El 16 de septiembre de 1955 un nuevo levantamiento militar, con apoyo civil, dio por terminado el gobierno constitucional del general Juan Domingo Perón. El régimen que había nacido el 17 de octubre de 1945, hijo de la Revolución autodenominada Nacional de 1943, se desmoronó en pocos días.
Perón se refugió en la embajada del Paraguay en Buenos Aires y luego fue hasta el puerto para subirse a la cañonera Paraguay de la Armada guaraní, que lo llevaría al exilio. El flamante canciller del nuevo gobierno, el nacionalista Mario Amadeo, otrora simpatizante del régimen depuesto, evitó que Perón se cayera al agua, dándole la mano ante un equívoco movimiento.
De la Paraguay, el derrocado pasó a otra cañonera, la Humaitá, pero su seguridad no estaba garantizada yendo a su destino por el Río Paraná. El presidente paraguayo, general Alfredo Stroessner, no quiso correr riesgo y envió un hidroavión para sacar a Perón del Río de la Plata, después de todo conducía a un amigo caído en desgracia, pero también a un general del ejército del Paraguay, grado que le había sido otorgado a Perón, en 1954, en retribución de haber devuelto al Paraguay los trofeos de guerra capturados durante la contienda iniciada en 1865.
DECADA DE CAMBIOS
Atrás quedó una década de significativos cambios en la política y la sociedad argentina. La Reforma de la Carta Magna que incorporó los derechos sociales al rango constitucional; las centrales eléctricas y las obras públicas necesarias para la industrialización del país; el pujante desarrollo del mercado interno y plena ocupación de mano de obra; la acción social de la Fundación Eva Perón que protegió a las mujeres y dio recreación y turismo a miles de niños argentinos.
Lo que no quedó atrás fueron los inconvenientes económicos que el interrumpido, por el nuevo gobierno, Segundo Plan Quinquenal pretendía superar desarrollando la industria pesada y controlar la inflación. Los problemas económicos continuaron.
Y si el régimen depuesto había abusado de su poder con acciones autoritarias y persecuciones políticas, el que se instaló aumentó con creces la represión y la persecución de miles de argentinos peronistas.
CRISIS CON LA IGLESIA
¿Cómo se llegó hasta este punto? ¿Qué había sucedido para que un régimen político que refrendó títulos en las elecciones de 1954 tuviera este final, inclusive habiendo superado la crisis económica de los años 1951 y 1952?
La respuesta hay que buscarla en el enfrentamiento del gobierno con la Iglesia Católica y viceversa. Una batalla declarada del gobierno a la jerarquía eclesiástica; un estado de ánimo de persecución política y el exacerbamiento del culto a la personalidad de Perón y Evita.
Pero también el cobijo que la Iglesia dio a la oposición más violenta contra el gobierno, más bien la organización que prestó para el cometido golpista como también la fundación de la Democracia Cristiana en la Argentina, con conspicuos miembros de la gran burguesía para arrebatarle al peronismo las banderas de la Doctrina Social de la Iglesia.
Cierto que el régimen había endurecido su accionar frente a los opositores, el discurso del presidente, el 31 de agosto de 1955, clamando “cinco por uno”. Pero cómo olvidarnos del alzamiento del 16 de junio que bombardeó a población civil en pleno Centro porteño, dejando centenares de víctimas, desde aviones navales y de la Aeronáutica que llevaban la inscripción ”Cristo vence”. Cuán profundo tuvo que haber sido el odio de clase para semejante acción. La política de inclusión social del peronismo despertó las peores pasiones revanchistas de la gran burguesía argentina, que contagió a vastos sectores medios, aferrados a un país para algunos y no para todos.
LOS SUCESOS
El 2 de septiembre de 1955, el general Dalmiro Videla Balaguer intentó vanamente sublevar la Guarnición Militar de Río Cuarto; el 7 la plana mayor de la Marina de Guerra, acaudillada por el contralmirante Isaac Francisco Rojas, se compromete a participar del golpe en curso; en la región de Cuyo, las unidades militares se dividen entre leales y golpistas; el general Carlos Toranzo Montero intenta sin éxito sublevar las unidades blindadas de Curuzú Cuatiá pero la Guarnición Militar de Córdoba logra aglutinar voluntades y que un general, hasta entonces alejado mayormente de las conspiraciones, Eduardo Lonardi, se contactará con la otra cabeza del golpe, el general Pedro Eugenio Aramburu y se pusiera a la cabeza del levantamiento.
