El legado de Francisco y el sistema político

Mientras en El Vaticano se prepara el cónclave del que emergerá el próximo Papa, el mundo llora la muerte de Francisco y muchos que no atendieron su palabra mientras vivía, empiezan ahora a valorarla.
La imagen de Donald Trump conversando cara a cara, fuera de protocolo, con el presidente ucraniano Volodimir Zelensky en el imponente ámbito de la Basílica de San Pedro y en el marco de los funerales del Papa ilustra, si se quiere, un logro póstumo de la cultura del encuentro y las demandas de paz que Francisco predicó y practicó. Como el Cid, el Papa del fin del mundo gana batallas después de muerto.

UN CAMBIO DE ESPIRITU
La anterior reunión entre aquellos presidentes, en la Casa Blanca de Washington, había sido un festival de gritos, recriminaciones y pases de factura que el ruso Vladimir Putin interpretó como una luz verde para incrementar sus letales ataques a territorio ucraniano. Esta vez, los voceros de la Casa Blanca definieron el encuentro Trump-Zelensky como “muy productivo”, mientras el ucraniano lo consideraba como “muy simbólico” y “potencialmente histórico”. Putin, aunque no viajó a Roma, no tardará en recibir el poderoso mensaje, simbólicamente fechado en El Vaticano: ayer, Estados Unidos y Ucrania firmaron el acuerdo que cede a Washington derechos de explotación de recursos ucranianos que Washington quiere estratégicamente controlar
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Zelenski y Trump, como decenas de Presidentes, soberanos y altos funcionarios de gobiernos de todo el mundo, viajaron a Roma fascinados o rendidos por el impresionante magnetismo de la figura de Francisco, movilizados por el sentimiento y la esperanza que su pontificado despertó en todo el mundo, particularmente entre los desheredados, los humildes, los marginados que lo acompañaron hasta el final. Los poderosos que ocuparon las primeras filas en las ceremonias fúnebres estuvieron rodeados por multitudes bajo el influjo integrador del Papa fallecido.
La emoción y el llanto de Javier Milei ante la muerte de quien él llegó a llamar “encarnación del Maligno, así como la reiteración de su pedido de perdón y el reconocimiento de que, desde su propia identidad anarcolibertaria no había sabido dimensionar el peso y la enorme responsabilidad que Bergoglio asumía, reflejan francamente, quizás, un cambio de actitud que se está dando en sectores de la sociedad argentina que rechazaban ácidamente al Papa o minimizaban su envergadura mundial interpretando sus actos desde estrechas perspectivas facciosas domésticas. El arzobispo porteño Jorge Ignacio García Cuerva resumió esa situación en un lúcido y apenado diagnóstico: “Los argentinos -dijo- no lo hemos dejado a Bergoglio ser Francisco. Lo hemos querido meter siempre entre nuestras discusiones, nuestros debates, nuestros polos opuestos, fijándonos cómo miró, si le sonrió o no a tal o cual político. Lo hemos metido siempre en nuestras grietas”.
Es probable ahora -los caminos del Señor son misteriosos- que la constatación de todo lo que movió la muerte del Papa, las imágenes del numeroso desfile de influyentes jefes de países y corporaciones ante su féretro haya sido más elocuente o convincente para algunos de esos sectores que las periferias a las que Bergoglio aludía, congregaba y abrazaba todos estos años, antes y después de ser Francisco. Es probable que muchos empiecen a comprender todo lo que el mundo -y sobre todo la Argentina- pierde con su ausencia. “Fue el argentino más importante de la historia”, declaró Milei, que no acostumbra dedicar ese tipo de elogios a terceros.

DISGREGACION O ENCUENTRO
¿Se traducen de algún modo estos sutiles cambios en la política argentina? Seguramente es demasiado temprano para observarlo. El hecho de que este sea un año electoral no estimula la cultura del encuentro, sino más bien la de la confrontación, que opera sobre un paisaje cada vez más disgregado. El martes último, en el debate televisado entre candidatos a legisladores porteños participaron ¡17 postulantes! de otros tantos partidos que participarán en el comicio local del domingo 18.
Los libertarios, el PRO, el peronismo, los liberales y la izquierda llegan a las urnas divididos entre, al menos, dos boletas cada uno y los candidatos pelean en varios frentes simultáneos: contra rivales ideológicos explícitos y contra adversarios íntimos, más o menos cercanos. Manuel Adorni, el vocero de Milei y primer candidato libertario, simula una campaña fervientemente antikirchnerista pero su auténtica prioridad es borrar del mapa porteño a un aliado (el PRO de los Macri, representado para el comicio local por Silvia Lospennato) y jibarizar al libertario disidente (anti Karina Milei) Ramiro Marra. La candidatura del justicialismo, Leandro Santoro parece el andamio de una política de largo plazo, no se inquieta por la competencia de otros dos candidatos del mismo palo (las encuestas apenas los distinguen) y procura con estilo moderado aparecer como vértice antioficialista tanto en lo capitalino (versus Macri) como en lo nacional (contra Milei); pero, si se lo examina de cerca, el objetivo estratégico de su fuerza, conducida por Juan Manuel Olmos, es construir una alternativa de centroizquierda no exclusivamente peronista (y en una órbita diferente a la del kirchnerismo) capaz de llegar a representar mayoritariamente al electorado porteño.
El objetivo del PRO es defender su hegemonía en el distrito porteño, sede central de la construcción partidaria, de un asedio amplio, sobre todo configurado por los ataques libertarios (que suponen un riesgo existencial) y por el desafío de Horacio Rodríguez Larreta, fundador y figura central de los gobiernos amarillos de la ciudad, que ahora convoca a continuar y mejorar aquellas gestiones desde su propia candidatura.
La izquierda, por su parte, repite la fragmentación que la ha caracterizado largamente y que esta vez puede adelgazar más su presencia en la Legislatura.
Tanta multiplicación y dispersión de la oferta política no se refleja en un crecimiento paralelo de la demanda: la sociedad se muestra extensamente desinteresada en los debates en los que suele embarcarse la dirigencia y sintoniza otro canal. Basta observar el índice de notas más leídas de los diarios o los portales de noticias, o el de los programas de la tevé abierta y la de cable: prevalecen los temas deportivos, las trifulcas entre personajes de la farándula, los hechos curiosos. El interés no decae, en cambio, sobre la información policial (reflejo de la preocupación social por la inseguridad) o sobre temas económicos ligados a inflación, salarios y jubilaciones (también prioritarios para la opinión pública).
La crisis del sistema político tradicional es un proceso que no concluyó con la irrupción de Javier Milei y los libertarios. Por momentos, la vorágine de esa disolución amenaza absorber a los recién llegados, que no son inmunes a la fuerza centrífuga del proceso y en poco más de un año de gestión han acumulado decenas de deserciones, desvíos, rupturas y expulsiones.
Una de las claves para superar la desintegración reside en detectar y discernir las inquietudes y anhelos que esconde aquel aparente desinterés. Por esa vía es posible alcanzar la cultura del encuentro que Francisco predicó con la palabra y ahora inspira con su ausencia terrenal.