UNA MIRADA DIFERENTE

El momento de los salvadores de la Patria

La campaña electoral que ya empezó siembra más tristeza y vergüenza sobre el desesperanzador mapa del circo político nacional.

En el breve lapso de dos días entre el 1 de febrero y ayer a la mañana, vía esa especie de hediondo retrete en que se han convertido muchos medios de comunicación en asociación o complicidad con tantos comunicadores, analistas y periodistas, se pudo escuchar toda suerte de panfletos que configuraron en casi todos los casos una ofensa a la inteligencia de los votantes de cualquier ideología y de cualquier lado de la grieta, suponiendo, en un alarde de bondad y tolerancia, que quienes escuchan esos mensajes son engañados, no que se dejan engañar, como siempre ocurre con el populismo: políticos repartidores de felicidad y choriplanes que son odiados, colgados, arrastrados sus cadáveres de bronce o de carne por las calles cuando se acaba lo que fuera que hubiera para repartir, pero que son aceptados, envidiados, loados, comprendidos, tolerados y hasta íntimamente disfrutados por quienes sacan alguna ventaja de sus acciones generosas mientras alcanza el dinero, o la deuda, o la emisión, o los impuestos. La ideología es un verso, para que se entienda mejor. 

Seguramente desde Tocqueville a Friedman, desde Bastiat a Hayek, desde Hobbes a von Mises lo han dicho mucho mejor y con más maestría y calidad, y la historia se ha cansado de demostrarlo repetidamente hasta la monotonía, pero la corrupción no es solamente la de quienes roban cuando están en el poder –una condición liminar de la política global moderna – sino de quienes viven de una u otra forma al amparo de los ladrones. 

Si todo esto parece una exageración del crítico, bastará con esperar hasta que, con suerte, a alguien se le ocurra pensar que no puede ser real que las tarifas energéticas y el transporte terrestre se regalen y decida solucionar ese problema basal. O que sería mejor que los asesinos, violadores y violentos fueran presos.  Y ahí se verá con claridad que en lo único en que la sociedad se pone de acuerdo es en la condición tradicional de vividor, ese personaje que tanto éxito tuvo en el sainete argentino. El caradura con aire de simpático que saca una ventaja a cualquier nivel de ingreso, fingiendo que “lo hace por tu bien”. Puede vestir de esmoquin o de harapos. Se iguá, diría Minguito, para no citar a Discépolo que sería alta filosofía.

TODOS CONTRA TODOS 

Lo que queda muy claro es que la campaña electoral se ha lanzado. O las mil campañas electorales. Todos contra todos. La recesión ha terminado. Hay dinero generoso financiando todo, compensando todo, explicando todo, ensuciando a muchos, convirtiendo a los burros en grandes profesores y a los operadores en entrevistadores. Y esa ola no se limita a los programas políticos y opinadores especializados, invade a las expertas panelistas de chimentos de la tarde, a los deportivistas que copian sus noticias de los diarios y portales, a los activistas en porristas, a las comparsas mapuches en reivindicacionistas, a los asesinos en rugbistas y a las madres y parejas filicidas en protegidas del silencio, que pueden optar por percibirse como hombre o mujer según la cárcel en la que les convenga ser recluides. También impresiona por igual que economistas reputados suavicen sus opiniones cuando saben que están haciendo favores, no precisamente a la ciudadanía. ¿Un simétrico de las panelistas siesteras?

Por supuesto que en esta oferta paga se destaca, como desde siempre, Sergio Massa, el virrey del cloro, per se la fuente de ingresos, ya que no de trabajo, más importante del sector privado de Argentina, claro que se trata de un mercado informal, que aumentará el problema de la jubilación, que por supuesto, también es un carma que deben financiar los pocos privados que trabajan, que según el Papa y el socialismo repartidor, tienen la obligación de garantizar un retiro digno a los que nunca entraron al sistema laboral. Curiosamente, todo lo opuesto a lo que sostenía Marx, nada raro en el mundo de contradicciones dialécticas en que siempre se desenvolvió el socialismo de todos los tiempos. 

Quien se haya tomado el trabajo de no volverse a dormir, ayer a la mañana pudo darse el lujo de seguir el largo reportaje del insospechable Lanata a un exfuncionario económico kirchnerista, que, en doctoral, preparado y mesurado discurso expresó exactamente lo mismo que lo que dicen Máximo, Grabois, Fernández, Cristina, de Pedro, Cerruti, Gomez Alcorta y otros desaforados de diversos niveles, que sirve tanto para la interna como para la elección general. La idea tardía de un gran acuerdo nacional, que siempre termina en que los dos partidos principales tienen que conversar para enfrentar los grandes problemas nacionales, incluyendo la inflación, las tarifas, la emisión y el déficit. Una especie de payasesca propuesta, luego de que el peronismo en todos sus envases proclamase –y lo que es peor convenciese y liderase a buena parte de todos los estamentos sociales de que el camino era exactamente ese, y ganase elecciones con esa promesa. Por supuesto rematada por la culpa de Macri. (Incidentalmente, ¿existirá algo como un exkirchnerista?)

