El milagro de Berna

El baúl de los recuerdos. Alemania Federal venció en la final de Suiza ´54 a Hungría. La fuerza y la tenacidad pudieron más que el juego bello y revolucionario de una selección inolvidable.

La final del Mundial ´54 había terminado. Ferenc Puskas se permitía una sonrisa para recibir de manos de Jules Rimet una medalla de plata en lugar de la Copa del Mundo que todos esperaban ver en poder de Hungría. Increíble, pero real, el hermoso trofeo que llevaba el nombre del presidente de la FIFA lo había recibido Fritz Walter, el capitán de una selección alemana que acababa de conseguir una victoria inesperada. El magnífico juego de los magos húngaros había caído frente a un rival inferior en lo técnico, pero dueño de una fuerza y una tenacidad indomables. El asombro dominaba la escena. Había ocurrido un milagro, pero no uno producto de un poder celestial, sino uno bien futbolístico: El milagro de Berna.

Hungría se había ganado la admiración generalizada con un juego revolucionario. En tiempos en los que todos practicaban la WM (un sistema táctico 3-2-2-3 o un 3-4-3 para expresarlo en números), expuso las limitaciones de ese esquema dando los primeros atisbos del 4-2-4 que Brasil consagraría en 1958 de la mano de los maravillosos Pelé y Garrincha.

Además de un planteo innovador, el equipo edificado por Gusztav Sebes se caracterizaba por un poderío ofensivo infernal. Los cabezazos demoledores de Sandor Kocsis (en ese Mundial marcó 11 goles en cinco partidos) y la zurda mortífera del capitán Puskas eran los principales argumentos de un seleccionado en el que Nandor Hidegkuti se encargaba de la creación desde su posición de falso 9. La capacidad del calvo centrodelantero para retrasarse en el campo -como lo había hecho Adolfo Pedernera en La Máquina de River que brilló en las canchas argentinas de 1941 a 1946- descompensaba la línea de tres defensores de la WM, un dibujo táctico que había dominado el fútbol durante tres décadas.

Era tal el respeto que se había ganado la selección centroeuropea que todos la conocían como el equipo de los magos húngaros. Contundente ganadora de la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de 1952 (metió 14 goles en cuatro partidos), un año más tarde hizo pedazos a Inglaterra -respetada por ser considerada la cuna del fútbol- por 6-3 en Wembley. Y en la revancha, en 1954, fue más implacable: 7-1.

Con ese prestigio, el conjunto húngaro llegó a Suiza como máximo favorito para quedarse con el título. Debutó aplastando 9-0 a Corea del Sur, por entonces un exótico protagonista de las copas del mundo. Luego se impuso 8-3 a Alemania Federal en un partido en el que, a pesar de que el resultado indicaba lo contrario, había salido perdiendo. Sepp Herberger, técnico de los vencidos, apeló a una formación alternativa para ese encuentro, consciente de que una derrota le permitiría disputar un desempate con Turquía para acceder a los cuartos de final. Sus planes se dieron a la perfección, con un agregado: el defensor Werner Liebrich le cometió una brutal infracción a Puskas, provocándole una grave lesión en un tobillo. El capitán se perdió los cuartos de final y la semifinal.

Herberger, un viejo sabio que estaba al frente del seleccionado alemán desde 1938, acertó con su estrategia. Goleó 7-1 a Turquía en el desempate y, al finalizar en la segunda posición de su grupo, evitó medirse con Brasil y Uruguay, dos duros adversarios que se cruzaron en el camino de los húngaros.

EL CAPITAN SENTIMENTAL Y EL JEFE

Alemania no poseía el virtuosismo de los magos húngaros ni su concepción revolucionaria del juego, pero tenía una determinación inmensa y un par de jugadores notables. Se trataba de Fritz Walter y Helmut Rahn, dos hombres con historias de vida muy fuertes.

