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El “gigante de la diplomacia” y su principio de negociar con el mal

En numerosas notas necrológicas dedicadas al recientemente fallecido Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, la definición más meneada fue la de “gigante de la diplomacia”. Hay que reconocer que a lo largo de su prolífica carrera de político y experto Kissinger alcanzó alturas a las que pocas veces accede un jefe de Estado; ni hablar de un canciller. Y fue incansable en las defensas de sus estrategias políticas: ya siendo un anciano centenario voló a China y se encontró con Xi Jinping, trazando así una línea recta desde sus negociaciones –y las de Nixon– con Mao.

Esta última visita de Kissinger fue una evidente ilustración de su principio más importante en política: la diplomacia es el arte de encontrar un lenguaje común con el mal. Uno puede convertirse en un luchador contra el mal, un caballero cruzado. Pero también elegir ser el fakir que encanta a la cobra. Kissinger, claramente, escogió el segundo camino. Y estaba absolutamente convencido, de que la única manera de neutralizar al mal, era negociando con él. O al menos, eso nos quería hacer creer.

 LECCIONES DE VIETNAM

Pareciera que las lecciones de Vietnam deberían haber desengañado para siempre al ex Secretario de Estado. El fin de la guerra en el Sudeste Asiático fue su triunfo más importante. Pero ahora pocos recuerdan que el acuerdo entre Kissinger y el comunista Le Duc Tho, por el cual ambos recibieron el Premio Nobel de la Paz, se basaba en el cese de fuego y el mantenimiento del status quo. Y que, como era de esperar, Vietnam del Norte, con el apoyo de la Unión Soviética y de China Comunista, violaron ese acuerdo y ocuparon Vietnam del Sur. Kissinger, por supuesto, estaba indignado y amagaba con devolver su Premio Nobel (el dogmático y previsor Le Duc Tho, que sabía exactamente como iba a terminar todo, rechazó el galardón de entrada). Pero a Saigón no la iban a devolver, como no iban a devolver los sueños de libertad de aquellos millones de vietnamitas, que esperaban no caer en manos de la dictadura comunista.

Y expliquen como expliquen los historiadores del futuro la situación en ese momento, citando el “cansancio” con la guerra de la sociedad estadounidense y la ineficacia del gobierno de Vietnam del Sur, el hecho sigue siendo incontrastable: los comunistas vietnamitas engañaron al “gigante de la diplomacia”, quien creía poder llegar a un acuerdo con ellos. Lo cual no le impidió a Kissinger enorgullecerse durante toda su vida de haber arrastrado a Nixon a Pekín.

Como resultado, estamos todos viviendo en el mundo construido por Kissinger. Un mundo donde el bien debe obligatoriamente llegar a un acuerdo con el mal… y el mal va a seguir cumpliendo sus propias obligaciones, que para eso es el mal.

Lo que pasa es que con cada nuevo día de vida en ese mundo hostil, nos vamos convenciendo más y más, que nunca se logrará acordar con el mal, que el mal nos engañará inexorablemente, y si puede, nos exterminará, no importa cuan amplias sean nuestras sonrisas en la mesa de negociaciones.

Y nosotros seguimos como imberbes abandonados por el sabio anciano, mirando alrededor para entender donde sobrevendrá el próximo estallido y si no caerá sobre nuestras cabezas el techo de la casa en llamas. ¿Será Taiwan, Corea del Sur, Medio Oriente, Ucrania, Latinoamérica?

Pero las instrucciones sobre como conducirse en un mundo donde es imposible acordar con el mal, el sabio anciano no se molestó en formularlas.