El ladrón más violento de nuestro país

Rogelio Gordillo tuvo una vida violenta y casi cinematográfica. El inventor de las superbandas, asoló a la policía de tres provincias hasta su caída a sangre y fuego, producto del amor.

La macabra exhibición en el Museo Forense del Poder Judicial no tuvo una explicación que raye con la lógica, lo que si tuvo fue un justificativo (o quizás no). Lo cierto y a la vez paradójico e irónico, es que la cabeza de quien fuera el cerebro de la primer superbanda argentina, estuvo allí, dentro de un frasco lleno de formol, como un espécimen cualquiera de laboratorio, hasta que sus descendientes la reclamaron.
Rogelio Gordillo, conocido en el mundo del hampa como ‘El Pibe Cabeza’, nació en Colón, provincia de Buenos Aires, el 9 de junio de 1910. Fue uno de los siete hijos de un matrimonio de chacareros y cuando su padre murió en 1926, su mamá dejó el campo y se instaló en General Pico, La Pampa.
Tras vivir una infancia en la que vio a su padre ser golpeado por las autoridades en varias ocasiones, no logró jamás llevarse bien con la ley. “Después de aquel día cambió mucho su manera de ser”, aseguró su madre, Gregoria Lagarda, que no pudo evitar que dos años más tarde un segundo episodio lo marcara definitivamente.
Gordillo se ganó la vida desde los 16 años como ayudante en una peluquería, pero a los 18 años se enamoró de una chica de 15, una vecina llamada Juana Prado, y como la madre de ella se oponía a la relación, la fue a ver y tras discutir con la mujer, le pegó dos balazos.
Luego del incidente, la parejita huyó y se refugió en una chacra, donde fueron sorprendidos durmiendo por la policía, el 18 de febrero de 1928. Su primer descontrol lo llevó tras las rejas en la cárcel de Santa Rosa, por 8 interminables meses, pero tras recuperar la libertad, su vida ya no sería la misma.
 

Acercamiento al crimen
Cuentan quienes rememoran su historia, que durante el tiempo que pasó “guardado”, Juana Prado se casó con un chacarero de General Pico, pero lejos de deprimirse, Gordillo se perfeccionó en el arte del crimen.
A su salida, el joven que aún era menor de edad, comenzó su real carrera delictiva y ya no sería conocido como Rogelio Gordillo, sino que la crónica negra lo recordaría como ‘El Pibe Cabeza’.
En 1932 se trasladó a Rosario, donde conoció a Felipe Cherouvrier, “el Francesito”, quien lo insertó en el mundo criminal de ´la Chicago argentina´, pero allí sufrió un revés el 9 de diciembre, cuando la policía rosarina lo detuvo en lo que años más tarde se conocería como salidera y de la que fue víctima el administrador de un depósito de aceite. Por este paso en falso fue condenado a cuatro años de prisión, y enviado a Santa Fe.
 

Segunda salida
El 16 de agosto de 1935, logró salir de la cárcel con libertad condicional, pero en esos casi tres años de encierro, se podría decir que realizó un “máster” en crimen.
Ya en libertad, lejos estuvo de amansar su carácter y pasó a la historia por ser un asaltante violento sin escrúpulos que no tenía empacho en matar a quienes se interpusieran en su camino y que diseñó una estrategia criminal hasta ese momento desconocida en el país: formar una banda que actuaba con sincronización cronometrada, que se movilizaba en autos modernos y utilizaba ametralladoras Thompson -las que se ven en las viejas películas sobre Al Capone- lo que les daba mayor poder de fuego que el que tenía la Policía.
Al contrario del significado que su sobrenombre puede tener hoy, a este criminal se lo podía ver en todos sus robos vestido con un impecable traje oscuro y peinado ‘a la gomina’, algo elegante, pero bastante común para la época, pero su elegancia contrastaba con su odio sin límites hacia la ley.
Como ya señalamos, el resentimiento de Gordillo hacia la autoridad no nació de su encierro en Santa Rosa, según dijo alguna vez su madre, brotó por el maltrato recibido por su padre, militante político del Partido Socialista en la zona agraria, que fue detenido y recibió una paliza fenomenal. Este hecho marcó y resintió profundamente al "Pibe Cabeza" y puso una línea divisoria entre su persona y la autoridad.
En su estadía en la cárcel se relaciona con Federico Cherrubio, alias “La Chancha”, un miembro activo del hampa. Al salir se traslada a Rosario, lugar donde se convierte en ‘cafisho’, ‘datero’ en el hipódromo, y ‘descuidista y punguista’, aprovechando la concentración de personas que allí había.
 