Los días posteriores al 16 muestran cierto desconcierto tanto en las tropas leales como en las sublevadas. En casi todas las unidades del Ejército hubo representación de los dos bandos. En cambio, la Aeronáutica pareció encolumnarse detrás del gobierno. No así la Marina de Guerra, la fuerza antiperonista más recalcitrante y en donde el componente de odio de clases era contundente. Tal vez fue esto último lo que volcó el resultado para un lado y no para el otro.
El 19 de septiembre las tropas golpistas fueron acorraladas por otras leales al mando del general Miguel Iñíguez, pero la Escuadra de Mar al mando de Rojas, lanzó un ultimátum: si el Perón no renunciaba, bombardearían Buenos Aires. Para demostrar la decisión, el crucero ARA 17 de Octubre abrió fuego contra los depósitos de combustible del puerto de La Plata, que estallaron y se incendiaron.
Más tarde, los destructores San Juan y San Luis cañonearon la Escuela de Artillería Antiaérea, unidad leal al gobierno constitucional. Comandos civiles llevaron acciones terroristas y dentro de la fuerza más leal al gobierno, los golpistas lograron sublevar la Escuela de Aviación y la de Suboficiales de Aeronáutica.
Dada la gravedad de los acontecimientos, el ministro de Guerra, general Franklin Lucero convocó una Junta Militar, integrada por los generales de división. Los de brigada solamente tendrían voz, pero no voto y concurrirían observadores de la Marina y la Aeronáutica. La Junta, presidida por el general Emilio Forcher recibió la renuncia de Perón a la presidencia de la Nación.
LONARDI Y ROJAS
El 23 de septiembre el general Lonardi y el almirante Rojas llegaron a Buenos Aires, una multitud los esperaba. Ese mismo día el primero prestó juramento como presidente provisional, y un día después lo hizo el almirante Rojas como vicepresidente provisional. Y mientras la manifestación reunida en la Plaza de Mayo cantaba consignas como: “Argentinos sí, nazis no”; “San Martín sí, Rosas no” y “No venimos por decreto, ni nos pagan el boleto”, el 25 de septiembre los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido -este último le había brindado importante apoyo a los insurrectos- reconocieron al nuevo gobierno.
Perón se refugió en la embajada del Paraguay en Buenos Aires y luego fue hasta el puerto para subirse a la cañonera Paraguay de la Armada guaraní, que lo llevaría al exilio. El flamante canciller del nuevo gobierno, el nacionalista Mario Amadeo, otrora simpatizante del régimen depuesto, evitó que Perón se cayera al agua, dándole la mano ante un equívoco movimiento.
De la Paraguay, el derrocado pasó a otra cañonera, la Humaitá, pero su seguridad no estaba garantizada yendo a su destino por el Río Paraná. El presidente paraguayo, general Alfredo Stroessner, no quiso correr riesgo y envió un hidroavión para sacar a Perón del Río de la Plata, después de todo conducía a un amigo caído en desgracia, pero también a un general del ejército del Paraguay, grado que le había sido otorgado a Perón, en 1954, en retribución de haber devuelto al Paraguay los trofeos de guerra capturados durante la contienda iniciada en 1865.
DECADA DE CAMBIOS
Atrás quedó una década de significativos cambios en la política y la sociedad argentina. La Reforma de la Carta Magna que incorporó los derechos sociales al rango constitucional; las centrales eléctricas y las obras públicas necesarias para la industrialización del país; el pujante desarrollo del mercado interno y plena ocupación de mano de obra; la acción social de la Fundación Eva Perón que protegió a las mujeres y dio recreación y turismo a miles de niños argentinos.
Lo que no quedó atrás fueron los inconvenientes económicos que el interrumpido, por el nuevo gobierno, Segundo Plan Quinquenal pretendía superar desarrollando la industria pesada y controlar la inflación. Los problemas económicos continuaron.
Y si el régimen depuesto había abusado de su poder con acciones autoritarias y persecuciones políticas, el que se instaló aumentó con creces la represión y la persecución de miles de argentinos peronistas.
CRISIS CON LA IGLESIA
¿Cómo se llegó hasta este punto? ¿Qué había sucedido para que un régimen político que refrendó títulos en las elecciones de 1954 tuviera este final, inclusive habiendo superado la crisis económica de los años 1951 y 1952?
