UN JURISTA QUE SE ADELANTO A ALERTAR SOBRE LAS CONSECUENCIAS POLITICAS DEL FEMINISMO
El magisterio jurídico y humano de Juan Carlos Rébora
6 de junio de 1941: en el Palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto se realizó la ceremonia de entrega de un busto de José Martí, obra del escultor natural de la cubana provincia de Matanzas, Juan José Sicre, y obsequio del Gobierno de la Isla a la Universidad de Buenos Aires.
¡Homenajear a Martí, que si en su hora se desempeñó como cónsul honorario de nuestro país en Nueva York, fue insurrecto de una metrópolis colonial!
Un hecho, dicho tributo, que a primera vista puede sonar extraño en aquellos tiempos oligárquicos de fraude y contubernios, pero que no lo es tanto de pensar que en aquella Argentina, no pocos dirigentes políticos de la época consideraban con orgullo que fuera algo así como una perla de la Corona Británica.
En ese sentido poco importarían las previsiones del mártir emboscado en el campamento de Dos Ríos sobre el imperialismo yanqui, concentrado desde finales del siglo XIX en poner la bota sobre su patio trasero caribeño y en Centroamérica. Además se tendría más en consideración al anticolonialista del decadente imperio español, que tanto marcó a la peninsular Generación del 98, que al simpatizante de Henry George e incluso al Martí que, aunque opuesto a las soluciones violentas para lograr avances sociales, escribió el 29 de marzo de 1883 en una crónica publicada en ocasión de los funerales cívicos que se rindieron en Nueva York a Carlos Marx muerto ese mes: “Como se puso del lado de los débiles, merece honor.”
HOMENAJE
Lo cierto es que en aquel acto hicieron uso de la palabra el canciller interino Guillermo Rothe, Arturo Giménez Pastor, el Ministro de Cuba: Ramiro Hernández Portela y el profesor doctor Juan Carlos Rébora por el Instituto Argentino Cubano. De las disertaciones más o menos de circunstancia en honor del héroe y escritor (“Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías”, había expresado con su pluma Rubén Darío), quizá la más enjundiosa fue la del jurista Rébora, quien entre otros conceptos manifestó: “José Martí ha prolongado hasta nosotros, que hemos presenciado, puede decirse, su martirio, la estirpe de los Washington y de los San Martín, igualmente suya. Pero mientras sus excelsos predecesores, transformados en númenes y trasladados, como los héroes griegos, a una constelación, asistían desde el firmamento a las Américas, Martí electrizaba a los emigrados, estremecía a las maniguas, reanimaba las esperanza en las cabañas y los afanes en las vegas, invadía, enfervorizaba, arrastraba, encabezaba.”
Rébora, miembro numerario de la Academia de Ciencias de Buenos Aires a la que ingresó en 1936, de la de Ciencias Morales y Políticas que lo incorporó en 1938 y finalmente -en 1960- de la de Derecho y Ciencias Sociales donde ocupó el sitial dedicado a José María Moreno, era el mismo que alguna vez, en nombre de una democracia sin turbulencias –forma de gobierno ideal e impracticable al menos en estas latitudes, donde se multiplican las desigualdades no aptas para el ejercicio de un republicanismo aséptico- reclamó contra “la explosión del temperamento, el alarido del instinto y el recurso de la subversión”. No obstante tenía en claro que la lucha por las libertades cívicas y las plenas soberanías políticas, requieren de fervores patrios y de consecuentes actividades emancipatorias de las tutelas despóticas.
JURISTA Y MAESTRO
Juan Carlos Rébora nació en la bonaerense localidad de Baradero el 10 de julio de 1880 y falleció en la ciudad de Buenos Aires el 7 de noviembre de 1964.
Dos días después, la extensa nota necrológica que le dedicó La Prensa, comienza así: “La ciencia jurídica argentina ha perdido con la desaparición del doctor Juan Carlos Rébora -cuyos restos recibieron sepultura ayer en la Recoleta- a uno de sus cultores más distinguidos.” Y en otro fragmento se recalcó: “En todas las esferas en las que desarrolló su labor, su criterio jurídico, y su juicio ponderado dictaron normas de orientación de la que quedan muchas y fecundas pruebas, con las que enriqueció la bibliografía jurídica del país”.
En efecto, fue comercialista, tratadista de Derecho Civil y transitó con paso firme por el Derecho Constitucional con numerosos aportes. Quizá el más difundido y consultado aun es su libro El Estado de Sitio y la ley histórica del desborde institucional, de 1935. Allí estudia el instituto excepcional admitido en el artículo 23 de la Constitución Nacional, adhiriendo a la llamada “tesis restrictiva”, en coincidencia por ejemplo con la doctrina de Carlos Sánchez Viamonte, ilustre defensor de los derechos individuales, representante de la República Argentina ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas designado por el presidente Arturo Illia y autor por su parte, en 1931, del libro: Ley marcial y estado de sitio en el derecho argentino.