La Banda
Tiempo más tarde entra a la banda de Antonio Moreno, compuesta por el ‘Negro’ Motta, el ‘Nene’ Oscar Martínez y Antonio Caprioli, alias ‘El Vivo’.
Lo cierto es que no pasaría mucho tiempo para que ésa, fuera su banda, ya no la de Moreno y a la misma se incorporarían más tarde Juan De la Fuente y los hermanos Alfredo y Daniel Ritondale, quien a la postre sería su ‘Judas’ pasando el dato a la Federal para que lo apresaran.
El raid delictivo de la banda comenzó a medida que algunos de sus integrantes ingresaban y otros salían. Pero Gordillo no se tomaba a la ligera el hecho de enfrentarse y escapar de la policía, por lo que después de algunos robos menores, compraron dos autos, ametralladoras y pistolas y salieron a cometer los primeros golpes del tipo comando ocurridos en nuestro país.
La frecuencia con la que cometían sus fechorías era inusitada para la época y su leyenda creció conforme se cometían nuevos atracos. En Rosario, Casilda, Armstrong, Venado Tuerto, Villa María, entre otras ciudades de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, se contaban historias sobre atracos legendarios, en donde la violencia y la muerte eran protagonistas de los relatos.
Su impunidad y sensación de superioridad hacia quienes tenían que capturarlo no conocían de límites, y ya en 1932 se tiroteó con la guardia policial del Hospital Carrasco y rescató a sangre y fuego al español Enrique Romualde y al uruguayo Alberto Quintana, dos de sus cómplices que se hallaban internados en el lugar.
 

