El oficial que era un padre para sus soldados

El cuartel de Moody Brook en las afueras de Puerto Argentino era el puesto comando del general Jofre, apodado "El Caballo", y por eso los británicos lo bombardeaban con particular saña y precisión. Pero el general no corría peligro alguno: se había ido a vivir al pueblo. Quienes recibían las andanadas eran el mayor José Rodolfo Baneta y sus hombres, apostados allí.­

Pasé muchas horas en ese cuartel y fui testigo del cuidado que este oficial le prodigaba a sus hombres: los amaba. Y ellos le pagaban con la misma moneda. El sentimiento de fidelidad al líder era tal, que cuando el mayor Baneta los enviaba al pueblo para que se relajaran un poco... estos no querían ir.­

Baneta debía insistir y hasta amenazarlos, prohibirles que volvieran antes de la puesta del sol. Si no, se volvían a la media hora. No querían abandonar la posición y dejar a Baneta solo en ese lugar donde desde el 1º de mayo llovían bombas las veinticuatro horas del día. Y se quedaban -allí, sí,- con toda tranquilidad.­

Es que el mayor Baneta era un verdadero padre, sin metáfora... de sus conscriptos, capaz de agarrar del cuello a un superior -como lo hizo con Martín Balza- que los estuviera poniendo en peligro (aunque eso le costara su carrera, como después efectivamente sucedió).­

Baneta tenía varias misiones. Apenas cesaba la lluvia de obuses contra Moody Brook, el mayor salía del cuartel para medir los cráteres y luego comunicar al puesto de mando el tipo de proyectil empleado. Tan frecuente era el fuego que, muchas veces, antes de que el oficial pudiera volver a su refugio, ya habían brotado nuevos cráteres en la zona.­

Otra de sus misiones consistía en rescatar heridos de la primera línea y trasladarlos al hospital. El miércoles 9 de junio me contaba con sumo orgullo: "Dos de mis hombres partieron ayer en un jeep para buscar a cuatro soldados con principio de congelamiento, Tan densas eran las descargas de la artillería inglesa en el trayecto, que a cada cien metros se veían obligados a arrojarse del vehículo. Y sin embargo, consiguieron llevar a los conscriptos afectados al hospital justo a tiempo para evitarles las amputaciones". Cuando se acercaba la fecha patria el mayor Baneta pensó que sus estoicos hombres no se merecían pasarla en los pozos de zorro, sino festejando y viendo la bandera subir al cielo.­

Por ello, el 24 de mayo habló con su comandante, el general Jofre, diciéndole que haría una formación al día siguiente. "El Caballo", evidentemente, no quería asumir la responsabilidad y solamente contestó: "Viva la Patria".­

El 25 estaban todos formados en cuadro teniendo al centro el mástil. Presentaron a Baneta y ordenó izar el pabellón nacional. Era un día con un sol radiante, sin nubes en el cielo y hasta el viento había amainado. La enseña patria subió majestuosa.­

Una vez izada, Baneta le dijo a la tropa formada: "Somos unos elegidos, ya que estamos festejando el Día de la Patria en nuestras islas. Debemos estar muy orgullosos de ser los representantes del pueblo argentino. La Nación necesita de patriotas dispuestos a lo que sea por la Argentina, por la libertad y por la justicia". Pronunció la fórmula "Subordinación y Valor" y le respondió un atronador: "Para defender a la Patria".­

Entonces Baneta les prometió algo que iba a resultar imposible: que los llevaría a todos de vuelta al continente.­

Fue un día hermoso, hasta los ingleses los dejaron tranquilos con sus bombas, como si respetaran lo que significaba el 25 de mayo. Y fue una inyección de patriotismo, que la tropa estaba necesitando.­

Ya finalizada la formación, Baneta se contactó con Jofre, le relató lo acontecido y este volvió a responder: "Viva la Patria". Todo salió a pedir de boca ese día, pero el 11 de junio -para desesperación de Baneta- un ataque de los Harrier produjo tres bajas en esa guarnición. Lo vivió como una gran tragedia personal.­

Con mi camarógrafo, Alfredo Lamela, alcanzamos a filmar ese ataque en el que murieron tres soldados conscriptos: Mosto, Rodríguez e Indino. Mosto, particularmente querido por todos, era un verdadero santo que cuidaba, curaba, protegía y catequizaba a sus camaradas, como si fueran sus hermanos menores, ya que él, estudiante de medicina, era de una clase más antigua y había ido de voluntario.­

El mayor Baneta, sale del cuartel malherido, y conmocionado por las explosiones. Está cubierto de escombros y blanco como la cal. Acto seguido le informan que tres de sus hombres perecieron. ¡A él, que había prometido a sus subalternos llevarlos a todos de vuelta con vida!­

En ese momento Baneta ve al capellán, padre José Fernández, yendo camino a las posiciones del Regimiento 7, y le grita: "¡Cura, tu Dios es un H de P!". El sacerdote se acerca a Baneta y en voz calma le inquiere: "Mi mayor, ¿porqué me dice eso?­

El oficial está fuera de sí: "Te lo digo, porque estaba con ellos en la misma posición y a mí me deja vivo; y a ellos, que eran unos ángeles, se los lleva. ¿Porqué no me llevó a mi y los dejó a ellos?".­

Y el cura le responde: "Es muy sencillo; se los llevó a ellos, porque eran unos ángeles, y lo deja a usted, que es el verdadero H de P, para que siga sufriendo".­

Y sigue caminando imperturbable hacia la otra posición. Baneta se queda sin habla. Tiempo después, me confiaba: "Ese curita, pero curita con mayúsculas, !tenía razón! ¿Quién era yo para juzgar al Tata Dios? Con sus dichos, me puso en situación nuevamente".­

Al día de hoy, ya cumplidos 80 años, cada vez que José Baneta se acuerda de sus tres ángeles, se le llenan los ojos de lágrimas.­