Fritz Walter era un futbolista extraordinario. Inteligente y dueño de una pegada de precisión quirúrgica, llevaba casi una década de destacada labor en el equipo nacional y 15 años como símbolo del Kaiserlautern. Curiosamente, los hinchas lo consideraban terminado por sus 33 años de edad y también cuestionaban su personalidad extremadamente sensible. Le decían El capitán sentimental.

Se desempeñó como paracaidista en la Segunda Guerra Mundial y, tras ser capturado por las fuerzas aliadas, estuvo en un campo de prisioneros en Rumania. Salvó su vida gracias a la misericordia de un guardia húngaro que lo había visto jugar en la selección y les mintió a los oficiales soviéticos que buscaban presos alemanes para trasladarlos, seguramente, hacia un trágico final.

El entrenador veía en el capitán a una pieza clave de su equipo. Dos años antes, Fritz -no hacía falta pronunciar el apellido para identificarlo- había intentado dejar el fútbol por las burlas recibidas luego de una derrota con Francia. Para ayudarlo a superar las crisis emocionales que padecía, el astuto Sepp lo hizo compartir la habitación en la concentración con Rahn, un puntero con gran capacidad de gol que actuaba en el Rot-Weiss y tenía un carácter muy divertido.

En realidad, Herberger había matado dos pájaros de un tiro: El capitán sentimental se alimentaba del optimismo de su compañero y éste, apodado El Jefe, contaba con la vigilancia de Fritz para no caer en la tentación de embriagarse. El alcoholismo fue un problema sin solución para Rahn a lo largo de toda su vida.

LA FUERZA VENCIÓ A LA BELLEZA

Como si Herberger tuviera la capacidad de predecir el futuro, Hungría y Alemania se encontraron en la final del Mundial de Suiza. Los magos llegaron extenuados al duelo del 4 de julio de 1954 en el estadio Wankdorf. Habían soportado dos choques tremendos con brasileños y uruguayos. Por si fuera poco, el tobillo de Puskas no mejoraba. Nadie contemplaba la posibilidad de salir a la cancha sin el capitán. Como una burla del destino, la selección alemana envió a sus médicos para ayudar a acelerar la recuperación del lesionado delantero…

Alemania, en cambio, había superado sin mayores contratiempos por 2-0 a Yugoslavia en cuartos de final y por 6-1 a Austria en semifinales. Los titulares de Herberger no arrastraban problemas físicos y sabían que no tenían nada para perder. “El jueves pensábamos: ´Si por lo menos no perdiéramos lejos como en la primera rueda´… El viernes nos dijimos: ´Subcampeón mundial es un lindo título. Nadie lo esperaba de nosotros´… El sábado: ´¿Y por qué tenemos que perder? En el 8-3 no contamos con la mitad del equipo y, sin embargo, les hicimos tres goles…´”, relataba Fritz Walter sobre las ideas que revoloteaban las cabezas en los días previos al duelo decisivo.

Llovía sobre Berna. El barro se apoderaba de la cancha del Young Boys, el equipo que en ese entonces discutía el dominio del fútbol helvético con Grasshoppers, Servette y Lausana. Esa situación favorecía a Alemania, que contaba con un aliado tecnológico: Adidas había presentado recientemente los botines con tapones intercambiables. A diferencia de sus oponentes, los hombres de Herberger hicieron pie en el fango gracias a esas piezas de aluminio de mayor longitud que les aseguraban mayor agarre.

Las huestes de Sebes desataron en los primeros minutos su habitual vendaval ofensivo sobre la última línea rival. Tras dos oportunidades propicias para los alemanes dilapidadas por Max Morlock y Hans Schäfer, Hungría logró ponerse en ventaja. Jozsef Boszik, un exquisito mediocampista, lanzó un pelotazo para Kocsis, cuyo remate fue desviado por Liebrich. La pelota cayó en poder de Puskas, quien sacó uno de sus clásicos latigazos de zurda para doblegar al arquero Anton Turek.

