El descanso que tanto le hacía falta: la extraña muerte de Edgar Alan Poe
En 1847, después del fallecimiento de su querida esposa, Virginia Eliza Clemm, Edgar Allan Poe cayó en un pozo depresivo.
Virginia no solo era su esposa, sino que también su prima. Se habían conocido poco después de que Edgar fuese expulsado por mala conducta y desobediencia de West Point, la célebre academia militar.
Se casaron en 1836, cuando Virginia apenas había cumplido los 13 años; Poe era 10 años mayor.
A lo largo de esos 11 años de matrimonio, ella lo acompañó en los comienzos de su carrera literaria, mientras él era perseguido por las deudas de juego y un alcoholismo que ya había hecho estragos en su hermano William Henry Leonard. La pareja debió mudarse en varias oportunidades por la carrera de Poe como periodista y escritor.
Virginia se enteró de las supuestas infidelidades de su marido con las poetisas Frances S. Osgood y Elizabeth F. Ellet. Estaba tan afectada por estos rumores que, en su lecho de muerte por tuberculosis, llegó a sostener hasta el final que había sido envenenada por Ellet.
Deprimido por este infeliz desenlace, Poe volvió a beber compulsivamente.
Durante los dos años siguientes mantuvo una ajetreada vida sentimental y estuvo a punto de comprometerse con la poetisa Sarah Helen Whitman. Pero la madre de Sarah le impidió continuar su relación con este escritor alocado, imprudente y paranoico. Decepcionado por este impedimento, intentó suicidarse con láudano, pero vomitó antes de que hiciera efecto.
En julio de 1849, Poe apareció sin previo aviso en la casa de su amigo John Sartain, convencido que alguien intentaba matarlo. Para que no lo reconociesen, le pidió a Sartain que le cortara el bigote.
Días más tarde recibió una importante suma de dinero para poner en marcha un nuevo proyecto literario. Además, revivió su relación con una antigua novia, Sarah Elmira Royster, una viuda dueña de una fortuna considerable. A Poe, que siempre había vivido con problemas económicos, parecía sonreírle el futuro.
Sin embargo, el 3 de octubre de 1849 lo encontraron delirando frente a una taberna en Baltimore. Nadie puede decir a ciencia cierta qué pasó los días previos.
Extrañamente, apareció con ropas que no eran suyas. Un periodista del diario Baltimore Sun lo halló y envió una nota a Joseph Snodgrass, un amigo de Poe, donde le pidió que asistiera a ayudar al escritor “que se encuentra muy desmejorado y en graves apuros”. Snodgrass acudió al lugar y lo encontró en un estado que “mostraba un aspecto de insípida estupidez” .
Snodgrass lo condujo al Washington College Hospital. En ningún momento recuperó la lucidez ni pudo explicar cómo había llegado a esa situación. En los cuatro días que pasó en dicho nosocomio, gritaba en su delirio: “¡Reynolds, Reynolds”, quizás un eco de su novela 'La narración de Arthur Gordon Pym'.
Lo último que se le escuchó decir claramente fue: “Señor, ayuda a mi pobre alma”. El 7 de octubre falleció. El médico que lo atendió, el Dr. John Joseph Moran, informó que la causa de defunción había sido edema cerebral. Desde entonces se han barajado los más controvertidos y hasta disparatados diagnósticos sobre la causa de su muerte.
Se ha especulado con hipoglucemia, rabia, sífilis, cólera, tuberculosis, un tumor cerebral, envenenamiento y, quizás la versión más peculiar: que fue víctima del ‘cooping’, una forma de fraude electoral en los Estados Unidos donde las personas eran secuestradas, obligadas a tomar alcohol y disfrazadas para votar repetidamente por un candidato. Esta última hipótesis explicaría el cambio de ropas. Algunos autores mencionan el alcoholismo de Poe, mientras que otros sostenían que Poe estaba a favor de la temperancia.
Lo único cierto es que dos días después fue enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio presbiteriano de Baltimore, cerca del sepulcro de su abuelo, el general Poe.
En 1875, el ataúd fue desplazado dentro del mismo cementerio hacia un lugar más destacado. Su esposa fue enterrada a su lado. En 1885, se abrió nuevamente esta tumba, para alojar los restos de la suegra y tía, Maria Clemm.
En aquella oportunidad se examinó el cuerpo del escritor, que presentaba, según los testigos, una dentadura en excelente estado de conservación, mucho mejor a la que luciera en vida. De esta observación nació la versión de que quien todos creían que era Poe no era más que un joven soldado llamado Mosher. La confusión pudo haberse ocasionado porque la tumba de Poe no había sido correctamente individualizada.
Sea quien fuere el que yace allí, la bóveda se ha convertido en el centro de una curiosa costumbre. Desde 1949, cada noche del 19 de enero (fecha de nacimiento de Poe), un desconocido cubierto por una capa y antifaz deposita al pie de la tumba una botella de coñac Martell y tres rosas rojas en honor a cada una de las tres personas que habitan este sepulcro. ¿Será Poe uno de ellos?
Las botellas, posteriormente, se exhiben en la casa-museo del escritor que existe en la misma ciudad de Baltimore.
La conducta errática de Poe le había granjeado la antipatía de la comunidad literaria de su tiempo. Los obituarios de los periódicos no fueron precisamente laudatorios. Uno de ellos, el Journal of Commerce, le deseaba a Poe haber encontrado “el descanso que tanta falta le hacía”.
Pero hoy, quizás valga recordar lo que una vez escribió: “Incluso en la tumba, no todo está perdido”.