LA MIRADA GLOBAL

El liderazgo ruso se ha descarrilado brutalmente

La repentina y violenta invasión militar reciente rusa a Ucrania impactó instantáneamente, como era ciertamente de suponer, en todo el ámbito internacional. No sólo por sus propias características, sino también por sus propias lamentables modalidades, desde que se utilizaron, con evidente exceso en el uso de la fuerza de misiles hipersónicos y aviones militares de última generación contra una población civil que estaba en sus propias casas, completamente indefensa. Hay, no obstante, algunas conclusiones inmediatas que quizás valga la pena tratar de sintetizar tempranamente, aunque seguramente ellas serán objeto de renovados análisis, a medida que el tiempo transcurra y el enfrentamiento bélico termine y, quiera Dios, la muerte y destrucción derivadas del mismo cesen de una vez. 

Trataré, muy brevemente, de sintetizar algunas primeras breves conclusiones.

La Federación Rusa agredió ilegalmente a Ucrania, al invadirla sin otra razón que su propia voluntad. Ello la ha transformado en una peligrosa potencia militar-nuclear, claramente no confiable, con toda suerte de actos y conductas aberrantes, ya cometidos durante la reciente agresión armada rusa a la población civil de Ucrania, que, para peor, fueron cometidos frente a las cámaras de la televisión del mundo entero, y que, por su enorme  e indudable gravedad, califican como repudiables crímenes de guerra, cuyos responsables deberán ser juzgados públicamente, tarde o temprano, por sus acciones colectivas e individuales. Esos actos, por su repudiable brutalidad, hasta generan sospechas fundadas de que la hoy sanguinaria cúpula de líderes de la Federación Rusa no califica ya, necesariamente, como una  conformada por líderes de un país al que pueda tenerse fácilmente por civilizado. Su liderazgo lo ha descarrilado, tan brutal, como morbosamente. 

Los miles de cobardes ataques que fueran perpetrados por las fuerzas armadas rusas contra la indefensa población civil ucraniana –por razones presumiblemente étnicas- no pueden quedar impunes y tendrán que ser oportuna e integralmente investigados, y, en su caso, reparados, cuando ello sea factible. Sus responsables civiles y militares, por cierto deberán ser juzgados públicamente y, en su caso, condenados e inhabilitados, con la máxima dureza. Respecto de ellos puede existir tanto responsabilidad colectiva como distintas responsabilidades individuales por los crímenes de lesa humanidad que pudieran haberse cometido recientemente. El ataque armado a Ucrania tuvo ciertamente un “propósito criminal” y, desgraciadamente, también presumibles “motivaciones étnicas”. Por ello sus instigadores y ejecutores pudieron haber estado y actuado unidos por una “intencionalidad criminal común”, y deben ser rápidamente identificados y juzgados. 

Tras lo ocurrido, la Federación Rusa ya no puede más ser tenida como un aliado considerado confiable, por ninguna nación, ni coalición de naciones medianamente seria en el mundo. 

Las duras sanciones comerciales ya dispuestas por algunas naciones occidentales y organizaciones internacionales contra la Federación Rusa deben entonces mantenerse vigentes y ser consideradas como válidas. Y renovarse mientras no cambien sus conductas.

No es imposible que la agresión rusa contra Ucrania haya tenido un “plan común” y “un propósito criminal propio”. De ser así, los agresores actuaron tanto con mens rea, como con gravísimas conductas que fueron los actus reus que las exteriorizaron. 

Llama profundamente la atención la falta de una condena terminante y pública por parte de nuestro país a la agresión rusa. La única explicación posible parecería apuntar a la notoria excelente relación personal que existe entre nuestra vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner y el Jefe de Estado ruso, Vladimir Putin. Ello no es suficiente, por cierto, y la Argentina no puede jamás condonar el uso unilateral de la fuerza militar rusa contra una población civil inocente ucraniana. En ningún caso.