El costo psíquico de la conmoción eterna
En muchos artículos publicados en La Prensa nos hemos referido ya desde las épocas de pandemia, a la idea o al concepto de experimento de psicología social. En muchas notas en esa nefasta época se señalaron cambios que experimentaba la sociedad como respuesta a ser sometida a una serie de factores estresores y más allá de estresores, es decir estímulos negativos, dada su intensidad y persistencia, directamente traumáticos.
Lo ya anunciado en esa época, no por clarividencia, sino por una lógica fundamentada en la experiencia clínica y la ciencia, es decir las secuelas morbosas sobre el psiquismo, se hicieron presentes de manera muy evidente ya desde el inicio, pero como siempre y aun mucho más en esa época, “de eso no se habla”. Tal como sucede con las adiciones que terminan siendo mortales, el suicidio, o los comportamientos violentos, todo fue hipócritamente ocultado, suspendido, bajo las argumentaciones de que lo realmente importante, era esa epidemia mortal, que sin embargo daría estadísticas falsas. Mientras se disparaban las causas de muerte por CoVid, desaparecían misteriosamente, las otras, las de siempre, infartos, cáncer, etcétera. Pero lo que más desapareció en los medios, en las acciones políticas en salud, fueron las terribles consecuencias en la salud mental. El inconveniente es que, por la lógica evolutiva mórbida de las patologías traumáticas, esto no tendría una evolución de ascenso y resolución, sino un inevitablemente incremento de las patologías, en la ausencia de ocuparse fuertemente del tema. Ocultar, negar no impedía que la evolución de ese profundo malestar siguiese avanzando.
Esa ruptura psíquica, el menticidio, del cual hablaba Joost Merloo, como base para la generación de una psicosis de masas, evidentemente no iba a detenerse allí. Mientras que la fractura o el trauma en lo físico, queda acotado en el tiempo, la fractura psíquica evoluciona. La ruptura del orden de lo real y concreto se tiende a reorganizar de manera delirante, en realidad siguiendo el camino paralelo, perverso y de allí el concepto de psicosis de masas.
Esto nos pueden empezar a explicar varias cuestiones que nos asombran de la realidad que vivimos hoy, en la que los conceptos de los límites de normalidad y locura parecen ser cada vez más borrosos. En realidad, hemos construido, sociedad que habitan los límites. Quizás la palabra trauma sea una que debamos cambiar en medicina para referirnos a este tipo de patologías, o condiciones mentales, para empezar a hablar de procesos similares a los neurodegenerativos, por la evolución que muestran. De alguna manera los avances de la neurobiología, nos muestran que el trauma repetido modifica, “recablea” nuestro sistema nervioso. No somos los mismos que éramos antes de recibir esa constante acción agresiva. Sobre esta base modificada neuroplasticamente, se empezó a pregonar un nuevo orden, haciéndonos creer que el mismo ocurriría a partir de cierto momento, cuando en realidad ya había comenzado su marcha mucho tiempo antes, dentro del cual la pandemia y sus sucesivos experimentos y modificaciones sociales, se fueron paulatinamente instalando, a veces de manera muy evidente y otras de manera casi banal, pasando a ser una noticia de la contingencia. Todo lo que en un momento era distópico, conspiranoico, luego no fue más que realidad. Así, por ejemplo, no pareció un signo de tiempos preocupantes que largas filas de personas esperaran para entregar sus datos biométricos a cambio de un rédito económico desproporcionadamente ínfimo, en virtud de lo que entregaban. Pero de eso dejó de hablarse, debido a que la entrega de datos biométricos ya es una realidad en simples aplicaciones de los teléfonos inteligentes, que en realidad cada vez son menos teléfonos, y más estructuras que empiezan a ser extensiones de nuestro ser. Las extensiones que -nos dicen- ahora serán indispensables para vivir en la cotidianidad. Estos cambios antes impensados y que luego se van naturalizando son los marcadores del estado de la sociedad.
Ese asesinato de nuestra mente, es el escalón necesario para que aceptemos que de alguna manera seamos reemplazados, primero en nuestra identidad, con las sucesivas acciones dirigidas a cuestionar la pertenecía a un grupo o inclusive a una propia identidad biológica, ya que por detrás de las supuestamente evolucionadas prácticas de cambio de género, autopercepciones, y más gravemente de cirugías de reasignación, un término sacado de un campo de reeducación comportamental o una ficción de razas que dominan y reasignan a otras, en realidad el individuo dejo de saber quién era y así sus raíces a su pertenencia, social, histórica, cultural biológica, etc. van siendo sucesivamente cortadas, para trasplantarlo a un nuevo paradigma.
