LA BELLEZA DE LOS LIBROS

El inglés de los versos

Por Fernando Sánchez Zinny

¿Quién era Eugen Millington-Drake?, sir Eugen Millington-Drake… Lo diremos: un diplomático británico que estuvo acreditado un par de veces aquí y que ejercía las funciones de embajador de su país en el Uruguay cuando se produjo, a fines de 1939, el célebre combate naval conocido como Batalla del Río de la Plata.

Con la voladura del Graff Spee y el casi inmediato sacrificio ritual del capitán Hans Langsdorff, el acontecimiento adquirió relieve legendario y en su relato difuso siempre aparece el nombre de sir Eugen, sea negociando para que el gobierno uruguayo no extendiera el plazo en el que el buque alemán podía permanecer en Montevideo, sea como protagonista de una trama que habría inducido engañosamente a Langsdorff a acudir a una trampa que sería fatal para su nave y para él.

Aparte de esa historia, del singular inglés se decían muchas cosas y para nada gastaba esfuerzos en desautorizarlas. Por ejemplo: aseguraba ser descendiente del famoso pirata Francis Drake y con su evidente beneplácito circulaba la versión de que había sido un secretísimo agente secreto.

Lo cierto es que era un hombre de muy variada cultura, infinitamente meterete y simpático y agradable hasta un grado insólito para las formalidades diplomáticas. Se convirtió en personaje conocidísimo en Montevideo y entre 1942 y 1946 residió en Buenos Aires, en calidad de representante del British Counsil para América del Sur.

Se aburriría, sin duda, entre ceremonias, entrevistas, visitas a la Universidad, a alguna de las pocas academias de entonces y a la SADE, y distribuyendo la abrumadora propaganda de guerra de aquellos años. Mal que, al parecer, curaba viajando: iba a Bahía Blanca, a Rosario, a Córdoba.

Y en esas andanzas es que posiblemente se le ocurrió la iniciativa que da motivo a que lo recordemos.

CAZADOR DE POETAS

La idea era lógica: ¿qué hay en esos y en otros lugares, cualesquiera fueran? La respuesta cae de madura: poetas. Y sir Eugen se puso a compilar textos, a armar una antología que se halla entre las más curiosas que existen, con la extrañeza añadida de que la reunió un extranjero que estaba de paso, muy de paso… Y no fue una antología más, sino que tuvo su merecido cuarto de hora, bellamente editada por Peuser y con densos prólogos de Carlos Alberto Erro y Arturo Capdevila.

Su título es Poesías de las provincias que he conocido, apelación no infundada porque, en efecto, sir Eugen tomaba el tren –o el ómnibus, como cuenta en un emotivo prefacio– e iba a ver en persona a los poetas; en Villa Mercedes, San Luis, conoció a Berta Vidal de Batini y en San Juan, a Antonio de la Torre; en Santiago del Estero, a Horacio Rava; en Azul, a María Axel Urrutia Artieda; en Campana, a Gervasio Melgar; en Rosario, a Ortiz Grognet; en el Chaco, a Gaspar Benevento y a Juan de Dios Mena.

Sino todos, están casi todos: desde Arrieta, Lugones, Marasso y don Enrique Larreta, hasta Borges, Franco, Mastronardi, Bernárdez, Molinari, Alfonsina, Mujica Láinez, Nalé Roxlo y Pedroni; desde Juan Alfonso Carrizo y Juan Carlos Dávalos, hasta Aráoz Anzoátegui, Jorge Calvetti, Domingo Zerpa, Juan Carlos Dávalos y César Luzzato, sin olvidar a algunos cuantos ahora del todo olvidados como Emilio Carilla, Patricio Gannon o Eduardo Joubin Colombres.

Pero al distribuir los poemas, no se guió por el orden usual, sino por las regiones y sus temas: nadie aparece referido a sí o a su punto de residencia, sino al lugar convocado por su canto: así de Fernández Moreno hay una descripción de algo del Oeste pampeano y Silvina Ocampo recala en una Córdoba añosa, disposición curiosa, pero no exenta de sentido.

Finalmente queda lo que queda: un viejo libro de versos… ¿Quién habrá sido ese Millington-Drake?; en Mendoza, hasta hubo quien lo saludó con las galas del metro y la rima: no es gran cosa, pero cortésmente incluyó el poema en la selección.