PUBLICAN LA VERSIÓN DEFINITIVA DE ‘LA TRADICIÓN REPUBLICANA’, UN CLASICO DE NATALIO BOTANA
El diálogo de dos próceres y sus influencias
Los grandes hombres no son sino locos en la víspera.
J. B. Alberdi
En una conversación con Osvaldo Ferrari, conjeturaba J. L. Borges que ser argentino (una especie de “europeo en el destierro”) es una ventaja para el intelectual. Al no estar aherrojados a una tradición particular, “podemos heredar, heredamos de hecho todo el Occidente, y decir todo el Occidente es decir el Oriente, ya que lo que se llama cultura occidental es, digamos, simplificando las cosas, una mitad Grecia y la otra mitad Israel. Es decir, que somos orientales también, y debemos tratar de ser todo lo que podamos; recibimos esa vasta herencia y tenemos que tratar de enriquecerla y de proseguirla a nuestro modo, naturalmente”.
Natalio Botana (Buenos Aires 1937), el eminente historiador de las ideas, es un ejemplo de esa ambición global del argentino. El pensamiento de grandes figuras como Hamilton o Tocqueville, y de nombres menos conocidos u objeto de la curiosidad del erudito, como el conde Pellegrino Rossi, le han servido como materia prima para escribir un sobresaliente ensayo en el que sienta a conversar, a través de sus obras, a nada menos que a Domingo Faustino Sarmiento y a Juan Bautista Alberdi. Aquellos prohombres fueron también “complacidos interlocutores del universo”.
El ensayo se titula La tradición republicana. Botana lo entregó por primera vez a la imprenta en 1983. El sello Edhasa acaba de publicar una cuarta edición (491 páginas), con unos añadidos leves. Hilda Sábato arriesga en el prólogo que es “una obra que ya ha devenido en clásica”. El autor asegura dos veces en la nota preliminar que la de 2025 es la edición definitiva.
DOS HEMISFERIOS
El material se organiza en dos hemisferios, claramente diferenciados. La primera parte (“El horizonte de las ideas”) ocupa doscientas páginas. Botana, minucioso, rastrea las influencias ideológicas e intelectuales de Sarmiento y Alberdi. Es un viaje por el siglo XVIII y el XIX entre Europa y Estados Unidos. Nos acerca a textos clásicos de la filosofía política y el arte de conducción de los hombres, “escritos a punta de buril de Tucídides”, como recordaba Sarmiento en su vejez.
El primer capítulo, por ejemplo, identifica los tres genios tutelares de la democracia moderna: Montesquieu (la división de poderes), Rousseau (la voluntad general), Adam Smith (el orden de la libertad moderno).
Hay que destacar que en la mayoría de los casos no se trata de letra muerta. Ayudan a pensar el presente. Vale decir, cuarenta años después La tradición republicana no ha perdido un gramo de vigencia.
En el Capitulo II, Botana comenta las ideas de los Padres Fundadores de Estados Unidos. Las advertencias de Madison sobre el "espíritu faccioso" deberían aleccionarnos. Lo vimos obrar en Venezuela, donde, justamente, una facción política destruyó la democracia. Nos alertan sobre la peligrosidad del kirchnerismo.
Otro caso. Leer a Tocqueville de la mano de Botana, induce a concluir que la República Argentina ha degenerado en un sistema aristocrático con sus señores feudales (caudillos políticos) que alimentan con la teta del estado a una casta privilegiada (militantes, empresaurios, paraperiodistas).
Podría entenderse a Javier Milei como la respuesta airada de la ciudadanía, imbuida por esa pasión igualitaria que tan bien describió Tocqueville, a la disfuncional República Aristocrática que han creado las elites populistas desde 1983.
Por cierto, el pensador francés avisaba que no puede haber democracia sin religiosidad popular. Cumple una función importantísima: educar a los dirigentes.
EN EL CONO SUR
Es muy ameno y claro el estilo narrativo de Botana, tanto al examinar las corrientes intelectuales como al exponer el contrapunto entre los dos próceres. Nunca decae el interés, a pesar de que trata los temas con la rigurosidad profesional que corresponde al historiador de fuste. De tanto en tanto, aparece alguna frase cuyo fulgor tiene un dejo literario. Como esta: “Al borde del río Luján, en aquel 'osario de las razas extintas', nacía la paleontología argentina…".
En la segunda parte, entran en escena, pues, Alberdi y Sarmiento. Las polémicas y diferencias entre estos dos “creadores espontáneos del pensamiento político”, a los que “les obsesionaba escribir”, se ordenan siguiendo la cronología de sus obras. Pero no se trata sólo de un análisis prolijo del pensamiento abstracto y de los eventos históricos, Botana se las arregla para entregarnos dos personajes conmovedores de carne y hueso que atrapan nuestra imaginación.
Hablábamos al principio de la vocación universalista de los argentinos. Qué decir de un Sarmiento despotricando contra François Guizot: he ahí al enemigo de la democracia; o un Alberdi atisbando los peligros que conllevaba la racionalización belicosa de Otto Von Bismarck. Sí, el genio tucumano -entre otras agudezas- previno al mundo sobre el furor teutonicus: “Alemania ha hecho de la guerra una política, una industria y una moral”.
Recalca Hilda Sábato en el prólogo que este libro, más allá de sus méritos académicos, tuvo un objetivo político: fue una contribución de Botana a la transición democrática que se abría en 1983. Podríamos decir que, al igual que Sarmiento y Alberdi, el historiador buscaba “llenar el vacío abierto por la guerra y crear una nueva tradición política”.
El autor afirma que La tradición republicana quiso “plantar el problema eterno e inagotable de la libertad”, siguiendo la huella de Raymond Aron.
Leer el ensayo en 2025 promueve el amor a la Argentina y ofrece nociones para entenderla. Uno se queda pensando, entre otros cosas, en las costosas y dolorosas que han sido nuestras demoras. Tardamos cincuenta años en plantar los cimientos de la organización nacional (1810-1860); otro medio siglo casi para establecer una democracia sólida (1930-1983). Tomando el Rodrigazo (1975) como punto de inicio, podríamos conjeturar que nos costó cincuenta años (con marchas y contramarchas) dejar atrás el populismo económico y sentar las bases de la prosperidad generalizada. Como en los tiempos alberdianos estamos “en una transición lenta y penosa de un modo de ser a otro”.