido, son y serán). En cuanto a imaginarme intentar una cuaderna vía…: ¡misión imposible de toda imposibilidad!

DOS HOMENAJES
Poetas cercanos a nuestro tiempo han manifestado su admiración hacia el más consecuente cultor de la cuaderna vía: Gonzalo de Berceo
.
En sus Prosas profanas (1896) Rubén Darío (1867-1916) incluye el soneto “A maestre Gonzalo de Berceo”, cuyo primer cuarteto dice así:

Amo tu delicioso alejandrino,
como el de Hugo, espíritu de España;
éste vale una copa de champaña,
como aquél vale un “vaso de bon vino”.


Antonio Machado (1875-1939), en Mis poetas (Poesías completas, 1917-1930), se instala magistralmente en la voz y el tono posibles de don Gonzalo, a la vez que lo define y lo describe:

El primero es Gonzalo de Berceo llamado,
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
que yendo en romería acaeció en un prado,
y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.

Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,
y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria.
Y dijo: “Mi dictado non es de juglaría;
escrito lo tenemos; es verdadera historia”.

Su verso es dulce y grave; monótonas hileras
de chopos invernales, en donde nada brilla;
renglones como surcos en pardas sementeras
y, lejos, las montañas azules de Castilla.

Él nos cuenta el repaire del romeo cansado;
leyendo en santorales y libros de oración,
copiando historias viejas, nos dice su dictado,
mientras le sale afuera la luz del corazón
.

Sin embargo, dos caballeros españoles han decidido ir más lejos y, de esta manera, compusieron sendas bellezas valiéndose de antiguas, pero no anticuadas, cuadernas vías:

MANUEL MACHADO (1874-1947)

Retablo

Ya están ambos a diestra del Padre deseado,
los dos santos varones, el chantre y el cantado,
el Grant Santo Domingo de Silos venerado
y el Maestre Gonzalo de Berceo nommado.

Yo veo al Santo como en la sabida prosa
fecha en nombre de Christo y de la Gloriosa:
la color amariella, la marcha fatigosa,
el cabello tirado, la frente luminosa...

Y a su lado el poeta, romeo peregrino,
sonríe a los de ahora que andamos el camino,
y el galardón nos muestra de su claro destino:
una palma de gloria y un vaso de buen vino
.

Evidente es la evocación de la Vida de Santo Domingo de Silos.

RAMON PEREZ DE AYALA (1880-1962)

La paz del sendero

Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.

No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba,
y los sones del pájaro que en lo verde cantaba
morían con la esquila que a lo lejos temblaba.

La flor de madreselva, nacida entre bardales,
vertía en el crepúsculo olores celestiales;
víanse blancos brotes de silvestres rosales
y en el cielo las copas de los álamos reales.

Y, como de la esquila se iba mezclando el son
al canto del jilguero, mi pobre corazón
sintió como una lluvia buena, de la emoción.
Entonces, a mi vera, vi un hermoso garzón.

Este garzón venía conduciendo el ganado,
y este ganado era por seis vacas formado,
lucidas todas ellas, de pelo colorado,
y la repleta ubre de pezón sonrosado.

Dijo el garzón: “¡Dios guarde al señor forastero!”
“Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero,
rapaz”. “Que Dios le guarde”. Perdiose en el sendero...
En la cima del álamo sollozaba el jilguero.

Sentí en la misma entraña algo que fenecía,
y queda y dulcemente otro algo que nacía.
En la paz del sendero se anegó el alma mía,
y de emoción no osó llorar.
Atardecía.


Sin duda, el “romero” y esta “paz del sendero” están relacionados con el apacible prado que describe largamente Berceo en la “Introducción” de los Milagros de Nuestra Señora. Veamos sólo la segunda cuaderna vía:

Yo, maestro Gonçalvo de Verçeo nomnado,
iendo en romería caeçí en un prado
verde e bien sençido, de flores bien poblado,
logar cobdiçiaduero pora omne cansado
.

Intento una paráfrasis: “Yo, el llamado maestro Gonzalo de Berceo, yendo en romería me encontré en un prado verde e intacto, bien poblado de flores, un lugar acogedor para un hombre cansado”.
(Todos los textos citados se encuentran en este libro: Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, Edición y notas de Antonio García Solalinde, Madrid, Espasa-Calpe, Clásicos Castellanos, 5.ª ed., 1958).

(1) https://www.laprensa.com.ar/El-perdurable-encanto-de-la-cuaderna-via-iniciadores-536868.note.aspx