El tema central es que el factor de ajuste y el territorio a dominar es nuestra mente, sin ese control que se logra con los sucesivos episodios y estímulos traumáticos, las “descargas eléctricas en la jaula”, ese control no se logra. El individuo que conserva conciencia de su identidad, de su pertenencia cultural histórica, social, difícilmente será una marioneta manejable.
En estos días el cierre o intento, de uno de los pocas instituciones dedicadas a atender la salud metal, o el transformar a la universidad también en un factor de disputa, se asemeja a cuestionarse sobre la propia identidad, nada más ni menos que la social. Educar al soberano, pasó a ser un costo. A estos planteos y la modalidad con que se los realizan, no se llegó más que por una acción progresiva de cambio de paradigmas. Esso explica los comportamientos de sujetos que descontextualizados de su propia hisotria, desplazan el argumento a algo periférico, como que una parte debe ser corregida.
Así, en lugar de corregir el error se decide la muerte de ese orden “viejo”. Sorprendentemente se intenta ser modernos, cuando en realidad amputar frente a la infección no parece serlo. Para que el planteo de estos falsos dilemas pueda ser enunciado siquiera, la capacidad de pensamiento crítico debe ser abolida, y así nos encontramos hablando de “gasto” en universidades o en instituciones, cuando el problema es siquiera pensar en ese estrechísimo marco conceptual. La violencia nace del desconocimiento de una parte del todo y de este modo la mano derecha ataca a la izquierda sin darse cuenta que atenta contra sí mimo. De esta forma se explica y valida la violencia, consignas, fuertes, sin necesidad de comprobación, adjetivaciones, enemigos, que en caso de aniquilarlos implicarán haber solucionado eso que debe ser extirpado. Como en todo intento de instalación lo anterior debe ser demolido, aniquilado, y será el proletariados o el mercado que mágicamente generaran un nuevo orden, el “hombre nuevo”, que en realidad es el que solo puede aceptar, someterse y obedecer, y ser feliz en esa interpretación trágica del mito de Sísifo. Tener que explicar lo que implica un país con capital intelectual productivo propio, es ya entrar en la trampa.
Indicador del signo de los tiempos, se ve cómo grupos de fanáticos, instalan o reinstalan una dialéctica lamentablemente muy conocida, la de la violencia. Y asistimos a un fenómeno copiado de la Alemania previa a la guerra, que se asomaba al abismo de su propia identidad nacional y cultural, hordas de sujetos que, en general demostrando un estado mental alterado, atacan, no a los universitarios, o a las universidades sino al propio concepto del proceso intelectual, el pensar. También en ese u otros momentos, lo primero que hay que destruir es el conocimiento y especialmente una característica profundamente humana: la memoria. Nuevos y falsos recuerdos deben ser implantados.
Es decir, estamos atrapados y casi fascinados por la barbarie que vemos en estos tiempos, en los que un grupo dice que para destruir la corrupción y los errores de otros, en realidad buscar destruir el sistema. Se nos instala en una lógica vertiginosa enloquecedora en la cual el factor constante es la violencia. Se nos busca instalar en un estadio en el cual cada vez existan más emociones, ira, miedo, violencia, ansiedad, buscando excusarlas con elementos que son parte de la realidad, como por ejemplo si se hacen negociados o corruptelas en tal o cual dependencia, pero en realidad es buscar arrastrar a una sociedad toda a niveles cognitivos muy básicos en los cuales, en la jaula que habitamos decidamos ser presas o depredadores, y lamentablemente como cada vez que esto se instala muchos creen que escapan a este destino siendo depredadores. No parece haber otra opción, o eso nos dicen. Hay que tomar partido, pero entre esas opciones opuestas y por ende iguales.
El camino de la crisis cotidiana, ya instalada, da como resultado una sociedad en la que a la pobreza económica se le suma una mucho pero que es la del capital humano que es primordialmente el de las capacidades cognitivas, para transformarnos cada vez más en objetos.
El camino al transhumanismo y posteriormente a dejar de pertenecer a una especie está en marcha desde hace décadas, ahora es evidente.
Hoy es más tarde que ayer pero más temprano que mañana. Ver las señales de los tiempos y salir de la inmediatez que solo puede reaccionar, y dedicarnos a mirar el conjunto y reflexionar, pensar en lugar de la pulsión inmediata, es lo que estamos obligados a hacer sino ese mañana que fantaseamos nunca llegará, quizás ya este aquí.