Caje de sastre

El otro no existe

Que hay gente desubicada en la City, nadie lo puede negar. Pero, desde que se inventaron los teléfonos móviles, empezando por aquellos que parecían ladrillos, hasta los diminutos de hoy, la desconsideración de ciertos porteños se hizo indomable. Pese a las recomendaciones repetidas, escritas, solicitadas, exigidas, los celulares siguen sonando en medio de una misa, durante una obra de teatro o película en el cine, en una clase o conferencia, en una biblioteca, o en medio de un entierro. Y lo peor es que contestan la llamada y hablan como si nada.
En Cabildo y Juramento, por dar un ejemplo, hay una librería en cuyo primer piso funciona un bar donde la gente se sienta en las mesas a tomar café y leer un libro. Pues en ese espacio he visto más de una mujer realizar una videollamada en voz alta y un hombre más de una vez realiza también por videollamada su sesión de terapia con su psicóloga. ¡Y todos oímos todo!
Otro tanto ocurre con los jóvenes que caminan por la calle absortos mirando el celular y si no te corrés te atropellan. No se detienen ni se fijan si hay una baldosa rota o un pozo.
Esta sensación de que para ciertas personas el “otro” no existe, se nota cuando suben a los colectivos hablando por el telefonito mientras usan su tarjeta Sube con la otra mano y se caen sobre los demás pasajeros. Luego siguen su parloteo a viva voz en cualquier medio de transporte, donde nos enteramos sin pedirlo de que su tía Porota tuvo un prolapso, que ese día estaba con tanto sueño que ni se bañó, que el tungsteno bajó de precio en la Bolsa, y que se peleó feo con su novio por una cuestión de celos.
Ellos y ellas, cada uno por su celu, conversan vociferando como si estuvieran en el medio de su patio, sin importarles que a los demás no les interese conocer sus intimidades. Y no se trata solo de hacer público lo privado, sin velos ni pudor. Para mí hay algo peor: este acting out revelando que para ciertos sujetos el otro no existe, no es egocentrismo o narcisismo exagerado, es un rasgo de cierta psicosis colectiva

para la cual la norma, la ley, ya no opera frenando su inconsciente, en el que solo es única y posible la satisfacción de su loco deseo.