El delirio es nuestro
Señor Director:
Creo, sin matices ni asteriscos, que Israel tiene derecho a defender su territorio. Lo creo con la misma convicción con la que uno cree en la ley de gravedad o en que el colectivo no va a llegar a horario. Defender las acciones de Israel después del 7 de octubre de 2023 me ha costado más de una cena incómoda, más de un “dejemos de hablar de política” y más de un “che, vos antes no eras así”. Estoy de acuerdo con que la embajada argentina esté en Jerusalén, con la cooperación técnica, con todo lo que implique dejar de mendigarle radares a China o helicópteros a Rusia. Incluso estuve de acuerdo cuando Israel ofreció fabricar armas livianas en Fabricaciones Militares y nosotros, como siempre, preferimos fabricar excusas. Estoy de acuerdo con que Israel ocupe Gaza. Lo que no me cierra es la relación costo-beneficio: 1.200 soldados muertos, 3.000 heridos, para un ejército que no tiene soldados de sobra. Con tres bombas termobáricas —sí, esas que no se usan porque todavía queda algo de pudor en el mundo— la ecuación se invertía. Pero eso, claro, me trajo más disgustos con amigos y, por supuesto, con los otros, que son peores porque te sonríen mientras te anotan en la libreta negra.
Pero ahora el problema lo tenemos nosotros. Y no es geopolítico, es clínico. Se llama Javier Milei. El libertario místico. El que habla con perros muertos y cree que en otra vida llegó a Israel en el “Exodus”, con la camisa abierta y el pecho lleno de ideales. Nada de lo que dijo en Israel me escandaliza. Creo que, si Israel no existiera, Europa ya sería un califato con delivery halal y toque de queda. Creo que Irán es un Estado terrorista, y por ende, un enemigo. Pero una cosa es que lo crea yo, que no manejo ni un consorcio, y otra es que lo grite el presidente de Argentina como si estuviera en un Twitch con Espert.
Porque nada de eso -ni Jerusalén, ni Irán, ni la civilización occidental- va a cambiar lo que pasa en el conurbano, donde la gente no sabe si va a llegar a fin de mes o si va a llegar, simplemente. Ya sabemos que la incontinencia verbal es endémica en la Casa Rosada, pero en este caso tiene un agravante: el virus ha mutado. Porque Milei no se queda en lo oral. Él necesita acción. En su cabeza, la política exterior es una serie de Marvel: hay buenos, hay malos, y él es el superhéroe que llega tarde, pero con la posta. El problema es que la posta es de goma. Lo que no dice -porque no lo sabe o porque no le importa- es que en Medio Oriente nadie regala nada. Que cuando te metés en una guerra que no es tuya, no sos aliado: sos parte del botín. Y mientras él habla de enemigos de la libertad y de la civilización, los otros -los que no salen en la tele- ya están tomando nota: en Teherán, en Caracas, en Brasilia. Porque el mundo no es Twitter, y los misiles no se editan.
Y así, entre citas de Hayek y abrazos con rabinos, ha alineado al país. No por convicción, sino por reflejo. Como cuando el “monito bailarín” mandó dos fragatas a la Guerra del Golfo para que lo aplaudieran en la ONU. Tiempo después, ochenta y cinco argentinos pasaron a mejor vida. O peor: siguen esperando justicia en un país donde la memoria es selectiva y la soberanía, un souvenir.
JOSE LUIS MILIA
Josemilia_686@hotmail.com