UNA MIRADA DIFERENTE
El inefable señor Trump
El mundo cuelga en el precipicio bajo la voluntad de un presidente norteamericano. No es una novedad. Pero no se trata de cualquier presidente.
A veces se cae en el error de no querer repetir conceptos ya vertidos en nombre de la originalidad y la atención de los lectores. Esa práctica es peor que lo que se quiere evitar. Los defensores del absurdo suelen repetir incansablemente sus consignas y hacer mofa de quienes se oponen. Si esas prédicas no se rebaten adecuadamente una y otra vez, aun a riesgo de ser repetitivos, se vuelven cuasi verdades en la mente siempre desprevenida y simplificadora de toda sociedad.
Eso vale no sólo para las teorías de izquierda, como se puede pensar, sino para cualquier tendencia, partido, país, disciplina, reclamo, reivindicación o situación. La repetición de consignas ha probado ser el más eficaz instrumento de las dictaduras o autoritarismos, y muchas veces las sociedades altamente democráticas caen también en la misma trampa.
Tal es el caso de Donald Trump. El mandatario norteamericano, que últimamente se postula al premio Nobel de la Paz pese a no haber conseguido nada en ese rubro, que tal vez ha logrado empeorar; simultáneamente se postula para el premio Nobel de Economía, que también empeorará.
Ya desde su primera presidencia el varias veces fallido empresario estadounidense mostró su vocación estatista, tanto cuando propugnó el proteccionismo como cuando intentó hasta lograrlo torcer la mano de Jerome Powell para bajar la tasa de interés.
Compendio de errores
Su MAGA (Make America Great Again) es un compendio de los grandes errores cometidos por Estados Unidos en más de un siglo, que hace temblar los cimientos del mismísimo capitalismo. El proteccionismo, un gigantesco impuesto auspiciado al voleo por quien enarboló la bandera de bajar la carga impositiva, encarecerá seriamente el costo de vida y bajará las exportaciones. Aun cuando se trate de una herramienta de negociación, como se sostiene ligeramente, esa negociación tiene por objeto limitar el ingreso de productos importados a su mercado, lo que igualmente encarecerá el costo de vida y de insumos, con lo que también se limitará la exportación.
Algo peor: POTUS está encarando esta política argumentando que Estados Unidos ha sido estafado y abusado por los países que le exportan, y que está defendiendo a la industria y a los trabajadores de la industria norteamericana. Su pensamiento, como el de tantos otros mesías populares de ese país que lo precedieron, es antiguo, incorrecto, contrario a la evidencia empírica y a la economía clásica. Peor es el hecho de que en esa línea está defendiendo actividades, industrias y sectores obsoletos o que requieren un gran aggiornamiento. Por supuesto que esto le puede valer muchos votos y apoyos, pero eso no significa que el resultado será bueno. Ni para EE.UU. ni para el mundo.
En cuanto a China, independientemente de todas las consideraciones y prevenciones que merezca su sistema de gobierno, que esta columna comparte, la realidad es que EE.UU. ha venido subestimando la capacidad de esa potencia y el tremendo desarrollo técnico en todo tipo de industria y en tecnología en todos los ámbitos, incluyendo el bélico. Lo mismo ocurre con su gestión educativa. Es como si se hubiera aferrado a una imagen de medio siglo atrás y ahora se enojase de golpe al advertir su propia torpeza.
Igualmente grave son los vaivenes en los aspectos bélicos y estratégicos, muchas veces mezclados con negocios personales o no, pero que no ayudan a crear un clima de inversión, seguridad y confianza mundial.
Obsesionado con la tasa
Trump parece creer que si baja la tasa de interés, un mecanismo de control estatal que en breve puede perder vigencia, el movimiento creará más inversión, más demanda, más empleo y más votos. Como la emisión ha sido monstruosa en los últimos 20 años, la tasa cero a la que aspira el mandatario con una liviandad asombrosa puede parecerse al sistema massista: muestra ciertos resultados y felicidad unos pocos meses, para luego caer en picada creando un país sin moneda ni confianza.
La diferencia es que en este caso se está ante una moneda de uso mundial, con lo que la mezcla entre una disminución del libre comercio, la imprevisibilidad y una devaluación del dólar sembrará la pobreza, cosa que no es una novedad porque ya ha pasado con gobiernos anteriores con personajes igualmente arbitrarios y del estilo “America First”, “America para los americanos”, “zanahoria y garrote” y otras frases creativas.
Por supuesto que el colorido presidente no ignora el inminente paquete de renovaciones de deuda que debe enfrentar EE.UU. durante su gobierno y para ello sería ideal una tasa cero, como sueña. El problema es que esa tasa cero no es la resultante de una decisión del mercado, sino de su voluntad. Lo que se trasunta en sus insultos y calificaciones (que pueden estar funcionando) contra Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal que tiene mandato hasta mayo.
