Cajón de sastre

El fotógrafo

Admiro profundamente a los fotógrafos de los periódicos nacionales, y algunos son mis amigos. Uno de ellos me contó esta anécdota que seguro no creerán, y que ocurrió hace años, antes de la era digital. Como es un profesional conocido lo voy a nombrar con un seudónimo. Aquí va lo que me narró tomando un café en un bar del barrio Las Cañitas. Lo llamaré Jonas.

Resulta que semanas atrás Jonas volvía de Italia hacia Buenos Aires y el avión hizo una escala en África. En el aeropuerto notó que unos indígenas vendían vasijas y artesanías en general, para los turistas. Pero entre ellos,  una anciana con aspecto de cacique ofrecía rollos de fotos. A Jonas, fotógrafo profesional de un diario argentino, le llamó la atención esto y adquirió uno. Nunca se había acostumbrado del todo a las cámaras digitales y seguía fotografiando con rollo. Por otro lado, se preguntaba quién lo había fabricado, porque la caja no mencionaba ninguna de las marcas conocidas.

Días después, ya caminando por el porteño barrio de Almagro, Jonas al caminar por una vereda de Medrano,  vio cómo dos niños cruzaban imprudentemente la calle, jugando, sin mirar hacia el tránsito y con el semáforo en verde para los automovilistas. Jonas les gritó, pero no lo oyeron, e instintivamente alzó su cámara y fotografió el instante en el que los chicos eran atropellados por un camión. Sólo tomó una foto.

Los pequeños habían muerto en el acto. Unos minutos después, un policía le solicitó la cámara, él le ofreció revelarlas en su casa pues muchos de los negativos eran material encargado por el diario, y solo había tomado una foto del accidente. Como en la seccional lo conocían, se lo permitieron.

Ya en su laboratorio personal, en su casa, Jonas reveló el rollo comprado en Africa y notó algo sorprendente. Las otras fotos, las anteriores, las que había logrado para su trabajo, se habían borrado y solo se habían impreso en todos los cuadros, en todos los negativos, las imágenes de los niños jugando, luego siendo arrollados, y después cayendo a un costado de la acera. En distintos cuadros. Como si él las hubiera filmado con una cámara de cine.

No entendía nada, hasta que alguien golpeó la puerta de su casa. Una mujer, desesperada, vino a pedirle ayuda. En la comisaría le dieron su dirección. Le contó que una clarividente le había informado que solo Jonas podía ayudarla a salvar a sus hijos, y le informó cómo. Luego ella se fue.

Jonas, nunca supo porqué, pero cumplió el procedimiento. Con un “cañón” proyectó las fotos del accidente bien ampliadas en la pared de su cuarto. Bebió un té, una infusión preparada con yuyos que le había enviado la clarividente. Luego, no me pregunten cómo, fue hacia las fotos y “entró en la imagen”, se metió en esa calle en el instante en que los chicos jugaban y los empujó hacia la vereda, para que ningún camión los atropellara.

En ese instante sonó el timbre en otra casa. Una mujer abrió, emocionada, sus dos niños pequeños corrieron a abrazarla. Jonas tenía lágrimas en los ojos mientras bebía su café, y yo no quise preguntarle más nada.