MUJER Y FAMILIA
En el ámbito del Derecho de Familia, supo dejar de lado la tradición individualista enraizada en el racionalismo, para centrar precisamente en la institución social núcleo y en el matrimonio que la funda, sus inquisiciones tanto sociológicas como jurídicas. De allí a estudiar la condición legal de la mujer había un paso. Y lo dio.
Su volumen de más de doscientas páginas La emancipación de la mujer (1929), que dedicó a Delfina Mitre de Drago, constituye un comentario razonado de la ley 11.375 sancionada en 1926 sobre los derechos civiles de la mujer y de la jurisprudencia dictada en su consecuencia. Al llegar a este punto se hace un deber de justicia recordar que sobre la temática fue vanguardista el después juez Cristián Demaría con su tesis doctoral presentada en la Universidad de Buenos Aires en 1875: “La condición civil de la mujer”. (La existencia del doctor Demaría, compañero de estudios y amigo de Roque Sáenz Peña, fue novelada en 2012 por la escritora argentina Ana María Cabrera en el libro: Cristián Demaría por los derechos de la mujer).
Rébora por su parte se mostró atento y por qué no preocupado observador del feminismo y del sufragismo, la reivindicación cívica con mártires aquí como la farmacéutica, médica y periodista Julieta Lanteri víctima de un dudoso accidente de tránsito en 1932.
Al jurista lo inquietaría la tensión creciente que implicaban las consignas y militancias feministas, en el fondo nada más que la aceleración de procesos inevitables de sinceramiento social que pocos -y pocas- como las doctoras Elvira Rawson de Dellepiane o Alicia Moreau de Justo -mencionada en La emancipación de la mujer- promovían en el país. Era un prejuicio común del que no fue ajeno, imaginar que igualar en derechos civiles a la mujer con el varón haría decaer su feminidad. Otro tanto pensaba Joaquín Castellanos, progresista hombre público sin embargo al que en una fotografía de Caras y Caretas rescatada en una investigación sobre el mítico semanario por el profesor Eduardo Fusero, se lo ve junto a Rébora en un banquete en honor de Antonino Lamberti: “Aplaudo -disparó el poeta de El Borracho- el feminismo en cuanto tiende a elevar el espíritu de la mujer, dotándolo de alas; lo repudio en cuanto propende a darle garras”.
LA LITERATURA
Sobre Rébora, dijo en 1941 Ricardo Rojas: “Él sabe que no hay fenómenos aislados”. Y sí, pudo experimentarlo y comprender que en ciertas circunstancias el arte se anticipa a la realidad. Por eso se interesó por la literatura, escribió cuentos, algún soneto, y trabó vínculos fraternos con prosistas y poetas, entre ellos con Benito Lynch, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Leopoldo Lugones, Arturo Capdevila y Manuel Mujica Laínez. Colaboró en La Nación y La Prensa y disertó en la tribuna del Instituto Popular de Conferencias del citado diario. En la revista Nosotros, en el tomo LXV de julio de 1929, dio cuenta de su admiración por Paul Groussac en el artículo “Groussac: el valor social del carácter”.
Digamos en justicia que si criticó el feminismo como movimiento político, en cambio aplaudió la elevación evolutiva de los derechos del género femenino. Debía tener en claro con Vélez Sársfield en su “Réplica al folleto de Alberdi” que el cordobés publicó en El Nacional en 1868 que “cada paso que el hombre da a hacia la civilización la mujer adelanta hacia la igualdad con el hombre”. Rébora que emparentaba las esferas del Derecho con las prácticas sociales, al tratar sobre el deber de fidelidad y el adulterio, asentó crítico de la hipócrita justificación al esposo infiel: “La esposa peca, el esposo se solaza”.
“En todas las esferas en las
que desarrolló su labor,
su criterio jurídico, y su
juicio ponderado dictaron
normas de orientación
de la que quedan muchas
y fecundas pruebas”.
Como conocedor del Derecho Romano y Canónico, estaba tal vez en extremo aferrado a ciertos conceptos como la “auctoritas maritalis”, un sustento legal de la milenaria cultura patriarcal de la que el “machismo” viene a ser su versión chabacana, groseramente discriminatoria y a menudo más violenta y criminal. La “auctoritas” deviene ya abstracta, al zanjarse en nuestro plexo normativo con el reconocimiento de la patria potestad compartida entre otros instrumentos legales con basamento en la Constitución Nacional y los Tratados Internacionales incorporados a su texto con igual rango. Empero en otro contexto sociojurídico retomó el tema en 1965, en “Semblanza y permanencia de Juan Carlos Rébora”, su discípulo el jurisconsulto Julio J. López del Carril buscando compatibilizar la “auctoritas” con la llamada “igualdad por diferencia” del hombre y la mujer.
