La lupa sobre el deporte

El legado de Locomotora

Hace un tiempo, en este mismo espacio, escribí una nota que titulamos El boxeo atrasa mil años. Dije, allí, que el pugilismo es un ¿deporte? de otra época. Que apasiona mucho más a los que pueden seguir calentitos por TV las veladas desde sus mullidos sillones whisky en mano, que a los que le tienen que poner el cuerpo y la cara a las piñas de sus rivales. Gané, con mi humilde opinión, más detractores que aceptación. La muerte prematura de Locomotora Oliveras me hizo volver al asunto. No para sumarlo como un argumento que me diera la razón ni mucho menos, pero sí para reflexionar sobre un tema que me aturde como periodista deportivo desde siempre.

La vida de Alejandra Oliveras estuvo cruzada por la pobreza extrema en su infancia, la resiliencia en su juventud y la sabiduría en su adultez. La sabiduría de alguien que aprende a los golpes pero logra hacerlo sin rencores. Sin odios dormidos. Ahí su gran mérito. En ese lugar aparece la grandeza del entrañable personaje que se fue esta semana a los 47, de manera inexplicable. Así suele ser la muerte.

Escucharla hablar en tantas entrevistas que dio, leer sobre su niñez, descubrir sus enseñanzas de vida, son suficiente. La justifican. El legado es lo que importa. La exboxeadora, sin duda una de las mejores en lo suyo en la historia de nuestro país, dejó más por lo que hizo y dijo fuera del cuadrilátero que por las peleas que ganó, que fueron un montón y le permitieron cobrar notoriedad. Hizo una carrera gigante con las manos enguantadas. Se convirtió en la primera boxeadora de la historia en ganar seis títulos mundiales en cinco categorías diferentes. Tre-men-do.

Pero lo mejor llegó después. El combate más importante y trascendental lo dio con el ejemplo. Fue de esas personas que predican haciendo. Cuenta la historia que fue la cuarta de siete hermanos, que nació El Carmen, Jujuy, en el seno de una familia muy pobre pero pasó gran parte de su infancia en Río Cuarto, en Córdoba. Que caminó en alpargatas o directamente descalza hasta los 16 años cuando, recién gracias a su propio trabajo, pudo comprarse sus primeras zapatillas. Que pasó hambre. Que sabía lo que es sufrir dolor de panza en serio por no tener nada para comer. Muchos tenemos la suerte de no saber que se siente que te duelan las tripas posta, por el plato vacío. No puede ser lo mismo tener ganas de comer que tener hambre de verdad.

Dicen, quienes lo sufrieron -está claro que ningún ser humano debería pasar por esa situación extrema-, que es insoportable y que, en algunos casos, puede disparar las mejores y las peores ideas. Los mejores y peores resultados. Para Locomotora fue el combustible de su tren. Desde esa estación extrema partió el convoy que no paró incluso cuando se bajó del ring.

Inteligente, amable, extrovertida, supo aprovechar aquella fama que se ganó a las piñas para hacer cosas por los demás. Fue filántropa, activista social, defensora de causas nobles. Tenía un gimnasio en Santa Fe al que invitaba gratis a los pibes de la calle con la condición de que estudiaran al mismo tiempo. El día que la internaron víctima del ACV que desencadenó su final, iba a representar al Frente de la Esperanza en la Convención Reformadora de la Constitución provincial de Santa Fe. Iba a ser una de las encargadas de la revisión de la Constitución. La gente la había votado.

´´Vengo de la miseria, la pobreza y el hambre… Eso fue lo que me hizo soñar con que algún día lo iba a tener todo. Porque a mí me faltó todo, pero nunca amor”, dijo en una de las mil notas que dio. Fue su papá, Luis, quien la apuntaló. El que creyó que, si quería boxear, Locomotora podía hacerlo aunque fuera mujer. Visionario y valiente le dijo, palabras más palabras menos, que nadie debía decirle qué podía hacer y qué no. Y que luchara por lo que quisiera en su vida. Le hizo caso.

Antes de descubrir el boxeo y de enamorarse platónicamente de Mike Tyson, trabajó de locutora en una radio y resultó víctima de violencia de género. Su novio le pegó hasta que un día, cansada de recibir golpes cobardes, comenzó a entrenarse para devolvérsela al tipo. ´´Le di una trompada en la cara que no se esperaba y me fui para siempre de su lado´´, contó la propia Oliveras sobre aquella lamentable relación.

Tras su muerte se replicaron entrevistas, frases, diálogos, pensamientos en voz alta que mantuvo con varios periodistas y se convirtieron en virales. Explotó Tik Tok. “La salud no tiene precio. Sos multimillonaria porque tenés salud, dos piernas y dos brazos. La gente no valora eso porque se cree inmortal. Cinco minutos antes de morirte, te arrepentís de todo lo que no hiciste´´, le dijo con premonición a María Laura Santillán.

“En cualquier momento me puedo morir, ojalá llegue a los 75 años. Si vos no disfrutás el tecito que estás tomando, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Cómo vas a pensar en el futuro si capaz te dormís y morís? La gente no valora nada. Piensa que la plata es lo más importante, pero eso no te hace feliz. La plata no te la ponen en el cajón. Disfrutá el día a día´´, le contestó en otra nota a Alejandro Fantino. Y a Sofi Martínez la animó: ´´El momento más feliz es hoy, ahora. Aprovechen este día como si fuera el último, vivan felices, den todo´´.

El boxeo no me gusta. Sigo viendo dos personas que se pegan y que gana el que más y que mejor castiga a su rival. Tuve mil y una discusiones para tratar de entenderlo con gente que sabe en serio del tema. Hablé con colegas de fuste que defienden la actividad. Me regalaron, generosos, sus argumentos a favor de los boxeadores. Periodistas como el genial Walter Vargas o el fallecido y querido Enrique Rodríguez, excompañero y amigo de La Prensa, me explicaron que los guantes sacan a muchos chicos de la calle, que les dan oportunidades a pibes que nunca las tendrían si no fuera por... Y algo de razón deben tener. No lo sé aún, no termino de discernirlo. Pero sí veo, ahora más claro, que Locomotora no hubiera llegado a donde llegó si no se hubiese subido a un ring para pelear por ella y por tanta gente.