La respuesta hay que buscarla en el enfrentamiento del gobierno con la Iglesia Católica y viceversa. Una batalla declarada del gobierno a la jerarquía eclesiástica; un estado de ánimo de persecución política y el exacerbamiento del culto a la personalidad de Perón y Evita.
Pero también el cobijo que la Iglesia dio a la oposición más violenta contra el gobierno, más bien la organización que prestó para el cometido golpista como también la fundación de la Democracia Cristiana en la Argentina, con conspicuos miembros de la gran burguesía para arrebatarle al peronismo las banderas de la Doctrina Social de la Iglesia.
Cierto que el régimen había endurecido su accionar frente a los opositores, el discurso del presidente, el 31 de agosto de 1955, clamando “cinco por uno”. Pero cómo olvidarnos del alzamiento del 16 de junio que bombardeó a población civil en pleno Centro porteño, dejando centenares de víctimas, desde aviones navales y de la Aeronáutica que llevaban la inscripción ”Cristo vence”. Cuán profundo tuvo que haber sido el odio de clase para semejante acción. La política de inclusión social del peronismo despertó las peores pasiones revanchistas de la gran burguesía argentina, que contagió a vastos sectores medios, aferrados a un país para algunos y no para todos.
LOS SUCESOS
El 2 de septiembre de 1955, el general Dalmiro Videla Balaguer intentó vanamente sublevar la Guarnición Militar de Río Cuarto; el 7 la plana mayor de la Marina de Guerra, acaudillada por el contralmirante Isaac Francisco Rojas, se compromete a participar del golpe en curso; en la región de Cuyo, las unidades militares se dividen entre leales y golpistas; el general Carlos Toranzo Montero intenta sin éxito sublevar las unidades blindadas de Curuzú Cuatiá pero la Guarnición Militar de Córdoba logra aglutinar voluntades y que un general, hasta entonces alejado mayormente de las conspiraciones, Eduardo Lonardi, se contactará con la otra cabeza del golpe, el general Pedro Eugenio Aramburu y se pusiera a la cabeza del levantamiento.
Los días posteriores al 16 muestran cierto desconcierto tanto en las tropas leales como en las sublevadas. En casi todas las unidades del Ejército hubo representación de los dos bandos. En cambio, la Aeronáutica pareció encolumnarse detrás del gobierno. No así la Marina de Guerra, la fuerza antiperonista más recalcitrante y en donde el componente de odio de clases era contundente. Tal vez fue esto último lo que volcó el resultado para un lado y no para el otro.
El 19 de septiembre las tropas golpistas fueron acorraladas por otras leales al mando del general Miguel Iñíguez, pero la Escuadra de Mar al mando de Rojas, lanzó un ultimátum: si el Perón no renunciaba, bombardearían Buenos Aires. Para demostrar la decisión, el crucero ARA 17 de Octubre abrió fuego contra los depósitos de combustible del puerto de La Plata, que estallaron y se incendiaron.
Más tarde, los destructores San Juan y San Luis cañonearon la Escuela de Artillería Antiaérea, unidad leal al gobierno constitucional. Comandos civiles llevaron acciones terroristas y dentro de la fuerza más leal al gobierno, los golpistas lograron sublevar la Escuela de Aviación y la de Suboficiales de Aeronáutica.
Dada la gravedad de los acontecimientos, el ministro de Guerra, general Franklin Lucero convocó una Junta Militar, integrada por los generales de división. Los de brigada solamente tendrían voz, pero no voto y concurrirían observadores de la Marina y la Aeronáutica. La Junta, presidida por el general Emilio Forcher recibió la renuncia de Perón a la presidencia de la Nación.
LONARDI Y ROJAS
El 23 de septiembre el general Lonardi y el almirante Rojas llegaron a Buenos Aires, una multitud los esperaba. Ese mismo día el primero prestó juramento como presidente provisional, y un día después lo hizo el almirante Rojas como vicepresidente provisional. Y mientras la manifestación reunida en la Plaza de Mayo cantaba consignas como: “Argentinos sí, nazis no”; “San Martín sí, Rosas no” y “No venimos por decreto, ni nos pagan el boleto”, el 25 de septiembre los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido -este último le había brindado importante apoyo a los insurrectos- reconocieron al nuevo gobierno.