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El arte en el ocio y en lo práctico

Hoy estamos acostumbrados a vivir ajetreados. Ciertamente, como denuncian una variedad de pensadores, estamos en una época de exagerada producción, que lleva a una desmesurada autoexigencia. Además, este es un año particularmente político, en el que el ciudadano comprometido, quizás, tendrá mayores momentos de tensión. Pero también es bueno para el hombre que no se encierre en la mera actividad, sino que, por lo menos de vez en cuando, el cultivo del espíritu también pase a ser una prioridad. Por todo esto, y por más, es prudente hablar del tema de hoy: el arte, o, más precisamente, el espíritu del hombre frente al arte.

EL ARTE COMO COMPLEMENTO

“…fundiros y soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez”. Así habla Aristófanes acerca del amor en el famoso Banquete de Platón, luego de contar un mito acerca de la creación de los seres humanos. El amor de Aristófanes vendría a ser una complementación entre seres individuales, una atracción que busca la mutua planificación.

Para Hans-Georg Gadamer, en el arte sucede algo semejante. En “La Actualidad de Lo Bello” analiza lo siguiente: “...es manifiesto que la significatividad inherente a lo bello del arte, de la obra de arte, remite a algo que no está de modo inmediato”. Es simbólico: es algo que se dice, pero a la vez es algo diferente de lo que se dice. El arte como símbolo “no sólo remite al significado, sino que lo hace estar presente: representa al significado. (...) lo representado está ello mismo ahí”. La obra de arte, como pieza individual, “promete completar en un todo íntegro al que se corresponda con [ella]”. El espíritu humano encuentra en el arte algo que satisface un anhelo, y esto se hace patente en lo inútil del arte. No tiene un para qué práctico. La experiencia de lo bello en el arte complementa al espectador (que deja de ser un mero espectador); complementa a la obra (despertando al espíritu humano); pero, también, complementa al artista (quien tiene la necesidad imperiosa de hacer lo “inútil”). El arte, tanto para quien lo ve como para quien lo hace, intima con el ser profundo del hombre.

EL ARTE COMO REFLEJO

El filósofo Byung-Chul Han en un breve ensayo sobre la cosmovisión oriental habla acerca del arte Zen. Vincula lo difuso, lo informe y lo indiferenciado de ese tipo de pintura con la ausencia del yo. Es normal que eso suceda en una cultura panteísta, en donde lo individual se diluye. En ese estado de “ausencia” los límites no son claros y la identidad se ve disminuida. En Occidente, en cambio, la ontología diferencia a unos seres de otros, existe el “individuo”. Esta identidad se expresa en formas definidas, distintas unas de otras, luces y sombras delimitadas y delimitantes.

En otras artes, como en la arquitectura, la antropología filosófica también se concretiza, y esto se manifiesta claramente, por ejemplo, en trabajos como el de Le Corbusier o Louis Kahn. Para verlo más sencillamente, un arquitecto que diseña una casa con espacios comunes y con luz natural no define de la misma manera al concepto de “persona” que como lo haría uno que hace viviendas con habitaciones pequeñas e iluminadas con luz eléctrica, a las que solo se utiliza para descansar del trabajo. Podríamos imaginar, por ejemplo, que uno pone en valor el aspecto social de la persona y la enmarca en un entorno natural, mientras que el otro piensa desde una mirada materialista y puesta en lo artificial. En otras formas artísticas, como el diseño de indumentaria, también se da una influencia práctica. Pensemos en la creación de la minifalda, contemporánea a la aparición de la “pastilla del día después” y a la revolución sexual.

En el arte posmoderno también se vuelca el espíritu del hombre actual. En la posmodernidad el ser pierde su sustancia. Todo es en cuanto es el deseo subjetivo. Si el artista dice que algo es arte, eso es arte, y así vemos noticias como las de la venta de una “escultura” invisible (o, más bien, inmaterial), la de la escandalosa banana pegada con cinta a una pared —que, naturalmente, en cada exposición es una nueva banana—, o alguna extraña exposición de Yoko Ono. El ser se desustancializa y todo pasa a ser subjetivo. Ya no importa el objeto del que se trate.

El arte, así como las ciencias positivas o la filosofía, confluyen en la formación de la cosmovisión que el hombre tiene en una época, en la “filosofía de los no filósofos” de la que hablaba Antonio Gramsci. Las artes repercuten en la vida de las personas, pero, a la vez que son resultado del espíritu, lo forman. No por nada el “socialista utópico” Henri de Saint-Simon pensaba al artista como productor. Lo artístico también es un ámbito que repercute en lo político y que no debe abandonarse.

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