CIELO Y TIERRA SE CRUZAN EN ESTA ENTREVISTA RECUPERADA A EUGENE IONESCO

El escritor de la risa trágica

La crisis del lenguaje, el teatro ideológico y Brecht, el papel de la religión, el estupor frente al mal. De todo eso y más habló el dramaturgo franco-rumano hace cuatro décadas en su departamento parisino con un enviado especial de la televisión argentina.

Yo estaba exultante. Enviado a París en setiembre de 1979 por el programa de Canal 13, "Mónica Presenta" había conseguido la oportunidad de entrevistar a uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX, el franco-rumano Eugene Ionesco, autor de El rinoceronte, La cantante calva y tantas otras obras maestras de vanguardia. 

El escritor, según el cual la vida es un chiste trágico y nuestra única respuesta puede ser la risa, me recibe en un sexto piso del Boulevard Haussmann. Instalado en su escritorio, rodeado de numerosos dibujos y estatuillas de rinocerontes, estoy cara a cara con el padre del teatro del absurdo. A sus 70 años, fuma incesantemente, en cadena. Es pequeño, enjuto, encorvado. Reticente al principio, hace una advertencia: "Hablemos solamente de literatura, no de política".

Asiento, pero en mi fuero íntimo no me doy por vencido. 

-¿Porqué intitula usted sus comedias como "dramas cómicos", y a sus dramas como "farsas dramáticas"?

-Por muchas razones. La primera es que estas obras teatrales no se integraban en el camino convencional de la comedia o la tragedia. Para mí, lo cómico es una farsa trágica. Es la segunda fase de lo trágico. Y viceversa. En el teatro clásico, como en el romántico, lo cómico y lo trágico suelen convivir en una pieza, pero están, no obstante, separados. En tanto que para el teatro de Beckett, el de Adamov o el mío, no se sabe si los personajes y la acción son cómicos o trágicos. Hay un crítico, Jacquard, que le ha dado a nuestro teatro una definición más valiosa que la de "teatro del absurdo". Lo llama "el teatro de la mofa". Los personajes son irrisorios. Son cómicos y trágicos al mismo tiempo, porque están desgajados de su raíz trascendental, están fuera de toda metafísica, son al mismo tiempo para reir y para llorar. Eso se ve en los personajes de Becket, Adamov en sus primeras obras, y en los míos. Y... me olvidé lo que quería decir.... (titubea unos segundos, luego arranca). Estos personajes, fuera de toda consideración artística, son más para llorar que los personajes de la tragedia antigua o los personajes de las obras del siglo XVII.

-¿Hay una crisis de lenguaje? ¿No es artificial el lenguaje de hoy?

-Crisis de lenguaje y comportamiento hubo siempre. Solamente que no se ha sentido tanto hasta estos días. Tenemos la impresión que las mismas palabras son comprendidas e interpretadas distintamente. Vivimos en un malentendido de comportamiento y de lenguaje, sin fin. (Se interrumpe)... Diré que en el teatro antiguo, por ejemplo, los personajes se atienen a leyes que los aplastaban, pero de todos modos tenían leyes, así que poseían un sentido, una significación. Mientras que para nosotros y para nuestros personajes, el mundo ya no tiene significación.

Nos interrumpe la mujer, que le susurra algo al oído. El contesta en tono muy quedo. Advierto los iconos bizantinos de la Virgen en la pared. A pesar de que suele proclamar su agnosticismo, le pregunto:

-¿Es usted cristiano ortodoxo?

-Sí. En un mundo que se desacraliza día a día.

-¿Qué piensa del teatro ideológico-didáctico?

-El teatro ideológico, siendo un teatro político, es en cierto sentido infantil, porque no hace más que repetir una ideología ya conocida. O sea que es un teatro pedagógico, un teatro de maestros de escuela, de preceptores, que tratan de ilustrar tesis, ya antes planteadas por filósofos. Y los filósofos expresan una visión del mundo mejor que la que podrían ofrecer los hombres de teatro, o los pintores, o los prosistas. Mientras que nuestro teatro ve más allá de la ideología, allende ese propósito pedagógico. Cada uno de los autores de nuestro teatro dice lo que comúnmente podría llamarse el absurdo. Trata de cuestionar al mundo y dar una respuesta personal, ante la ausencia de respuestas originales.

AUTORES IDEOLOGICOS

-¿Qué ejemplo de autor ideológico podría citar?

-El ejemplo más llamativo es Bertolt Brecht, que ya comienza a ser absolutamente superado en Francia y en toda Europa. Porque el suyo es un teatro primario, educativo y cuando se habla de educación, se tiene en cuenta reeducación, que es la cosa más absurda y más trágica del mundo contemporáneo. 

-El teatro que usted hace no es popular, dicen algunos.

-Completamente falso. El de Brecht, es un teatro que no es popular. Es un teatro para pequeños intelectuales, pequeños burgueses, que tienen ideas que se dicen de avanzada. Yo, en cambio, he hecho la experiencia de mi teatro sobre muchos públicos y su respuesta me ha halagado. Es un teatro de imágenes y por eso lleva ventaja sobre el teatro del pensamiento.

-Con su teatro, ¿usted tiene la intención de provocar al espectador?

-No tengo para nada la intención de provocarlo, pero ¡atención! tampoco de gustarle. Los autores quieren gustarle al público y entonces hacen concesiones. O bien quieren enseñarle algo, educarlo, lo cual es muy pretencioso. O quieren shockearlo, traumatizarlo, como lo han intentado, unos años atrás, los norteamericanos. A mí no me interesa todo eso. No pienso en el público cuando escribo. Dejo surgir las imágenes con las réplicas del mundo interior, y estoy convencido de que lo que pasa en mi, ocurre en los demás. Las ideologías mueren, perimen, pero las imágenes profundas de la angustia quedan permanentes.

