LAS IDEAS DE FOUCAULT PISOTEAN LA ONTOLOGIA DE LA REALIDAD
El pensador que huyó de la verdad
Por Ignacio Balcarce
La obra de Foucault debe considerarse como uno de los ejes más elaborados del irracionalismo lingüísticista. ¿Qué significa esto? Una total negación a la consistencia concreta de la realidad, entendiéndola como un torrente caótico que sólo adquiere cierta organización a través de las construcciones del lenguaje. Los discursos que objetivan la trama de la realidad no se conectan con la esencia de las cosas, sino que responden a una nietzscheana voluntad de poder, es decir, al impulso por dominar e influir que unos vuelcan sobre otros.
Este francés -nacido en Poitiers en 1926 y fallecido en 1984- alcanzó fama durante los disturbios del mayo parisino del ´68, cuando las izquierdas revolucionarias hicieron vacilar el gobierno de Charles De Gaulle sin tener muy en claro qué reclamaban. Su protagonismo agitador, liderando a jóvenes universitarios exigentes de una imprecisa libertad, le valió de credencial para ser convocado a instituciones educativas de Estados Unidos donde había interés por diseminar ideas y actitudes similares.
Foucault se vuelve moda académica durante los ´70, y su influencia recala en Argentina con la llegada de la democracia en 1983. Desde entonces es el gurú de las universidades nacionales, citado hasta el hartazgo, recurso ineludible de múltiples tesis y clave hermenéutica para pensar toda relación de poder.
Pero este ideólogo que abastece nuestros centros de formación no es un innovador, porque la posmodernidad no comporta innovación real alguna. Lo que encontramos en el influyente autor son los frutos maduros de las premisas sembradas en la modernidad, cuando a partir del siglo XVIII el iluminismo anticristiano extiende su influjo sobre la vida cultural de Occidente.
Con esto decimos que el rechazo por la realidad viene de largo, y Foucault ha sido incapaz de sustraerse a los paradigmas mentales que proliferan desde hace más de tres siglos. Esa es la paradoja, porque dedicando su vida a rastrear las raíces de la mentalidad moderna, no supo escapar a ella.
LOS EXCLUIDOS
Su intención habría sido estudiar el proceso de producción de subjetividades en cada época, y para eso se lanza a la investigación de los dispositivos de poder que formatean al hombre en un determinado contexto histórico.
Actividad que consiste en analizar aparatos conceptuales y prácticas institucionales que “producen verdad” a partir de un mecanismo de exclusión, marginando aquello que es peligroso a la racionalidad que un sistema intenta imprimir.
A partir de esta consideración, todos los excluidos -delincuentes, presos, drogadictos, degenerados, homosexuales, locos, enfermos, parias, etc.- quedan reivindicados como víctimas de un sistema arbitrario y caprichoso. Según sus propias expresiones, Foucault buscaba introducir un cuestionamiento profundo a la distinción entre inocente y culpable, víctima y victimario.
Esto no quita una correcta presunción al ver cierta maliciosa artificiosidad en las instituciones modernas, pero ese carácter convencional y de control que asumen las organizaciones actuales, responde al giro inmanentista y antropocentrista que hace la cultura a partir del siglo XVIII, giro que Foucault no llega a discernir ni superar, porque pertenece a esa misma lógica que de algún modo quiere combatir.
Su método de trabajo fue la genealogía -que tomó prestado del Nietzsche de Más allá del Bien y del Mal y Genealogía de la Moral- que consiste en retrotraerse desde el presente hacia atrás buscando principios no metafísicos para el origen de conductas y comportamientos.
Partiendo del apriorismo de que todo es una producción humana que esconde un interés de dominación, se arroja en los textos de archivo a bucear el desarrollo de las diferentes narrativas que han validado lo que entiende como relaciones opresivas de poderosos sobre débiles.
Pero como señala el intelectual norteamericano E.Michael Jones, Foucault es un destructor de la moralidad, y la moral es lo que protege a los débiles de los poderosos. Vaciar de contenido real a la moral es dejar a la intemperie a los que se encuentran en condiciones menos favorables.
MIEDO A LA VERDAD
¿Por qué Foucault huye de la verdad? Los factores por los que un espíritu se cierra a la verdad son variados y los caminos, sinuosos. Pero en la raíz siempre pululan efluvios de orgullo y lujuria. La pretensión de autosuficiencia, los miedos a perder autonomía, libertad, placeres o comodidades, inducen al error, a complacernos en el engaño y la mentira, y a justificarnos en aquello que consideramos conveniente para satisfacer nuestros deseos.