El amor y el comienzo del fin
El 21 de enero de 1937, Gordillo, Caprioli, Martínez y De la Fuente transitaban en un Ford robado a un viajante de Nestlé por la ciudad de Córdoba, cuando Ubelindo González, un canillita de 11 años se cruzó en el camino de su vehículo. Manejando iba Caprioli, quien tras hacer una maniobra para esquivar al niño y chocó contra una columna del alumbrado y destrozó una cubierta.
En compensación por el golpe, la banda ofreció la suma de 10 pesos al canillita, mientras cambiaban la rueda. Pero apareció el cabo Santiago Pilar Contreras y las cosas cambiaron para mal.
“Yo estaba de lo más contento con mis diez pesos. Le dije que no era nada y que los dejara ir, pero el muy cabeza dura no quiso entender razones, ni siquiera cuando le ofrecieron cincuenta pesos”, indicó el vendedor de diarios.
Tras intervenir, Contreras le dijo a Gordillo que tendrían que ir al hospital con el niño y luego acompañarlo a una comisaría, pero apenas subió al auto, lo redujeron y continuaron su viaje, pero esta vez con el policía y el canillita como rehenes.
En las afueras de Córdoba abandonaron el vehículo y robaron un Chevrolet, y se llevaron también a sus ocupantes, Alberto Salas y Angélica Medina.
A Salas lo liberaron cerca de Villa María, y aunque la policía en Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, se movilizó para dar con su captura, la banda escapó a una chacra cerca de Los Toldos, donde Angélica Medina y Ubelindo González permanecieron en cautiverio hasta el 25 de enero, cuando los soltaron en un camino cerca de General Rodríguez.
La mujer declaró tras la liberación que fue tratada “con toda clase de consideraciones”, las mismas que no se le dieron al cabo Contreras, cuyo cadáver apareció con siete balazos en la espalda, cerca de Ballesteros, en la provincia de Córdoba.
La muerte del cabo le dio ‘carta blanca’ a la policía de tres provincias y a la de Capital Federal, para cazar sin piedad a sus asesinos y así empezó la caída de Gordillo y su banda.
Tras escapar se refugian en Junín, donde algunos miembros sugieren ‘guardarse’ por un tiempo. Pero Gordillo tiene otros planes, quiere ir a la Capital Federal a ver a María Romano, una joven de 19 años que vive en Mataderos y que espera una hija suya.
Las discusiones toman temperatura y luego de no llegar a un acuerdo, parte hacía Mataderos junto con Caprioli, su lugarteniente y mano derecha. La traición se quedó a orillas del rio Salado, la muerte viajó hasta el Rio de la plata.
Cuando arribaron las calles estaban teñidas de carnaval, pero un soplón de su banda le había pasado el dato a la Federal de que allí estarían. El comisario Héctor Fassio junto a los agentes Daniel Russo, Carlos Morales y Carlos Antequera, integrantes de la División de Robos y Hurtos, vigilaron la casa de la pareja de Gordillo hasta que un martes, El Pibe y Caprioli fueron sorprendidos al salir de la residencia.
De forma casi cinematográfica, el Pibe Cabeza se escuda detrás de un árbol, saca dos pistolas y empieza a disparar contra los agentes tirando con las dos manos. Pero en el cruce de fuego, las balas de la ley impactan sobre su humanidad y su vida culmina, acribillado por la Policía. El intercambio entre los maleantes y los agentes de la ley se acabó tras 51 los fogonazos, que sonaron fuerte en las calles Mataderos. Ya había muerto cuando fue llevado al Hospital Salaberry. Tenía 26 años.
El enemigo público número uno del país, había caído y como evidencia de su paso por esa esquina, aun están las marcas de los impactos sobre las paredes de una fábrica de cueros y, del árbol que no lo pudo escudar.
En medio de la balacera, Caprioli escapó secuestrando a punta de pistola un colectivo, pero meses después, el 2 de julio de 1937 murió en un enfrentamiento con la policía bonaerense y corrió el mismo destino que su patrón, al ser acribillado junto a "Nene" Martínez y Juan De la Fuente en una quinta de Junín. Increíblemente, fue también por el amor de una mujer, Ana Magadán (novia del Nene) que la policía dio con su paradero.
Así, la primer superbanda se desmanteló de a poco por amor y solo sobrevivieron los hermanos Ritondale, por la conversión de Daniel en Judas.
 

La leyenda de Junín
Tras sus muertes, los cuerpos fueron enterrados bajo nombres falsos. Caprioli, Martínez y De la Fuente, yacen en una tumba común del cementerio de Junín bajo el nombre de ‘Los Amigos’, pero el destino de Gordillo fue macabro, y quizás hasta irónico.
Los habitantes más famosos del cementerio de Junin recibieron flores y cuidados en sus tumbas durante mucho tiempo, de la que se cree fue una niña, hija de los caseros de la quinta que usaron como aguantadero y en donde algunas voces aseguran que dejaron buena parte de su último botín.
Destino macabro
Algún tiempo después del deceso de Gordillo, llegó a su Colón natal un cajón que trasladaba su cuerpo y que fue sepultado bajo otro nombre, pero ese ataúd no contenía la integridad física del Pibe Cabeza.
Como trofeo quizás, se encontraba en un frasco lleno de formol en el Museo Forense del Poder Judicial, la cabeza de quien durante años se burló de las autoridades, hasta que el amor y la traición la tomaron como precio de una vida signada por la violencia.
 

La hija de Gordillo
También las crónicas periodísticas indican que María Esther Romano, dio a luz a una beba, dos meses después del fatal enfrentamiento. Según indican esos relatos, la hija iba religiosamente al cementerio municipal de Colón cada 9 de febrero, para dejar flores en la tumba del Pibe Cabeza, donde está enterrado bajo otro nombre desde el 12 de febrero de 1937. Es el único visitante que recibió el más violento de los ladrones.
Perder la cabeza
Perder la cabeza es una frase que se utiliza cuando alguien realiza un acto alocado en el cual no se miden las consecuencias. En el caso de Rogelio Gordillo, la perdió 3 veces: La primera lo acercó al crimen; la segunda lo acercó a la muerte; y la tercera la perdió, literal y definitivamente.