EL MAL DEL SIGLO

-¿Cree que las ideologías son el mal del siglo?

-(Duda un segundo). Sin duda.

-¿Por qué?

-Por muchas razones. Una entre otras, es que ofrecen a la gente falsas esperanzas e imponen la visión del pensamiento de algunos sobre todo el público.

-¿Hay una parálisis frente al mal?

-Usted me formula una pregunta muy grave. Sí. Así es. En este momento hay en el mundo entero una suerte de estupor. Se creía en las ideologías, pero ahora todas las ideologías han sido superadas, porque han fallado todas, al confrontarse con los acontecimientos. Sin embargo, por el momento no hay respuesta al mal. No hay respuesta religiosa tampoco. Sólo existe este estupor, que es el primer efecto del impacto de ese mal que nos rodea, que nos domina, que está dentro nuestro,y que nos paraliza. Seguramente vendrá una respuesta que será, quizá, de una religión.

-¿Un autor tiene que tratar de estar a tono con su época?

-Un escritor, un artista no debe siquiera plantearse esa pregunta. Porque, de todas maneras, él pertenece a su tiempo. Querer ser de su tiempo es, en realidad, resignarse a confundirse con una ideología. Y eso es un gran error, ya que las ideologías perimen, caducan. Lo quiera el mismo, o no, un escritor es de su tiempo, y al mismo tiempo está fuera de él. Hay una permanencia en las obras importantes, que hace que nosotros comprendamos a Sófocles, tan bien como a Shakespeare, tan bien como a Racine, o al teatro del Noh japonés, etcétera.

-¿Es cierto que usted es monárquico? 

-(Duda) No quiero responder a esa pregunta.

-¿Qué responde cuando lo tildan de reaccionario?

-Cuando me plantean eso, yo no respondo. Y lo encuentro absurdo.

-¿Cree usted que la vida es una pesadilla? ¿Qué relación hay entre lo onírico y su obra? 

-Si, yo creo que tal vez la vida sea una pesadilla. En todo caso, lo que yo sé, es que no está hecha para nosotros. La vida no nos conviene. Es por eso que todo el tiempo estamos tratando de cambiar al mundo. Y cada vez que lo cambiamos, es para peor. Yo estoy muy influenciado por los filósofos gnósticos, que pensaban que el mundo es creado y fabricado por demonios, o por el contrario, por demiurgos, que le robaron el secreto de fabricación a un Dios escondido. En todo caso, es un mundo donde el mal reina. El mal y la muerte. Pero, en fin, este mundo escapa a la voluntad de Dios, o de los demiurgos. 

-¿Tras el mal está el diablo? ¿Cree en el diablo? 

-¡Pero si el diablo está allí! ¡El es el mal! 

-¿Y qué podemos hacer contra el mal?

-Yo no soy un profeta, ni un ideólogo. No me interesa adherir a ninguna ideología. Lo que pude constatar, es que todas las tentativas de cambio, de hacer un mundo mejor, han fracasado. Yo creo que el mundo debería desembarazarse de los hombres políticos, cuya ambición es dominar. Las ideologías no son otra cosa que fachadas. La política separa a los hombres, los mete en conflicto, a unos contra otros. Hay un exceso de política. Ella no hace más que separar a los hombres y oponerlos. Es la causante de tantos asesinatos, masacres y torturas. Y mientras que la política separa, el arte reúne. A falta de religión, es el arte quien constituye la verdadera comunidad espiritual entre los hombres de hoy.
Ionesco se ha animado y parece haberme tomado confianza. Aprovecho para insistir con una pregunta, que antes se negó a contestar.

-¿Por qué es usted monárquico?

-Siendo que todas las otras formas de gobierno han fracasado, ya sean revolucionarias o conservadoras, no queda otra, como un bien invalorable, que la monarquía. Porque lo que es abominable hoy en día, es la lucha por el poder, la libido de dominación. Y bien, un monarca nace para el poder, ya tiene el poder y no lucha para conseguirlo. No tiene que matar a otros, ni rivalizar con otros, no provoca masacres para obtener un poder que ya tiene, congénitamente. Pero lo que sería mejor aún, sería poseer, para administrar hombres y bienes, máquinas automáticas de...

-¿Robots?

-No, robots, no. Computadoras. 

-Pero es imposible...

-Por el momento es imposible. Y la monarquía tampoco es posible...

-¿Imposible? ¿Por qué?

-Los partidos políticos nunca la permitirán. Porque, ¿de qué vivirían entonces los políticos? Por lo cual, dado que la monarquía es imposible, y los distribuidores automáticos de bienes todavía no existen, lo que haría falta es darle el poder a gente que deteste el poder y que considere que el poder es una suerte de servicio público. Una especie de gleba. Y que ejecute el poder como cumpliendo una tarea fastidiosa. Coincido con Platón: habría que darle el poder a los filósofos ancianos, que ya no desean nada para ellos mismos, y que fueron educados para ayudar y amar a los demás. Pero todo lo que se haga será probablemente absurdo. Como le hizo decir a Macbeth nuestro gran ancestro del teatro del absurdo. El mundo es una historia contada por un idiota, llena de sonidos y furia, privada de significación. Así vio Shakespeare al mundo. Así lo veo yo hoy. 

Me dedica su libro Un hombre en cuestión, en recuerdo de "una entrevista sobre problemas insolubles", me despido de Ionesco y nos vamos caminando con el camarógrafo "Negro" Castillo por el octavo distrito de la Ciudad Luz en dirección a nuestro hotel. Una frase del dramaturgo me repiquetea en la cabeza. "No es la respuesta la que ilumina, sino la pregunta". ¿Qué habrá pensado el dramaturgo de las mías?