Rescatemos un viejo y sabio principio: la conciencia dividida, enferma. Lo que nos lleva a procurar vivir como pensamos o a modelar el pensamiento a nuestro modo de vivir, en una búsqueda de coherencia interior. En el caso de Foucault, no es difícil encontrar un esfuerzo por levantar un marco teórico que justifique un estilo de vida. Su drama moraba en los sótanos de la conciencia.
La sociedad liberal le permitió y le festejó todas sus conductas desviadas, pero la conciencia lo atormentaba. En su hostil rechazo a la realidad y la confusión suscitada por sus lecturas de cabecera -estaba fuertemente influido por las ideas de Sade, Nietzsche, Freud y Bataille-, nunca llegó a comprender de qué se trata la conciencia, sus fundamentos y principios, cómo se forma, cómo se educa, qué es la culpa, ni cuáles son los genuinos cauces que le permiten al alma alcanzar estados de paz interior. Ante aquello que puede sanarse con arrepentimiento y perdón, eligió -movido por el orgullo y la lujuria- escalar en sus transgresiones.
EMPECINAMIENTO
Registra su trayectoria vital un empecinamiento en perversiones cada vez más escabrosas -una necesidad imperiosa de hacer lo que está prohibido- que puede leerse como la conciencia culpable desafiando las últimas barreras morales y al mismo tiempo, un desesperado reclamo de auxilio a las instituciones para que lo contengan.
La actitud opuesta es el corazón humilde que se dispone a dejarse iluminar por la realidad como ella es y no como queremos que sea, o nos conviene que sea. Actitud que nos perfila al encuentro con Dios que habla a través de toda la creación y nos abre a la recepción de su revelación, donde todo se esclarece adquiriendo contornos más precisos, y donde la comprensión y la misericordia hacia el hombre ocupan el espacio central. Pero abrigar esta realidad expone nuestra contradicción, visibiliza nuestras malas inclinaciones y descubre las ocultas debilidades. Lo que implica un llamado a la reforma personal que incomoda y asusta.
En este sentido, el primer desafío que debe enfrentar todo hombre, consiste en abrazarse a la verdad y defenderla, aunque en principio, nos cueste vivir en conformidad con ella. Adaptarse a la realidad, aprender a vivir bien -ordenarse que no es reprimirse- es un proceso gradual, que incluye tropiezos y caídas por la propia condición herida del ser humano; sin embargo, lo importante es reconocer la referencia objetiva que traza la realidad, y no caer en la tentación de negarla y desfigurarla para la propia justificación.
El marco teórico que Foucault necesitaba para bañar con cierta legitimidad sus comportamientos era anular la distinción entre conductas legítimas e ilegítimas, negando todo criterio objetivo de bien y mal, lo justo y lo injusto, lo normal y lo anormal. Sus comportamientos sólo podían validarse en un escenario irracional, sin principios y fines ni valores inmutables.
Pisoteada toda la ontología de la realidad, los deseos subjetivos quedan igualados y organizados por la mera convención; las conductas responderían siempre a un mismo principio: la conveniencia personal identificada con el interés, el deseo y el poder, sin relación alguna con las categorías metafísicas de orden y desorden, bien y mal.
Pero el problema trasciende a los conflictos internos y personales que atenazaban al pensador francés, y hoy estas ideas contribuyen a la pauperización intelectual de los jóvenes cuando se divulgan académicamente como “emancipadoras".
TRISTE LEGADO
Foucault no libera ni emancipa. Es un pensador sistémico y goza de publicidad porque es funcional al régimen del capitalismo liberal. Su pseudo-filosofía sirve a la deconstrucción de las personas íntegras y a la construcción de sujetos vacíos, desarraigados y manipulables, sin más regla de conducta que el deseo individual y la pertenencia a la moda del momento.
Sus ideas han facilitado la integración de la izquierda en la derecha, en un híbrido que reclama derechos de bragueta dentro de un democratismo capitalista, hedonista y consumista. Pretendiendo atacar el orden burgués, colaboró a su consolidación, y fingiendo proyectar ideas liberadoras, ha promovido la solapada e ignorada esclavitud contemporánea. Ese ha sido su triste legado.