​El evangelio en llamas

“La señal de precios es sagrada, más sagrada que mi madre”. Javier Milei solía repetir esa frase como un mantra allá lejos y hace tiempo cuando era apenas un ignoto economista. Y lo siguió haciendo mucho después, convertido en polémico personaje de programas televisivos famélicos de rating.

La libertad de mercado, un estandarte de su campaña electoral, plataforma ideológica de su movimiento, recibió un tiro de gracia la última semana cuando el Gobierno anunció que las empresas de medicina prepaga deberán retrotraer las tarifas del servicio al mes de diciembre y recién entonces aumentar de acuerdo a la inflación mensual.

En una medida inteligente, Milei volvió a confirmar que el ejercicio del poder concreto y real a veces toma distancia de la teoría del libro de texto, que la política es también y sobre todo pragmatismo. Quien se aferra a un dogma y no resuelve las necesidades de la gente, se equivoca.

La romántica visión de liberar el mercado de la medicina privada desató un tsunami de aumentos que impacto por debajo de la línea de flotación de la clase media. Las familias empezaron a hacer agua. Hubo entonces desesperados pedidos de descuento y traslaciones masivas hacia compañías con cuotas más baratas y servicios de peor calidad. Muchos retornaron a la obra social con la cola entre las patas.

Hay un sesgo de ingenuidad en esto de soltarle por completo las riendas a algunos segmentos del mercado pues, dadas sus características, la cartelización se torna inevitable y el consumidor queda preso del oligopolio. En una plaza con pocas empresas fuertes de medicina privada, ¿que otra cosa hubiera podido ocurrir?

Lo cierto es que la mesa liderada por Swiss Medical, y en la cual también están Galeno, OSDE, Omint, Medicus y los hospitales Italiano, Británico y Aleman, entre otros, picaron en punta ni bien vieron la luz verde del gobierno, estableciendo aumentos que alcanzan el 165% en lo que va del 2024.

La voracidad del aumento del servicio de medicina prepaga encendió las alarmas del equipo económico, conscientes de que el ritmo mensual de los incrementos no iba a hacer otra cosa mas que tronchar el sueño libertario de bajar el índice de inflación a un dígito por mes. Se prendía fuego el manual y lo apagaron de un baldazo, como hubiera hecho cualquier economista de un credo diferente.

En las filas kichneristas tomaron la medida con sorna. A los economistas heterodoxos se les dibujó una sonrisa canchera. Contra lo que manda su sacro Evangelio, el Gobierno libertario terminó interviniendo ¿Que dirían de todo esto Rothbard, von Misses, Hayek y toda la banda?

Hay que sacarse las anteojeras. Caerle encima a Milei por haber traicionado los principios teóricos que lo sustentan como economista implica ignorar que el Gobierno interviene desde el inicio de su gestión en otros segmentos sin ponerse colorado, tal el caso de la plaza cambiaria, dónde aún rige el cepo. He aquí otra muestra de pragmatismo.

Sus fervorosos militantes también podrían enrostrarle que no aflojó la presión fiscal y que sostiene el Impuesto PAIS, que ya significa el 10% de la recaudación. Pero quienes miran la economía con más inteligencia que ideología saben que antes de quitar tributos hay que recortar el gasto público. De esto va la nota de tapa del suplemento de Economía de La Prensa.

LOS PRECIOS

La inflación es el mayor de los flagelos, el impuesto más regresivo, el que  pagan y sufren todos. Comenzó siendo apenas una criatura indefensa pero terminó convertido en un monstruo que todo lo devora.

A varios les cabe la paternidad y maternidad del fenómeno. Cristina Fernández en sus dos gestiones, Mauricio Macri y Alberto Fernández pueden inscribir su nombre, todos son culpables del proceso que desgastó a más no poder la capacidad de compra de los argentinos, sumiendo a millones en la pobreza y la indigencia.

Milei llegó para corregir el fenómeno. Para eso lo votaron. Ocurre que opera con la sutileza de un Terminator. Cierra los ojos y dispara sin contemplaciones su metralla libertaria. No tiene miramientos, empatía ni sintonía fina. Poda el rosal con la motosierra.

Sus salvajes modos, sin embargo, parecen estar dando resultado. El Indec informó que la inflación de marzo fue del 11%, ensayando una verdadera parábola descendente, y el jueves los Precios Mayoristas -apenas 5,6%- anticiparon que el Gobierno podría alcanzar el tan ansiado digito de inflación mensual en mayo.

 "Aproveche que estamos bajando los precios. La naranja de $2.500 a $1.500 el kilo. ¡Viva Milei!", dice risueño un verdulero en el barrio de La Paternal, hombre que por venezolano también es un experto en procesos inflacionarios.

