Claves de la seguridad

El espíritu de Curupaytí­

 

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­Hace 154 años la juventud de aquella a la que considero la mejor generación de argentinos se desangraba contra las trincheras de Curupaytí, exhibiendo el coraje y la determinación de los que, aún en medio de la peor derrota, saben que vencerán.

Es una terrible verdad que Curupaytí no cayó, pero tampoco cayó la Generala Albiceleste que en el fragor del combate, devenido ya una brutal picadora de carne, cuando caían muertos o heridos los abanderados siempre algún camarada acudió para que siguiera flameando altiva a pesar del constante fuego enemigo.

Esos argentinos sentían, creían y sabían a la Patria como una idea que trascendía sus propias vidas, tenían fe en el futuro de la Nación Argentina. Algunos de ellos, los de mejor posición social, ambicionaban ocupar lugares destacados en la política del país y esa honrada ambición requería demostrar en combate atributos que los hicieran merecedores del aprecio de sus conciudadanos. Obraban por el privilegio de servir y no para servirse de sus privilegios. ­

Las efemérides no están ahí para adornar el almanaque, sino para llamarnos a la reflexión sobre el presente en atención al futuro. La Batalla de Curupaití es un instante de nuestra vida como Nación que me conmueve más que otros. Entre las luces y sombras que dejó la Guerra del Paraguay hubo allí algo admirable, propio de los grandes pueblos. Los que eran entonces los hijos del poder usaron las influencias de sus padres: no para eludir las responsabilidades del ciudadano, sino para ser enviados al frente de batalla a poner el pecho por la Patria. Eligieron el sacrificio a la comodidad, tanto que algunos murieron por combatir en la primera línea. Teníamos más de leones que de corderos, íbamos camino a ser un gran país. Y lo fuimos. ¡Vaya si lo fuimos con la gloriosa Generación del 80!­

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LA CARTA­

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Teníamos que serlo cuando los que marchaban al combate eran capaces de escribir cartas como la que el Capitán Domingo Fidel Sarmiento, estudiante de Derecho nacido en Santiago de Chile el 17 de abril de 1845, voluntario en la Guerra del Paraguay escribía desde el frente a su madre, la argentina Benita Martínez Pastoriza de Sarmiento, el 21 de de Septiembre, en estos términos:­

"Querida vieja:­

La guerra es un juego de azar. Puede la fortuna sonreír, como abandonar al que se expone al plomo enemigo.­

Si las visiones que nadie llama y que ellas solas vienen a adormecer las curas fatigas, dan la seguridad de vida en el porvenir que ellas pintan; si halagadores presentimientos que atraen para más adelante; si la ambición de un destino brillante que yo me forjo, son bastantes para dar tranquilidad al ánimo, serenado por la santa misión de defender a su patria, yo tengo fe en mí, fe firme y perfecta en mi camino. ¿Qué es la fe? No puedo explicármelo, pero me basta.­

Más si lo que tengo por presentimientos son ilusiones destinadas a desvanecerse ante la metralla de Curupaytí o de Humaitá, no sientas mi pérdida hasta el punto de sucumbir bajo la pesadumbre del dolor. Morir por su Patria es vivir, es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará; y nunca jamás fue más digna la mujer que cuando con estoica resignación envía a las batallas al hijo de sus entrañas.­

Las madres argentinas trasmitirán a las generaciones el legado de la abnegación y el sacrificio.­

Pero dejemos aquí estas líneas que un exceso de cariño me hace suponer ser letras póstumas que te dirijo''.­

En esa misma hoja, hizo horas después el siguiente agregado:­

"Septiembre de 1866. Son las diez. Las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón. Salud mi madre!''.­

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LA BANDERA EN ALTO­

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Tal era la convicción de sostener la Bandera, que la tinta se ratificó en sangre. En 1886 Lucio V. Mansilla escribió a Domingo Faustino Sarmiento una carta en la que dice que que en aquella jornada la bandera de su batallón no cayó por mérito de su hijo y de Pedro Iparraguirre. Que la bandera se mantuviera en alto, fue la consigna que los mismos combatientes se impusieron como un deber sagrado en medio del peor desastre de nuestra historia militar, cuando centenares de muertos daban cuenta de la tragedia. ­

Del libro Recuerdos de la Guerra del Paraguay de José Garmendia, dijo Miguel Cané que se lee "de un aliento, con los ojos llenos de lágrimas muchas veces, el corazón latiendo con violencia siempre''. Añado de mi parte que se lee con un nudo en la garganta. Allí cuenta Garmendia que en el horror de aquella fatal retirada bajo la artillería paraguaya vio muertos a Dominguito Sarmiento, a Francisco Paz y Alejandro Díaz, escuchó decir a Martín Viñales que su herida en el brazo: "No es nada, un brazo menos, la Patria merece más''. Vio también a Julio Argentino Roca que salía con una bandera despedazada y en la grupa de su caballlo llevaba herido a Solier bañado en sangre, vio a Luis María Campos salir erguido sobre su monta al frente de un grupo del 6 de Línea y:  "También vi salir un soldado cubierto de lodo, venía solo, agobiado de fatiga, su paso era pesado y vacilante, caminaba demostrando el cansancio angustioso del día, conducía una enseña despedazada, sucia, ennegrecida, con una borla cortada por un balazo, en su rostro sudoroso velado por una expresión sombría indescriptible, se escondían dos ojos enérgicos y refulgentes, inyectados de sangre, cejijunto el ceño, revelaba algo de feroz aquella cara africana, cuando estuvo próximo se echó el kepí hacia atrás y haciendo vibrar el estandarte con gallardía nos lanzó una altiva mirada y gritó, como si fuera el vencedor del infortunio­

- ¡Yo soy el soldado Carranza del 1º de Línea y esta es su bandera!''.

Traigo esta memoria de convicción y sacrificio a la columna Claves de la Seguridad porque no hay modo de superar el desastre presente sin convicción ni sacrificio. No cayó la Bandera en Curupaytí, porque no desertaron los soldados en el peor infortunio de nuestras armas. Nos toca ahora como ciudadanos enfrentar el peor ataque contra nuestras libertades e impedir que caiga la Constitución Nacional.­