Como dato a tener en cuenta, la core inflation yanqui, que mide muy mezquinamente ese proceso, es hoy del 3%, o sea un punto por encima de la tasa usada como referencia por la Fed. El banco central norteamericano ya tiene su propio desvío conceptual, al usar como herramienta para fijar la tasa de interés el índice de desempleo, en el dudoso convencimiento de que “un poquito de inflación” es bueno para el empleo, lo que no está probado en ninguna parte. Su doble mandato, defender el valor de la moneda y defender el empleo, se vuelve una gran contradicción, aun sin necesidad de que Trump lo empeore.
Se da entonces el gran riesgo de que los compradores de bonos de deuda norteamericana no estén conformes con una tasa a dedo y desobedezcan la regla consuetudinaria de usar la tasa de las letras del Tesoro como una referencia cercana para fijar la tasa a la que estarían dispuestos a prestar. Esto abre otro problema, y también la posibilidad de que los llamados Fondos y bancos estén dispuestos a prestar a cualquier tasa en retribución de favores y en la esperanza de que tanto en el pasado como en el futuro serán salvados de todo mal por la Reserva Federal con más emisión. (Ver la serie Billions las diversas películas sobre Wall Street, o The Big Short o leer el instructivo libro Crash of the Titans) sobre la estafa de Merril Lynch. Sin presos residuales, claro. Como en la crisis de los subprime.
Presiones insultantes
Las presiones insultantes que Trump ejerce sobre Powell, como las que ejerció en su primer mandato contra Yellen, más el mecanismo que usa la Fed para “crear más empleo”, (otro concepto estatista que confirma la fatal arrogancia de la burocracia, como definiera con precisión y concisión de cirujano Hayek) es también el redondeo de la traición de Estados Unidos al sistema universal al que se comprometiera en Bretton Woods, perpetrada primero por Nixon en 1972 al salir del patrón oro unilateralmente, y ahora Trump al lapidar el concepto de Banco Central independiente que suponía ser el otro pilar sobre el que se basaría el sistema económico y financiero mundial. Si bien es cierto esta bastardización de la Fed no es un invento de Trump, éste lo ha potenciado, perfeccionado y culminado. Es el personaje ideal para la tarea.
Hay un corolario, un colofón, o una frutilla coronando la torta. La tasa de interés norteamericana es también un cartabón, un gálibo con el que se mide la rentabilidad estimada de los proyectos de inversión de las empresas. Esta baja de tasas a dedo implica que en promedio, los proyectos serán de peor calidad ahora. Lo que si queda algún inversor responsable debería ser tomado en cuenta al comprar acciones o participaciones en nuevos emprendimientos.
Confusiones ideológicas
Con su lucha declarada contra el wokismo, la inmigración, las estupideces ideológicas, financieras y geopolíticas europeas, Maduro y el sector delirante del mundo árabe, (con alguna excepción en favor de algún asesino por aquí y por allá) Donald Trump se ha ganado el apoyo de lo que se califica como “la derecha”, lo que le ha valido además el pasar a ser el capataz del Partido Republicano, que no tiene aparentemente una alternativa. Eso también se refleja en muchas sociedades que consideran esas políticas como de más importancia que el manejo de la economía y hasta olvidan la confusión entre su patrimonio y el de su país, además de sus vaivenes que lucen algo seniles, en una definición generosa.
Ocurre que justamente eso es lo que ocurre también con los líderes de la llamada izquierda o progresistas, que consiguen sus adeptos defendiendo alguna causa aparentemente sacrosanta y universalmente popular, y entonces se les permiten licencias y transgresiones que van en detrimento de sus propios votantes hasta que es tarde para retroceder y ya se está preso en la ratonera. También hay libros, películas y series que muestran muy bien estos casos.
Por eso es tan importante tratar de mirar más allá de las causas sagradas o los grandes eslóganes, sean los “al menos no impera el wokismo ni la agenda 2030”, o los “al menos no gobierna la derecha” un temperamento futbolero estimulado que logra enceguecer hasta impedir ver los partidos, o la realidad. Si el presidente de EEUU fuera uno de los jóvenes principiantes de su saga televisiva El Aprendiz, más que un aviso de que se le ha otorgado el premio Nobel de algo corre el riesgo de escuchar esa terrible frase que él arrojaba en ese programa: “You are fired!”. Finalmente es la frase a la que el vulgo atribuye la grandeza americana, ¿verdad?
Con una comprensión y estrategia geopolítica tan precaria y cambiante, y con el dólar debilitado y atacado en su condición de moneda universal, peleándose con sus aliados y con su extraña relación con Rusia, difícilmente EEUU pueda repetir el pasado e imponer su voluntad con su poderío bélico, económico, financiero, de líder y gendarme del mundo libre, a lo que su país parece haber ido renunciando en los últimos 30 años y aceleradamente en la última década. No intente hacerlo en su casa, podría ser el resumen. O no le pongan todas las fichas, en términos de la calle.
