El gol fantasma

El baúl de los recuerdos. Inglaterra se consagró campeón del mundo en 1966. Lo logró venciendo 4-2 a Alemania Federal con un tanto de Geoffrey Hurst en el que la pelota no ingresó en el arco.

Quedó en la historia como una de las mayores polémicas de la historia mundialista. Pareció un vil robo para la corona. Pudo haberlo sido. No existen evidencias que prueben lo contrario. Inglaterra derrotó 4-2 a Alemania Federal en la final disputada en el estadio de Wembley. Los británicos quebraron la resistencia de sus rivales con un tanto que hoy ni siquiera el famoso VAR (Video Assistant Referee) podría haber convalidado, aun con sus mil y una polémicas intervenciones. Lo cierto es que esa conquista de Geoffrey Hurst hizo posible el título en medio de una controversia tan grande que hasta se ganó un nombre propio: el gol fantasma.

Habían transcurrido 11 minutos del primer tiempo suplementario cuando Alan Ball se escapó de la marca de Karl-Heinz Schnellinger como lo había hecho tantas veces esa tarde del 30 de julio de 1966. El habilidoso pelirrojo envió un centro al vértice del área chica, donde se encontraba Hurst. El delantero del West Ham sacó un violento remate que superó el cierre de Willy Schulz. La pelota impactó en el travesaño, picó en el venerado césped de Wembley y se elevó. Roger Hunt, que solo tenía que soplar la pelota para sepultar cualquier discusión, se dio vuelta y festejó. El defensor Wolfgang Weber corrió y despejó el balón. La secuencia no dejó dudas. El problema llegó después.

Los jugadores del seleccionado local celebraban. Los alemanes protestaban. El árbitro suizo Gottfried Dienst dudaba. Debía tomar una decisión. No estaba seguro. Se acercó al soviético Tofik Bakhramov, uno de los jueces de línea (no se los conocía como asistentes en esa época). Alto, canoso y con un grueso bigote, el hombre hacía ampulosos gestos marcando el centro de la cancha. Para él, la cuestión parecía estar clara. Había sido gol. ¿Había sido gol?

Más allá de la seguridad que mostró Bakhramov y la disposición de Dienst de creer en el juicio de su colaborador, nadie tiene prueba alguna de que la pelota haya ingresado en el arco defendido por Hans Tilkowski. Un centenar de fotógrafos apostados en el lugar, 95 mil espectadores en las tribunas y dos mil periodistas en el palco de prensa no fueron capaces de ver lo que vio el juez de línea. El gol fantasma acababa de nacer y, junto con él, una controversia eterna.

LA GRAN OPORTUNIDAD

Los ingleses eran considerados los inventores del fútbol. Se trataba de una afirmación cuestionable, pues este deporte no nació en Gran Bretaña. Sí, en cambio, a ellos se les debía la reglamentación del juego y la organización de los primitivos torneos. Sin embargo, más allá de sentirse orgullosos de su condición de padres de la criatura, nunca se habían destacado en la historia de las Copas del Mundo. Por eso el certamen disputado en su tierra en 1966 se antojaba la oportunidad de acompañar con un título el prestigio que se autoadjudicaban.

Alf Ramsey, un discreto defensor que había vestido la camiseta inglesa en la inesperada derrota a manos de Estados Unidos en Brasil ´50, era el técnico del equipo británico. Le dio vida a un seleccionado compacto, fuerte en defensa y poco imaginativo en ataque, pero decidido a buscar el éxito a toda costa.

Sus figuras eran Bobby Charlton, un formidable jugador que había abandonado su antiguo puesto de puntero izquierdo para convertirse en un lúcido organizador de juego; un arquero de notables reflejos como Gordo Banks y Bobby Moore, un zaguero de buenas condiciones técnicas. Éste último, que era el capitán, actuó con el brasileño Pelé, el argentino Osvaldo Ardiles y varias estrellas del cine y del más popular de los deportes en Escape a la victoria, ese filme en el que Sylvester Stallone descubrió el fútbol mientras gozaba de la fama que le había dado la saga de Rocky. Sí, llevaba mejor los guantes de boxeo que los de arquero…

Los dueños de casa se encontraron en la final con Alemania Federal, un rival que, aunque contaba con mayor jerarquía individual, carecía de la fortaleza colectiva que caracterizaba a las huestes de Ramsey. El conjunto orientado técnicamente por Helmut Schön tenía como líder al goleador Uwe Seeler, un cabeceador temible que murió el pasado 21 de julio a los 85 años. El delantero del Hamburgo era el referente de un seleccionado en el que se destacaban Helmut Haller y Schnellinger -de gran labor en la Liga italiana- y los jóvenes Franz Beckenbauer y Wolfgang Overath.