No será por este razonamiento específico, aunque sí por otros atajos para el mantenimiento del statu quo, que hubo cierta mora doctrinal -y legal hasta la reforma del Código Civil de 1968- en el tratamiento al “sexo débil”, a tono con el desdén configurado por el uso común del antedicho adjetivo. Y eso hizo mover el péndulo en sentido inverso y de la lucha más que justificada por la igualdad, pequeños grupos parecen impulsar la supremacía femenina o poco menos.
APERTURA
En todo caso, pídasele al genio adelantarse a su tiempo y al sabio comprender el suyo y dar cuenta de él según lo escribió el conde Alfredo de Vigny en un verso de “El espíritu puro”, que en traducción castellana de Carlos Obligado dice: “Así vivió mi tiempo y así he vivido yo”. Y bien que el suyo lo transitó Rébora. El solo hecho de plantear temas conflictivos en su época en vez de ignorarlos, marca su apertura intelectual. Aparte de demostrar su estatura humana tan destacada por sus colegas, discípulos y allegados.
Para muestra basta un botón: La familia, Boceto sociológico y jurídico, otro de sus libros, esta vez de 1926, está dedicado a su amigo Emilio Troise, un médico, científico de nota, teórico del marxismo y dirigente del Partido Comunista Argentino. Y justamente ciertos tópicos presentes en La familia hacen suponer que Rébora era lector de Freud, hecho nada común aquí en los años veinte de la pasada centuria, como que el escritor y magistrado cordobés Juan Filloy se jactaba de haber sido de los pocos argentinos que abrevaron en las teorías psicoanalíticas en ese entonces, y entablar correspondencia con el maestro vienés. Así Rébora sostuvo sin desconocer tampoco visiones religiosas ni aquel brocárdico que habla de consortium omnis vitae, divini et humani iuris communicatio del romano Modestino, que: “La familia gira, desde luego, alrededor de una necesidad orgánica originaria, que se satisface con la unión sexual, es decir con el hecho biológico que asegura la perpetuación de la especie”.
Frente al desorden reclamaba jerarquía en el sentido tomista. Contra el facilismo privilegiaba la excelencia. Su natural señorío no tenía nada de acartonamiento ni de autosuficiencia. Los trajines académicos no le quitaron ni espontaneidad ni sentido del humor y en el número 664 de la revista El Hogar, correspondiente al 7 de julio de 1922, se recoge en la sección Anécdotas varias, que una alusión suya “iocandi gratia” al apellido del poeta y periodista Pablo Suero, casi finalizó en un duelo caballeresco con el autor de Los cilicios y gran amigo de Carlos Gardel.
POLITICA Y DOCENCIA
Perteneció al Partido Demócrata Nacional conformado por figurones ultra reaccionarios y por otras personalidades que enaltecieron los cargos ministeriales desempeñados como el cordobés Miguel Ángel Cárcano; o como el senador salteño Carlos Serrey las funciones parlamentarias. Rébora en nombre de la agrupación política disertó sobre Carlos Pellegrini en el centenario de su nacimiento. Y resaltó que no obstante la trascendencia pública que alcanzó su figura en vida y los momentos críticos en que ocupó la presidencia, el “piloto de tormentas” se subordinó siempre a la ley; en palabras del orador porque la ley: “es el único poder supremo de nuestro sistema de gobierno.”
Fue docente de Derecho Civil en la Universidad de Buenos Aires entre 1916 y 1924. En 1938 sucedió al ingeniero Julio R. Castiñeiras en la presidencia de la Universidad Nacional de La Plata hasta entregar el cargo vencido su período a Alfredo Palacios en 1941. No se debió sentir Juan Carlos Rébora a disgusto, abanderado él mismo del lema de la institución: “Pro Scientia et Patria”, al ponerse al frente de esa alta casa de estudios de tradición reformista. Aunque “pacífica por naturaleza” en palabras del líder del juvenilismo Julio V. González -el hijo rebelde de Joaquín V. González- que sufragó por Rébora en 1924 en un disputado concurso universitario y fue después legislador socialista y preclaro defensor del petróleo argentino.
Si “pacífica por naturaleza”, aquella Universidad de La Plata no era quietista, ni tampoco ajena a los recursos huelguísticos aplicados en ocasiones por los estudiantes fieles a la consigna: “La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar el pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes”, como reza el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, fechado en Córdoba el 21 de junio de 1918.
En la función pública actuó como Secretario de Inspección de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Director General del Registro Civil y de la Propiedad, vocal y vicepresidente del Consejo Nacional de Educación y durante el régimen de facto y fusilador -la historia es la historia- de la llamada Revolución Libertadora, embajador de la República Argentina ante el gobierno de Francia.
Por deferencia de su nieto, el médico y musicólogo doctor Juan Carlos Fustinoni, autor de un documentado estudio bio-bibliográfico sobre su antepasado que editó la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires en 2011, hemos tenido acceso a detallados informes reservados que en su calidad de embajador enviaba a la Cancillería frente a hechos tan conmovedores a nivel mundial como la nacionalización del Canal de Suez por el presidente Nasser o la guerra por la liberación de Argelia. Un material que dará para otro trabajo Dios mediante.