IN MEMORIAM

El noble tropiezo del Dr. Salomón Schachter

 A comienzos de este mes, tras una vida notablemente cumplida, murió el Dr. Salomón Schachter. Los artículos que sobre él han aparecido en La Prensa hacen justicia a su calidad profesional y humana. Pero no se detienen para recordar el mal final a que se vio obligado su decanato de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, por renuncia.

Schachter no sólo se había ocupado como pocos en el ámbito de la Facultad propiamente dicho, sino que -a través de una comisión de docentes del Hospital con la que se reunía semanalmente- había empezado a discutir y establecer una serie de mejoras en el Clínicas, también dependiente de la UBA. Entre ellas la más importante fue colaborar por primera vez en su secular historia con el nombramiento por concurso del Director del Hospital quien, con dignidad similar, renunció inmediatamente que lo hiciera el Decano. El mundo universitario ha caído de tal modo en manos de la pequeña política desde entonces que nunca más siquiera se habló de concursos para la Dirección, cuando se supone que tal es la llave legítima por excelencia en la enseñanza superior.

Pero la honradez intelectual del Dr. Schachter lo hizo caer en otro tropiezo que resultó definitivo: se propuso terminar del modo más noble y técnicamente preciso con la trampa del “ingreso irrestricto”.

Sabedor del daño que provoca la población masiva de los claustros y las salas entre los alumnos aplicados, convocó a un inteligente docente joven -que no necesariamente pensaba como él- para que evaluara, en cada instituto asociado a la Facultad, la cantidad real de alumnos que podían educarse en el Ciclo clínico  cursado en hospitales, en contacto con enfermos, para calcular cuántos se podían aceptar en el ingreso. El número quedó establecido con exacta honestidad en alrededor de 901, bien menor que el largamente superior al millar que colmaba todas las instalaciones deteriorando el aprendizaje y luego hasta la atención de los pacientes. 

Schachter convocó entonces a una nutrida reunión de profesores en el Decanato para comunicarlo y poner en práctica la reducción. Pero el silencio que siguió a su breve exposición fue bochornoso: salvo el desde mucho tiempo atrás retirado Dr. Osvaldo Fustinoni que hizo un breve comentario, el compromiso de los docentes fue nulo.

    Y allí se aprovechó el tropiezo: la horda burocrático-sindical, apadrinada por el entones eterno Rector de la UBA Oscar Schuberoff y todo su séquito de izquierdas, empezó a hacer tronar diariamente los bombos hasta en los pasillos del supuestamente respetable Hospital de Clínicas. Y con toda dignidad el Decano, que a todo esto postergaba la atención de su impportantísima clientela privada, renunció sin vueltas. Tras él, la plana directiva del Clínicas hizo otro tanto mientras, triunfante, el jefe de los gremialistas de APUBA -los llamados no-docentes- proclamaba: “Ya van a ver lo que será el Hospital ahora que lo maneja el pueblo…”. No vale la pena insistir sobre lo que sucedió desde entonces, mientras corría el 2000.

Nos queda, sin embargo, el exacto recuerdo de Salomón Schachter para saber de lo que se es capaz cuando se dirige con nobleza.