El rincón del historiador

El magisterio moral de Hipólito Yrigoyen

 

En días recientes ha vuelto a ser noticia un mal que suele sobrevolar la vida de los argentinos. Coimas y corruptelas varias involucrando funcionarios hasta el más alto nivel del gobierno retornan a las primeras planas de los medios gráficos y ocupan el prime time de los audiovisuales.

La corrupción como medio para obtener beneficios pecuniarios y/o ventajas en tratamientos de diversos expedientes ha sido reiteradamente condenada por la sociedad, aunque en el ámbito privado a veces se haya tolerado bajo el falso aserto: Roban pero hacen.

Las actuales autoridades son expresión de un estado de ánimo de hastío y hartazgo de buena parte de la sociedad con aquellas prácticas moralmente lábiles.

Como fundamento de una presunta intención saneadora se han anunciado desde las más altas esferas y desde el periodismo partidario medidas de recortes en recursos y dispendios supuestamente (porque nada concreto ha logrado demostrarse) destinados a “robar a los argentinos”.

Sin embargo, la corrupción nuevamente se ha hecho presente y con estruendo en la portada pública. El oficialismo intenta sin éxito por ahora tapar el sol con una mano y los bien informados anuncian nuevas y escandalosas “escuchas” y “carpetazos” en ciernes.

ATAQUES CONTRA YRIGOYEN

El Presidente ha atacado reiteradamente a la figura de Hipólito Yrigoyen bajo el pretexto de su condición de “populista” por promover la justicia social y dar inicio a una “decadencia” que se remontaría hasta hace cien años. Desde estas mismas páginas hemos sostenido y demostrado la falacia de la artera invectiva. No obstante, creemos importante traer a colación el pensamiento y obra del propio Yrigoyen sobre la corrupción, un mal endémico y reiterado en nuestra tradición política.

ESTILO AUSTERO

De Yrigoyen se conoce su estilo de vida austero y ajeno al hedonismo y la “farolería” aún tratándose de un hombre de fortuna lo que resultaba disonante con la clase dirigente de su época. De una sólida y estricta formación intelectual y afecto a la filosofía, la moral era una disciplina que no le resultaba ajena ni para enseñarla ni para practicarla. Yrigoyen, dice el politólogo Esteban Crevari: “se rige por unos cuantos principios sin cambiar jamás. Donde predomina el materialismo, él es idealista y místico. En medio de millones de indiferentes, él tiene una fe y una pasión. Renuncia a todos los placeres de la vida en un pueblo de gozadores de la vida o que aspiran a serlo. Es muy distinto a todos.

En el Manifiesto del 13 de mayo de 1905 cuando se responsabiliza de la Revolución que planificó y dirigió en febrero de ese mismo año escribe: “Triste condición sería la de un país, si su prosperidad sólo hubiera de consistir en el fomento de sus intereses materiales. El progreso es preferentemente constituido por las fuerzas morales. Las sociedades no avanzan con paso firme cuando los gobiernos no se inspiran en tan elevados conceptos; la prosperidad material que alcanzan está de antemano condenada a desaparecer en la disipación. Las fuerzas morales desarrolladas concurren a caracterizar la personalidad social, forman barreras de defensa contra los atentados y las arbitrariedades de los gobiernos, y permiten levantar, sobre las bases de una sólida fraternidad de voluntades, la grandeza colectiva”.

POLEMICA CON MOLINA

Pocos años más tarde y aún fuera del gobierno, Yrigoyen mantuvo una extensa y rica polémica epistolar con Pedro Molina, renunciante presidente de la UCR: “Nuestra misión no es la ocupación de los gobiernos, sino la reparación cardinal del origen y sistema de ellos, como el único medio para restablecer la moralidad política, las instituciones de la República y el bienestar general”.

Y sostiene: “Si los gobiernos son los agresores del bien público, si las propensiones particulares no tienen otro caudal que los beneficios propios, si la prensa en general en vez de ser centinela de las aspiraciones comunes, es también utilitaria y prevaricadora, ¿cómo es posible que la evolución se produzca o la reforma se alcance por el camino de las absorciones y la confusión de todos, en juicios, propósitos y procedimientos?”.

Finalmente afirma: “De hombres y sociedades sobrios y virtuosos se hacen pueblos libres y focos de civilización, pero de hombres y sociedades a quienes domina el libertinaje y el desenfreno de goces materiales, no se harán sino conglomerados expuestos a todas las contingencias y descomposiciones”.

ACCIONAR MORALIZADOR

Ya en el ejercicio de la Presidencia, despliega un accionar moralizador en toda la administración. Como señala su más notable biógrafo Félix Luna: “La austeridad prócer de su gobierno recordaba el estilo de las primeras presidencias, aquellas de presidentes pobres y magros sueldos. No pasaron de mil pesos diarios, los gastos de representación de la residencia durante sus períodos. Dos coches viejos encontró a su servicio cuando llegó al gobierno, y en ellos anduvo sin comprar otros ni mandarlos a renovar… Ordenó durante sus dos períodos, en sendas órdenes, que se retiraran los retratos con su efigie que decoraban algunas oficinas públicos… El gobierno de Yrigoyen fue austero, abierto, paternal. En los primeros días, como un nuevo gerente que se pone al tanto del mecanismo de la empresa que ha de administrar, dio en recorrer hospitales, depósitos de encausados, reparticiones administrativas, policiales y aduaneras y la propia Casa de Gobierno, a la hora de entradas a las oficinas. Solía ir con el senador Crotto a la hora de la siesta –ese caluroso noviembre de 1916- y aparecía inesperadamente en cualquier oficina preguntando, conociendo, inspeccionando. Daba un ejemplo de trabajo sin alharacas ni propaganda, pero llevando a la administración pública la sensación de que un celoso inspector de los intereses populares estaba vigilando al empleado remolón o al funcionario coimero…”.

También pretende dar ejemplo a los integrantes de los otros poderes y a los gobiernos provinciales: “Ningún miembro de los poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo, ni sus empleados, civiles o militares, podrán tener, directa o indirectamente, participación de ningún género, ni aún con patrocinantes o apoderados, en las gestiones o contratos que se realicen ante los gobiernos de la Nación o de las provincias, ni en las empresas industriales o comerciales que puedan comprometer con su actuación intereses de orden público”.

Su máxima fue: “Es indispensable fijar como condición irreductible, que la moral política es la base de todos los progresos y de todas las formas eficientes” (Mensaje al Congreso).

MAGISTERIO MORAL

No todos los radicales de hoy o que dicen serlo parecen enterados de este magisterio moral de Hipólito Yrigoyen. Quizás sea útil recordárselos a través de sus propias palabras, casi como un mensaje de ultratumba.

“La Unión Cívica Radical, en tanto, habrá defeccionado de su credo, producido el desgarramiento en su seno y, descalificada para siempre ante la opinión, perderá la fe que en ella se depositara. La República habrá nuevamente caído en el mayor desconcierto, y la opinión, sujeta al vaivén de los sucesos, no encontrará una institución política donde pueda acudir en busca de la reacción definitiva. No podemos, pues, ejecutar una política que consideramos tan contraria a la integridad de nuestro Partido como a la nuestra propia. No nos hemos congregado a ese fin, ni ha sido esa nuestra misión, ni son esas las declaraciones hechas y los compromisos contraídos". (Yrigoyen, Hipólito - Setiembre 29 de 1897)