Algunas distorsiones, sin embargo, permanecen. Según el Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD) elaborado por el sector de Economías Regionales de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), en marzo los precios de los agroalimentos se multiplicaron por 3,4 veces del campo (origen) a la góndola (destino). Es decir, el consumidor pagó $3,4 por cada $1 que recibió el productor.

Los comercios organizan sus propias promociones o bien se montan en las ofertas diseñadas por los bancos, que canalizan los pagos por MODO o Cuenta DNI un par de veces a la semana y devuelven el 30% de la compra. Todo sirve para resucitar las ventas.

En esta tendencia declinante de los precios -en algunos rubros, en algunas zonas- sólo aparece como discordante la actualización de las tarifas energéticas, que multiplicará los costos de la producción azuzando la inflación. A eso le teme el Gobierno.

Los precios, vale decirlo, se van disciplinando a fuerza de ajuste y recesión. Caen las operaciones, cierran comercios, hay una menor demanda de insumos. De este escenario es hijo el superávit comercial de  u$s 2.059 millones. El cuarto registro positivo que encadenó la gestión Milei está atado al incremento del 11,5% de las exportaciones, pero sobre todo al derrumbe del 36,7% de las importaciones.

Nadie compra. No hay plata. No es extraño entonces que pese a que la inflación va en descenso, la conflictividad laboral va en aumento. De acuerdo al último informe de la consultora Tendencias, en marzo se registraron 258 conflictos entre paros, despidos y suspensiones.

“Los despidos experimentaron un gigantesco salto del 8.547,4% anual como resultado de la caída de los contratos en distintos organismos del sector público como Anses, Incaa, Inta, AySA y Vialidad Nacional, entre otros, en municipios, en la obra pública, en los sectores textil y calzado, electrodomésticos, comercio, hoteles, salud, automotriz y comunicación”, detalla el documento.

Las suspensiones de personal afectaron a 3.156 trabajadores frente a ninguno en marzo de 2022. “Se verificaron por falta de insumos importados y reducción de la producción por fuerte caída de las ventas y se localizaron en la industria automotriz, electrodomésticos, textil y calzado, industria de la madera y siderurgia”, entre otros.

Los paros mostraron un aumento del 10,3% anual y también se incrementó la duración de los conflictos, que mayormente tuvieron lugar en los gremios docentes, del transporte, estatales, metalúrgicos, electrodomésticos, textil y calzado, luz y fuerza, salud y camioneros.

El trabajo, que mide la actividad registrada, detectó que en los primeros tres meses del 2024 los despidos se incrementaron 174,2% anual, las suspensiones 52,5% anual y los paros 8,7%.

En medio de tantos problemas el Gobierno de Javier Milei dio otra muestra de pragmatismo político, se guardó el Evangelio libertario y dispuso que los contratos laborales de la administración pública nacional que vencían el 31 de marzo podrán ser renovados por 3 meses más, es decir hasta el 30 de junio. En el primer trimestre se dieron de baja 15.000.

DESCLASADOS

Aplicar métodos virulentos de política económica para bajar la inflación  puede generar rápidos resultados -hasta el FMI está asombrado-, pero también crear una falsa sensación de triunfo. ¿Estamos ante una victoria pírrica? ¿Cuántos quedarán en el camino hasta que la nave llegue a buen puerto?

La imagen se repite en cada ciudad y pueblo del país, pero en las grandes urbes el fenómeno es notorio: ha crecido de manera clara y constante la cantidad de gente que vive en la calle. Hay una nueva camada de Sin Techo en la Argentina.

Es fácil advertir que son nuevos. Se les nota en la cara, en la ropa limpia, en la prolijidad, en el esfuerzo por conservar esa prolijidad como un sello de clase. Aún no los ha desgastado el paso del tiempo, la vida a la intemperie y la desesperanza que lleva a las adicciones. Pero todo eso ocurrirá, más temprano que tarde, si no logran reinsertarse en la sociedad.

Una señora cose un pantalón, los lentes montados sobre la punta de la nariz. Está dentro de un corralito hecho de cajas de cartón, contra la pared de un Ministerio. La protege de la llovizna la recova de la avenida Paseo Colón. Cose como si estuviera en la cocina de su casa. Pero ya no tiene cocina ni casa.

No es la única en la cuadra. Hay otros como ella. Muchas como ella. Algunas que se han ido a vivir allí hasta se llevaron el perro vestido con su chaleco y correa al tono, último vestigio de una condición social que se hizo trizas. Son los desclasados, los pobres que vinieron resistiendo en esta Argentina sin plan ni rumbo y que no aguantaron el último cimbronazo. Ya no dan la pelea. Se cayeron del ring y, probablemente, nunca más vuelvan a subirse.