El encuentro de dos almas sufridas
La clase de griego
Por Han Kang
Random House. 176 páginas
Ocurre cada año: la concesión del Nobel de Literatura reactiva la circulación de la obra del autor premiado o, en los casos en que se trata de una pluma más o menos desconocida, vuelca a toda velocidad al mercado los primeros títulos que puedan conseguirse y traducirse.
La surcoreana Han Kang, ganadora en 2024, no era exactamente una escritora ignota, pero ni por lejos figuraba entre los grandes candidatos (tampoco aparecía en las apuestas). De varios de sus libros ya existían ediciones internacionales; su novela más famosa, La vegetariana, había obtenido el Premio Booker en 2016, y otra, Blanco, fue finalista del mismo certamen en 2018. Aun así, el de Han Kang (Gwangju, 1970) no era ni es un nombre central en la literatura de hoy.
De ahí que se justifiquen las reediciones o nuevas publicaciones que a partir de octubre invadieron las librerías de medio planeta, incluyendo a la Argentina. Entre esos volúmenes está La clase de griego, cuya versión original es de 2011 y que conoció su traducción al castellano en 2023.
Dado que uno de sus temas es la ceguera, ya desde el comienzo la novela incluye una referencia a Borges, a quien se toma como una suerte de genio tutelar para los protagonistas del libro.
Son dos, enlazados por una “clase de griego” que se dicta en Seúl: una de las alumnas, mujer adulta, separada y madre de un hijo de 8 años de quien se distanció debido al divorcio, y el profesor del curso.
A estos dos personajes innominados, esquivos y de talante solitario los hermana algo más que la expresiva lengua de Platón. Ella ha perdido el habla como secuela nerviosa de una crisis personal no resuelta; él trata de disimular una gradual pérdida de la visión que lo ha dejado al borde de la ceguera.
Sus historias se alternan. La de ella, que no puede hablar, se cuenta en tercera persona, al modo de un narrador omnisciente. La de él, casi ciego pero locuaz, admite la primera persona de manera directa o través de cartas, recuerdos o sueños.
Una de las líneas narrativas acompaña sus menudas experiencias en torno al exigente aprendizaje de un idioma muerto, la relación de la mujer con los pocos compañeros de clase, los fallidos intentos iniciales del profesor por comunicarse con ella.
En paralelo, y como interrumpiendo ese relato, el pasado de ambos va aflorando en fogonazos de dolorosa evocación. No se traiciona ninguna sorpresa al señalar que estas dos almas sufridas terminarán, al final, por acercarse y conectar.
¿Qué manifiesta La clase de griego acerca de la literatura de Han Kang?
Poco puede decirse del estilo en razón de la enorme distancia que separa la lengua original de su traducción española. Como mínimo se percibe una evidente intención poética en la prosa concentrada, en la brevedad de los capítulos y su separación en fragmentos y, hacia las últimas páginas, en estrofas.
La novela también refleja la definición de su obra que ensayó la propia escritora en el discurso de aceptación del Nobel pronunciado hace dos semanas en Estocolmo.
Dijo en aquella ocasión que cuando escribe emplea su cuerpo, “todos los detalles sensoriales” y las emociones para infundir en las frases unas sensaciones vividas “como ser mortal con sangre corriendo por su cuerpo”, como si enviara un corriente eléctrica.
Después agregó que durante mucho tiempo la “fuerza impulsora” de su escritura descansó sobre una pregunta que habría de tornarse una constante en sus libros: “¿por qué el mundo puede ser violento y sin embargo tan bello?” Han Kang explicó que en los últimos años esa pregunta se vio completada por la constatación de que el amor había sido “el trasfondo más antiguo y fundamental” de su vida, hacia el que se había dirigido siempre “la capa más profunda” de sus indagaciones.
Por sus personajes heridos y la trabajosa relación que los vincula, La clase de griego parece condensar a la perfección la esencia de ese íntimo vaivén emocional.