Los locales habían dejado en el camino al Portugal que apostaba todo a los goles de Eusebio y al talento de Mario Coluna, y los alemanes hicieron lo propio con la Unión Soviética. Antes, se habían librado, respectivamente, de Argentina y Uruguay en dos choques con escandalosos arbitrajes.

LA POLÉMICA ROMPIÓ LA PARIDAD

La finalísima comenzó con un concierto de centros como únicos medios de ataque. La explicación era lógica. Bobby Charlton no podría librarse de la marca de Beckenbauer, quien, por respetar la orden de su técnico de no despegarse del cerebro inglés, aportaba poco y nada en la creación.

El defensor George Cohen perdió la pelota con el zurdo Overath. Sigfried Held probó puntería y un mal rechazo de Ray Wilson le dejó a Haller la posibilidad de un remate franco que superó la estirada de Banks.

La sorpresa inicial en Wembley le cedió paso a la tranquilidad cuando un tiro libre de Moore encontró la cabeza goleadora de Hurst, quien había definido el pleito contra Argentina después de haberle quitado el puesto a Jimmy Greaves, un excelente delantero del Tottenham que tuvo una opaca labor en la Copa del Mundo.

Hurst, mucho más dúctil que el empeñoso Hunt, se había convertido en un puntal del elenco inglés. Era el arma más peligrosa del dueño de casa y su temible capacidad para el juego aéreo ponía en aprietos al inseguro Tilkowski.

Cuando faltaba poco menos de un cuarto de hora en ese duelo de extrema paridad, Hurst buscó el arco, Weber se interpuso y la pelota le quedó a Martin Peters, quien venció a un indefenso Tilkowski. Ese gol desató el festejo del público británico. El título parecía al alcance de la mano. Lo estaba. Alemania no se rendía, pero se mostraba incapaz de vulnerar al seguro Banks.

Faltaban apenas 60 segundos cuando, impulsados por la desesperación, los de Schön empataron con un agónico tanto de Weber. El suspenso se extendió por media hora.

La lluvia que había caído durante el entretiempo y parte del segundo período había hecho del tupido césped un enemigo más. Los protagonistas empezaban a lucir cansados. El ritmo había sido muy intenso. El equilibrio de fuerzas quedó reducido a la nada cuando Hurst conectó ese remate que solo Bakhramov vio dentro del arco alemán.

Pese al empuje de Seeler, su equipo bajó los brazos. Casi con el silbato final llegó otro gol de Hurst. En esa ocasión la pelota había ingresado completamente en la valla de Tilkowski. El goleador se despachaba con un triplete que jamás pudo ser igualado en la historia de los Mundiales. Por fin, Inglaterra era campeona. La reina Isabel II, fallecida ayer a los 96 años, le entregó la Copa Rimet a Bobby Moore.

Los inventores del fútbol habían conseguido el mayor triunfo de su historia. Sí, con una inmensa polémica de por medio. Y con un gol fantasma que le dio a ese título la fisonomía de un robo para la corona. 

LA SÍNTESIS

Inglaterra 4 - Alemania Federal 2

Inglaterra: Gordon Banks; George Cohen, Jack Charlton, Robert Moore, Ray Wilson; Alan Ball, Norbert Stiles, Robert Charlton, Martin Peters; Roger Hunt, Geoffrey Hurst. DT: Alfred Ramsey.

Alemania: Hans Tilkowski; Horst-Dieter Höttges, Wilhelm Schulz, Wolfgang Weber, Karl-Heinz Schnellinger; Helmut Haller, Franz Beckenbauer, Wolfgang Overath; Sigfried Held, Uwe Seeler, Lothar Emmerich. DT: Helmut Schön.

Incidencias

Primer tiempo: 12m gol de Haller (A); 18m gol de Hurst (I). Segundo tiempo: 33m gol de Peters (I); 44m gol de Weber (A). Primer tiempo suplementario: 11m gol de Hurst (I). Segundo tiempo suplementario: 15m gol de Hurst (I).

Estadio: Wembley (Londres). Árbitro: Gottfried Dienst, de Suiza. Fecha: 30 de julio de 1966.