El largo adiós de Cristina Kirchner


Una clásica película del gran Billy Wilder, Sunset Boulevard, narraba la historia de una importante actriz del cine mudo que no aceptaba su ocaso, el cual se debía, como el de otras grandes figuras de ese cine, al advenimiento del sonido a la pantalla.

Ella no creía que su estrellato pudiera eclipsarse. Ese era su drama. Y se refugiaba en un mundo irreal, que sus amigos le ayudaban a creer verdadero, pensando que nuevamente sería llamada a interpretar grandes papeles cuando, en realidad, Hollywood la había dejado de lado. Definitivamente. Es lo que, en política, le sucede a Cristina. Sus cambiantes actuaciones no disimulan su irreversible deterioro. Puso un candidato ridículo para bajarlo en 24 horas. Tiempo en el cual, el increíble Scioli comprendió que también él debería resignar su postulación.

Massa, aquel que iba a “meter presos a los ñoquis de la Cámpora”, es ahora su candidato. Porque no tiene otro remedio.

Cierto es que ella pudo haber lanzado a De Pedro sólo para negociar, estando dispuesta a correrlo a un costado para que sea Massa el mariscal de la previsible, aunque no segura, derrota. También lo es que algunos de sus incapaces obsecuentes ocuparán cargos en el Congreso.

Pero esas maniobras no ocultan su naufragio. Ella también será culpable del fracaso. Seguramente sueña con ser la jefa de la oposición de un gobierno de Juntos por el Cambio. Pero, en realidad, sólo podrá conducir a una tropa menor, condenada a ralearse más y más.

LA CAIDA

Algunos creen que sus idas y vueltas la pondrán a salvo de la caída. No será así. Si los gobernadores la obedecieron, hasta hace poco, servilmente, no habrán de hacerlo en el futuro. Sea que gane Massa o que gane la oposición.

Porque, en el primer caso, ellos se congraciarán con quien detente el poder. Y, en el segundo, no lo harán con quien apenas se opone a él.

En estos días, Cristina ha pronunciado palabras en presencia de Massa con las cuales pretendió “marcarle la cancha”. Lo mismo hizo, en su momento, con Alberto. Que Massa haya guardado silencio no debe llamar a engaño. Con no muchas probabilidades de ganar, precisa los votos K para aumentarlas. De allí su momentáneo mutismo.

Pero su ambiciosa –e inescrupulosa– personalidad es incompatible con la ciega, en todo sentido, subordinación que guardó Alberto con respecto a Cristina. A ella le aguarda un futuro menemista. Sí, algo así como el de Carlos Menem, que después de presidir el país con el cincuenta por ciento de los votos, terminó en deslucido senador minoritario por su provincia natal, La Rioja.