Y cabe aquí una digresión económica. Cristina Kirchner, en su cómoda posición de ser opositora de su propio gobierno, pero al mismo tiempo numen en las sombras de las ideas de ese mismo gobierno, manda a hacer campaña a sus adláteres proponiendo diálogos y tolerancias que ella supuestamente garantiza, cuando sabe que ninguna medida sensata es posible. Del otro lado, Massa, que se asemeja mucho al curandero que llama una familia desesperada cuando el padre es diagnosticado de una enfermedad terminal, trata de convencer a Cristina, al círculo rojo, a la sociedad, al campo, a su amigo Larreta y a los votantes, de que va hacia algún lado. O de que la inflación está cediendo. O de que el problema de los controles es que son pocos, y hay que perseguir a todo lo que sube, como las prepagas. Siempre basados en su creencia ignorante, fingida o no, de que la inflación es como una suerte de meteorito, sin causas aparentes. Como una pandemia. Don’t look up, Sergio. 

POBRE FUTURO

Por el mismo precio, u otro, vaya a saber, hay un desfile de personajes de Juntos por el Cambio que también dicen –en público o en privado– más o menos lo mismo. Y libran su sorda lucha del mismo modo, sin ninguna diferencia en las propuestas, y como si creyeran que pueden también comprar el olvido de lo que han hecho durante su gestión, que habla muchas veces por eso. Sí. Aquí se encuadra de plano Horacio Rodríguez Larreta, la otra gran fuente de ingresos informales de cierto sector privado, que viene a ser la contracara opositora del curandero Sergio, dos grandes exponentes de la inutilidad y el humo nacional y acaso la mejor señal del pobre futuro que está a la vuelta de la esquina. 

Siguiendo con los cotizantes, perdón, con los candidatos, están los gobernadores peronistas y Morales, más o menos la misma cosa, y luego los Moreau, los Arietto, los Vidal, los Kicillof, los Jorge Macri, los Ritondo, los Santilli, los Manes, los Lousteau, hasta el presidente Fernández, que como diría Borges, “tratan de anular el pasado”. Hasta un CEO privado en desgracia es ahora de pronto asesor presidencial, un oxímoron en vivo y en directo. La pretensión o acaso la pretención de vender imágenes en las que nadie cree, o más bien las de cambiar vía los formadores de opinión lo que no se logró demostrar en la realidad. La ofensiva creencia de que la ciudadanía es estúpida y compra cualquier mensaje. Que se vuelve algo mucho peor si la ciudadanía les cree y los vota. 

Es la convicción de que se vote al peronismo o a la principal oposición se seguirá por un sendero de fracaso, o por un camino de servidumbre, la que se trata de eludir o de esconder. Pero esa sensación es muy cercana a la realidad. El votante está preso en el paradigma de que tiene que votar por alguien, porque votando en blanco favorece supuestamente a la primera minoría, entonces vota al “menos peor”, una forma de elegir entre Drácula y Frankestein, para ver si con la exageración se comprende el punto. Esto se refuerza con la idea, que también tiene que ver con campañas mediáticas, de que los candidatos que se podrían considerar independientes no tienen estructura para llevar adelante sus propuestas de reformas, o peor, con las sospechas de que la financiación de alguno de esos candidatos es un recurso de los partidos principales para “quitarle votos” a sus opositores, como ya ha pasado, o que suavizarán sus posiciones, lo que también ha pasado. La grieta como mecanismo de duda electoral. O sea, el triunfo de la mafia. El sistema de los malos. ¿Qué pasaría si 30% de la sociedad votara en blanco, en un acto de repulsa? ¿Sería una fuerte señal de repudio y rechazo o sería dejar de luchar? O algo peor: ¿a alguien le importaría? Internacionalmente no. Y otra pregunta: ¿da lo mismo quiénes fueren los funcionarios si gana JxC? ¿O amerita elegir uno por uno?

Es esa sensación de que todos se parecen, que no es tan errada a juzgar por la práctica y la gestión de cada uno, la que quita esperanza y optimismo en el futuro. Cuando candidatos como Bullrich o Milei crecen casi en soledad en las preferencias populares, habrá que preguntarse si, más que ser preferidos por lo que pueden hacer, o por sus equipos o sus apoyos, y aún su ideología, no alcanzan tanta fidelización porque están en desacuerdo con las mismas cuestiones y procederes conque está en desacuerdo tanta gente y lo expresan abiertamente y sin tapujos, eufemismos, miedos ni especulaciones. Se llama representación, más allá de antecedentes, partidos, operaciones, palabras y sobres. 

¿Será esa la razón por la que los partidos mayoritarios y dominantes en el mundo odian la democracia representativa y proponen la democracia directa, a mano alzada, a pura reacción emocional, que tantos dictadores y otros males ha conllevado? 

Mientras tanto, desde ahora hasta las elecciones, habrá que acostumbrarse a que todos los días, a toda hora, pulularán los salvadores de la patria en todos los medios y por todos los medios, y una gran cantidad de comunicadores cambiará sus autos.