Páginas de la historia

El coronel Gagarin

Era la mañana del miércoles 27 de marzo de 1968 y el coronel Gagarin acompañado por el periodista científico Leonid Seryogin, se dirigió hacia el avión Mig-15 estacionado en la pista de un aeródromo, ubicado en las afuereas de Moscú. Se trataba de realizar un tranquilo vuelo para mostrarle al periodista facetas sobre técnicas de pilotaje. Ambos subieron a la máquina, que enseguida se elevó por los aires.

Todo funcionaba a la perfección y el aparato obedecía bien las maniobras efectuadas por su piloto, hasta que de pronto los motores del Mig-15 se detuvieron y el avión cayo en picada.

Lo único que Gagarin pudo atinar a hacer, fue torcer un poco el rumbo para que no se estrellara en un sitio poblado causando más víctimas. Y sobrevino la tragedia. El aparato destrozado, envuelto en llamas y sus dos tripulantes muriendo calcinados. Así falleció el hombre que 7 años antes, había asombrado al mundo venciendo la ley de gravedad, elevándose y circunvolando nuestro planeta a más de 300 km de altura.

Yuri Gagarin había nacido el 9 de marzo de 1934 cerca de Gjansk, un poblado cercano a Moscú. Su humilde origen no le impidió dedicarse con ahínco al estudio, aprovechando toda circunstancia favorable para aprender, especialmente aquello que se relacionara con la aeronáutica que lo apasionó siendo apenas adolescente.

Fue así que teniendo 20 años le llegó la oportunidad tan ansiada. Subir a un avión en el aeroclub e iniciar el aprendizaje para piloto civil. Dejó su modesto empleo como obrero metalúrgico y se constriñó a esa profesión para poder ingresar en la escuela de cadetes de la Aviación Militar, de la que egresó con el más elevado concepto.

Un 4 de octubre de 1957, los soviéticos colocaron en órbita terrestre el primer satélite artificial, el Sputnik I, al que muy pronto seguiría el Sputnik II llevando a bordo a la perra Laika. Los norteamericanos, lanzados de lleno a la carrera espacial enviaron su primer satélite, el Explorer 1, el 31 de enero de 1958, tres meses después de la hazaña soviética.

Pero faltaba algo. Que una de esas aeronaves espaciales fuera tripulada y conducida por un ser humano. Y se llegó al 12 de abril de 1961. En un lugar que las autoridades moscovitas mantuvieron en secreto, estaba listo uno de esos aparatos. Gagarin dejó en su hogar a su esposa Valentina y se aprestó a cumplir la hazaña. Ascendió a la Vostok y la puerta se cerró tras él.

No sabemos si su sonrisa alojaba preocupación. Los motores se encendieron y la astronave inició el ascenso alcanzando pronto la asombrosa velocidad de 30.600 kilómetros por hora.

La definición de la aventura fue aguardada en el mismo lugar del lanzamiento por el primer ministro Nikita Kruschev, entre otras autoridades. La Vostok alcanzó una altura máxima de 302 kilómetros durante la vuelta que dio a la tierra en exactamente 102 minutos. Y ante la expectativa de todos los presentes, aterrizó en el lugar previsto. Se abrió la portezuela, se acopló la escalerilla y Gagarin descendió sonriente. ¡Cómo no estar feliz!

Había triunfado; había cumplido la misión encomendada, había marcado la ruta para futuras hazañas y descubrimientos espaciales.

Lamentablemente, después llegó aquel fatídico 27 de marzo de 1968, con el accidente en el que perdió la vida.

En el salón de la Bandera Roja del ejército soviético se colocaron las urnas con sus cenizas para rendirles el postrer homenaje. Una columna de más de 6 kilómetros de compatriotas se formó a fin de acompañar el cortejo. Era un merecido homenaje al primer hombre que había viajado al espacio exterior.

Y un aforismo final para Yuri Gagarín que trató de lograr lo imposible. Y lo hizo posible: “Nadie pudo ver el cielo sin elevar la mirada”.