El latido de la cultura

El país de la infancia

Estoy leyendo un libro hermosísimo: `El vino del estío', de Ray Bradbury. Varias veces releí sus `Crónicas marcianas', `Fahrenheit 451', `El hombre ilustrado' y `Remedio para melancólicos'. Pero `El vino del estío', de 1957, es el primer libro de Bradbury donde el tema es el pasado y no el futuro. Cuenta apenas una estación en la vida de Douglas Spaulding, suerte de alter ego del narrador norteamericano. En tres meses, el niño de doce años observa, escucha, saborea las sorpresas y rituales de un verano: el descubrimiento de la vida y la muerte, el último tranvía, la limpieza de las alfombras, la aparición de las hamacas en los porches. todo esto es contado desde los ojos de la infancia, ese prisma desde donde la fantasía y la realidad se entremezclan.­

Hace poco me enteré de que `El verano de la despedida' -su última novela, aparecida en 2006- es una continuación de `El vino del estío' y se desarrolla en octubre de 1929, un año después del verano de su precuela.­

Junto con `El vino del estío' y `La feria de las tinieblas', de 1962, forma una trilogía de novelas inspiradas en la infancia de Bradbury en Waukegan, Illinois. Uno de los eventos en la niñez que lo motivó a ser escritor fue un encuentro con un mago de feria llamado Sr. Eléctrico, que le ordenó vivir eternamente. El niño de doce años, intrigado por el concepto de la vida eterna, volvió a visitar al Sr. Eléctrico, que espoleó su pasión por la vida anunciándolo como la reencarnación de un amigo perdido en la Primera Guerra Mundial. Al parecer, luego de un día tan memorable, Bradbury comenzó a escribir sin parar. Eso narra `La feria de las tinieblas': un relato mitológico, un encuentro a partir del cual la fantasía marcaría su vida a fuego. "A mis doce años, un feriante se presentó en un carnaval a la orilla del lago, en mi pueblo. Se sentó en una silla eléctrica y con la espalda llena de fuego me divisó entre la audiencia, me apuntó con su dedo y tocándome la punta de la nariz me dijo `vive para siempre, vive para siempre'. Por qué dijo eso, no lo sé. Pero al día siguiente fui a una reunión con él para saber cómo lograría eso y él me llevó a una tienda de campaña donde vivían todos los freaks y allí conocí al hombre ilustrado. ¿No es maravilloso? Conocí al hombre ilustrado a los doce años y supe que me había dado algún tipo de regalo. Supe que mi vida había cambiado. Entonces fui a mi casa y cuando llegué me regalaron una máquina de escribir de juguete donde escribí mi primera historia. Y en ese momento me di cuenta de que quizás podría vivir para siempre si me convertía en escritor", cuenta en una entrevista.­

En las respuestas de Bradbury se adivina la pureza, la frescura y la capacidad de asombro propias de la niñez. Solía contar, por ejemplo, que al terminar el secundario su familia no contaba con el dinero necesario para pagarle los estudios universitarios. "No pude ir a la Universidad, pero lo mejor que me pasó en la vida fue que debido a ese impedimento fui a una biblioteca. La biblioteca educa. Los profesores te inspiran, pero las bibliotecas te satisfacen. Luego conseguí un trabajo vendiendo periódicos en una esquina. Ganaba diez dólares por semana. Pero más allá de eso, todas las mañanas me levantaba y escribía historias y por las noches iba a la biblioteca. La biblioteca es la respuesta".­

Los doce años, ya sea en la vida o en la ficción de sus novelas, son una marca, un punto de inflexión de su carrera como escritor. "He escrito todos los días desde ese día, y en los últimos setenta y cinco años nunca dejé de escribir", confesó en una de sus últimas entrevistas.­