SIETE DIAS SOBRE EL GLOBO

El nuevo umbral de seguridad occidental

Londres volvió a protagonizar la geopolítica europea cuando el primer ministro británico Keir Starmer y el canciller alemán Friedrich Merz firmaron el Kensington Treaty, el primer pacto bilateral entre ambos países desde la Segunda Guerra Mundial.

El acuerdo –que compromete auxilio mutuo frente a cualquier agresión armada, impulsa el desarrollo conjunto de un misil de largo alcance y prevé una fábrica de drones para Ucrania– nace el objetivo explícito de blindar a Europa ante la ofensiva híbrida de Rusia y compensar la incertidumbre sobre la implicación futura de Estados Unidos en la defensa continental.

La firma coincide con la estrategia que los aliados definieron en la cumbre de la OTAN en La Haya -24 y 25 de junio de 2025-, donde se decidió aumentar los presupuestos de defensa y asumir que la confrontación con Moscú ya transcurre en el terreno cibernético, la desinformación y el sabotaje de infraestructuras críticas.

Reino Unido lo ratificó 48 horas más tarde al sancionar a tres unidades del GRU y dieciocho oficiales implicados en ataques a la red energética y al teatro de Mariúpol.

AVANZA RUSIA

El telón de fondo en Ucrania refuerza la urgencia. Rusia consolidó posiciones en el noreste, aprovechó su superioridad aérea y busca forzar condiciones sobre el terreno, mientras Kiev depende de sabotajes quirúrgicos y del goteo de armamento occidental para frenar el avance.

En el escenario reciente, la Casa Blanca cambió el rumbo iniciado desde la asunción de Donald Trump, quien prometió enviar baterías Patriot a través de la OTAN y sobre todo, habilitó un esquema en el que Europa financia y cede sistemas propios que Washington repondrá más adelante.

El propio Trump reconoció que “las mejores defensas aéreas llegarán en cuestión de días”, y que los aliados nórdicos y Canadá se ofrecieron a donar material existente.

El artífice diplomático de este giro fue el nuevo secretario general de la OTAN, Mark Rutte.

En su visita a la Casa Blanca, Rutte celebró la “decisión crucial” de Trump para garantizar un flujo estable de misiles y munición a Kiev y recordó que el éxito del plan depende de que Europa “pague la cuenta” y libere sus arsenales, segura de que Estados Unidos los repondrá a la brevedad.

El mensaje se alinea con las advertencias del jefe del Estado Mayor francés, Thierry Burkhard, quien ya definió a Rusia como “enemigo principal” de París y urgió a preparar al continente para un conflicto prolongado y de baja intensidad.

El tratado anglo-alemán consolida una triple convergencia. Primero, refuerza la autonomía operativa europea dentro -y más allá- de la OTAN al crear cadenas de producción conjuntas que no dependan de licencias estadounidenses.

Segundo, ofrece a Washington un socio más robusto dispuesto a costear la contención rusa mientras la Casa Blanca calibra su nivel de intervención directa.

Tercero, envía a Moscú la señal de que la fragmentación post-Brexit ha quedado atrás, ahora Londres y Berlín suman fuerzas con París en un eje que cubre disuasión nuclear, industria de defensa y sanciones financieras.

El pacto demuestra que la defensa europea ya no es sinónimo de Estados Unidos, pero que la potencia norteamericana sigue siendo el amortiguador imprescindible que hace viable la estrategia.

Mientras la guerra híbrida de Moscú mantenga su ritmo ascendente, la fórmula Londres-Berlín-París-Washington será el nuevo umbral de seguridad occidental.