Ese gol parecía demostrar que Puskas estaba recuperado. No era verdad. El tobillo le dolía horrores y solo estaba en la cancha porque no quería perderse la finalísima. Antes de cumplirse los diez minutos del período inicial, una desinteligencia entre el zaguero Werner Kohlmeyer y Turek le dejó el balón a Zoltan Czibor, quien aumentó para los húngaros.

El 2-0 se antojaba el principio del fin para Alemania. Herberger no estaba dispuesto a darse por vencido. Cambió la forma de marcar de la defensa imitando la línea de cuatro en el fondo de sus rivales y envió a sus hombres a jugarse el todo por el todo. Fritz Walter debía olvidarse de perseguir a Boszik y tenía que encargarse de comandar a su equipo. Un centro de Schäfer encontró a Morlock cara a cara con el arquero Gyula Grosics, a quien venció apenas dos minutos después del tanto de Czibor.

Las modificaciones en la retaguardia alemana detuvieron los ataques húngaros. Josef Posipal y Kohlmeyer les ganaban la partida a los punteros. Sebes había apostado por dos zurdos -Czibor y Mihaly Toth-, quienes no se sentían cómodos por la banda derecha. De ese modo, Kocsis perdía los centros que le permitían exponer su gran capacidad para cabecear. Por algo le decían Cabeza de oro

Por el contrario, los centros de Fritz Walter se transformaron en la principal arma alemana. Su hermano Ottmar no pudo capitalizar uno de esos envíos, pero un córner ejecutado por el capitán encontró libre a Rahn, cuyo remate estableció la inesperada igualdad. El milagro estaba en marcha…

El favoritismo de Hungría comenzaba a naufragar. El 8-3 de la primera fase ya no pesaba como antecedente entre los bandos en pugna. Así y todo, Kohlmeyer debió sofocar dos buenos intentos de Puskas. Y, como última resistencia, aparecía Turek, de sólida actuación.

El mediocampista Horst Eckel hizo desaparecer de la cancha a Hidegkuti y los centroeuropeos perdieron la pelota. Fritz Walter dominaba las acciones. Los minutos se consumían y el agotamiento de los magos era cada vez más evidente. La amenaza del tiempo suplementario se cernía sobre los protagonistas. Pero, faltando apenas seis minutos, Schäfer y el capitán le arrebataron la pelota a Boszik, quien cayó reclamando una infracción. El árbitro William Ling permitió que el juego continuara. Walter habilitó a Rahn, quien sacó un zurdazo inatajable para Grosics.

Hungría se lanzó al ataque con las pocas fuerzas que le quedaban. Se juntaron Hidegkuti y Kocsis en una jugada que terminó con Puskas introduciendo la pelota en el arco de Turek. La conquista fue anulada por una posición adelantada del capitán. En ese instante terminó el mágico reinado de Hungría. También su invicto de 32 partidos en cuatro años. Alemania Federal era campeona del mundo. El milagro de Berna se había producido.

LA SÍNTESIS

Hungría 2 - Alemania Federal 3

Hungría: Gyula Grosics; Jeno Buzanszky, Gyula Lorant, Jozsef Zakarias, Mihaly Lantos; Jozsef Boszik, Nandor Hidegkuti; Zoltan Czibor, Sandor Kocsis, Ferenc Puskas, Mihaly Toth. DT: Gusztav Sebes.

Alemania: Anton Turek; Josef Posipal, Werner Liebrich, Werner Kohlmeyer; Horst Eckel, Karl Mai; Maximilian Morlock, Fritz Walter; Helmut Rahn, Ottmar Walter, Hans Schäfer. DT: Josef Herberger.

Incidencias

Primer tiempo: 6m gol de Puskas (H); 8m gol de Czibor (H); 10m gol de Morlock (A); 18m gol de Rahn (A). Segundo tiempo: 39m gol de Rahn (A).

Estadio: Wankdorf (Berna). Árbitro: William Ling, de Inglaterra. Fecha: 4 de julio de 1954.