El ciclo de la violencia

¿Qué venís a hacer acá de trajecito, hijo de puta?”, le dijo Berni a Villalba apenas lo visibilizó. Y continuó: “Vos y tu ministra, que es una inútil, le hacen mal a la policía, no me llamaste en todo el día y ahora venís acá a sacarte la foto, hijo de puta, te voy a cagar a trompadas”.

Quienes gobiernan no deberían perder de vista cuán inconveniente resulta dejarse llevar por la intolerancia.

¿Qué es lo que nos pasa como sociedad?, tan enfermos estamos.

La respuesta es sí, enfermos de intolerancia y sus sinónimos, violencia, descalificación, insulto, desprecio, imposición, agresión, amenaza, que se disparan ante el mas mínimo estimulo.

Normas elementales de convivencia se están resquebrajando, pero existe un peligro aún mayor, su naturalización, la indiferencia ante el hecho, su incorporación silenciosa, mas, cuando la violencia viene desde el poder político.

Sobran personas siempre dispuestas a la crítica intransigente, que entienden la vida como un enfrentamiento constante, tratando de imponerse de cualquier modo y a cualquier precio, fomentando la noción amigo-enemigo.

La intolerancia, trata de desacreditar, de quitarle autoridad moral a la persona, rehuyendo a lo importante, el debate de las ideas, y genera otro fenómeno peor aún: miedo.

Padecemos una antinomia, hoy llamada grieta o militancia, que no podemos superar, y que crece día a día; lo vemos reflejada en la televisión, en los actores, en los políticos, en las familias, ahora hasta en las librerías (una similitud con Fahrenheit 451 a juzgar por la opinión de algunos), en la justicia, en la gran cantidad de mercenarios digitales o trolls (un usuario que ofende, y empobrece la conversación dentro de una comunidad online), que agitan las aguas de la intolerancia, desde el ostracismo más rancio. (ver la sección opinión de los diarios, para darse cuenta)

Parece que el pluralismo de ideas y opiniones, propia de una sana y auténtica democracia, en la argentina de hoy día molesta, y más cuando cuestionan o adjetivan al poder.

Tanto cuesta entender el pluralismo, la diferencia, el debate, el respeto por las ideas, el construir, porque construir en una auténtica democracia lleva tiempo, se necesitan consensos, ideas, planificación, dialogo, sin importar los colores.

Por momentos Argentina, parece un país autista, cerrado a la escucha proactiva, y al dialogo, porque cerrar la puerta del debate, significa alimentar rencores, generar violencia, pero lo más peligroso, es que puede ser un camino inclinado, que tarde o temprano lleva al autoritarismo, y en la historia hay ejemplos sobrados de ello.

¿Quién sufre esta intolerancia? ¿Quién sale perjudicada?, desde ya, “La Verdad”, mucho más, cuando ésta es inconveniente o molesta.

No podemos convertir una mentira, o algo que está mal, en una verdad indiscutida, porque genera violencia moral.

Violencia moral es la que produce ver personas, sin ningún criterio de vacunación, orgullosos, mostrando su carnet de vacunación públicamente, con la V de la victoria, cuando la situación es angustiante para personas más necesitadas de la misma, además de robos, fraudes y listas VIP.

No lo digo yo, Human Rights Watch denunció que en Argentina y Perú se violó un principio básico de los DDHH al privilegiar la vacuna contra el coronavirus para políticos y allegados ideológicos

Solo el dialogo, el respeto por las ideas, nos puede conducir a ser una sociedad

madura, sin antinomias, a las cuales parecemos estar aferrados.

Copio una frase de Voltaire:

“Algunos están destinados a razonar, otros, a no razonar; y otros; a perseguir a los que razonan”.